Eduardo Garzón, hermano del líder de IU, borró ayer de su cuenta de Twitter seis viejos mensajes en los que daba pábulo a las teorías conspiranoicas sobre el 11-S, confirmaron ayer varios usuarios de esa red social. El asesor del área de Economía y Hacienda del Ayuntamiento de Madrid había publicado los tuits el 11 de septiembre de 2011, décimo aniversario de los ataques contra Nueva York y Washington. Se hacía eco en ellos del contenido del artículo «Cinco grandes mentiras sobre el 11-S», de Renán Vega, publicado en la web Rebelión.
Vega sostiene en ese texto que los medios de comunicación son «como loros amaestrados» que repiten «la versión oficial» del 11-S «sin cuestionarla lo más mínimo y dándola por cierta». Esto ya debería llevar al escepticismo a cualquiera: ¿todos los medios de comunicación participando en una conspiración y ninguno se desmarca y saca pruebas concluyentes de ese fraude planetario? El razonamiento de partida es tan ridículo como el de los antivacunas y homeópatas que acusan a la medicina oficial de ocultar la verdad. Aunque no es objeto de estas líneas analizar lo que dice el autor del artículo de Rebelión, voy a comentar uno de los puntos para que vean el rigor del autor.
Si quieren comprobar cómo lo que dice Vega se parece a la realidad tanto como Cuarto milenio, les recomiendo el libro Debunking 9/11 myths. Why conspiracy theories can’t stand up to the facts (Desmontando los mitos del 11-S. ¿Por qué las teorías de la conspiración no aguantan los hechos?, 2006), que resume una investigación del equipo de la revista Popular Mechanics de la que hay una versión en línea. En ese trabajo podrán ver, por ejemplo, cómo miente al afirmar que el derrumbamiento del World Trade Center fue consecuencia de demoliciones controladas porque «diversos estudios han concluido que era físicamente imposible que las torres se fueran al piso como resultado del choque (de los aviones), porque las temperaturas que se produjeron tras el impacto no alcanzaron el nivel necesario para fundir o debilitar la estructura de acero que sostenía los edificios, y porque, salvo las demoliciones controladas, nunca antes ni después se había visto una caída libre en la que los pisos inferiores, con todo su peso en hormigón y acero, no ofrecen ninguna resistencia a los pisos de arriba». La realidad es que los 37.000 litros de combustible de cada uno de los aviones ardieron a entre 1.100º C y 1.200ºC, mientras que para fundir acero se necesitan 1.510º C, pero el acero pierde ya resistencia a sólo 400º C y, si el fuego alcanza los 1.000º C, sólo retiene el 10% de su fortaleza original. Así que, en cuanto se empezaron a debilitar las estructuras, ya dañadas por los choques, el colpaso final de los dos rascacielos era algo previsible.
El problema no es tanto que Vega alimente la conspiranoia -hay más gente que lo hace- como que alguien como Eduardo Garzón, referente para cierto sector de la izquierda, asuma acríticamente esas ideas, como se deduce de los tuits borrados. El economista borró ayer esos mensajes justo después de que los recuperara un tuitero en un pantallazo que vi por casualidad. Inmediatamente, mandé el siguiente mensaje público a Garzón: «Hola, @edugaresp, ¿estos tuits son tuyos y los has borrado? Si es así, ¿sigues pensando eso del 11S?» (incluía el pantallazo). Ante su silencio, le dije una hora después: «Hola, @edugaresp. Te empiezo a seguir para que respondas a mi anterior pregunta por privado si así lo prefieres. Saludos». Veinticuatro horas después, no he recibido ninguna respuesta de Garzón, que, sin embargo, ha estado activo en Twitter.
Por si no hubiéramos tenido suficiente con un PP que durante años ha respaldado la conspiración del 11-M apoyado por algunos medios de comunicación, hay cierta izquierda española que, quizás llevada por el antiamericanismo, hace lo propio sobre el 11-S. Y es que la estupidez no conoce fronteras ideológicas. Recuerden, por ejemplo, cómo en 2013 Beatriz Talegón, entonces secretaria general de la Unión Internacional de Juventudes Socialistas, planteaba que «detrás del 15-M puede estar la derecha» y cómo llegó a creerse que el falso documental Operación Palace demostraba que el golpe de Estado del 23-F fue un montaje de la clase dirigente para afianzar la democracia.
Nota publicada en Magonia el 13 de junio de 2016.