El fin

Un planetoide choca contra la Tierra primitiva. Ilustración: Don Davis.
Un planetoide choca contra la Tierra primitiva. Ilustración: Don Davis.

Cada vez queda menos para el fin del mundo. Los científicos lo saben y no les preocupa. A usted tampoco debería inquietarle porque ocurrirá dentro de unos 5.000 millones de años. Entonces, el Sol agotará su combustible, el hidrógeno que quema a un ritmo de 600 millones de toneladas por segundo, se convertirá en una estrella gigante roja y se tragará Mercurio y Venus. La Tierra se salvará, pero será ya un mundo abrasado y con los días contados. Porque, unos 200 millones de años después, el Sol empezará a sufrir una serie de pulsaciones en las que engullirá nuestro planeta. Y se acabó.

No es ése, seguramente, el escenario que le viene a la cabeza a la mayoría de la gente cuando oye hablar del fin del mundo. Lo normal es pensar en asteroides asesinos (Armageddon), súbitos cambios climáticos (El día de mañana), una violentísima actividad geológica (2012), una enfermedad de alcance planetario (28 días después), una invasión extraterrestre (Independence day), una guerra atómica (El planeta de los simios), un ataque zombi (La noche de los muertos vivientes)… Pero éstas no son visiones sobre el fin del planeta, sino sobre el del ser humano.

Somos una especie joven: surgimos en África hace unos 200.000 años dentro de la familia de los homínidos, un linaje cuyos orígenes se remontan a hace entre 6 y 7 millones de años. En comparación, los dinosaurios dominaron la Tierra unos 160 millones de años, hasta que un asteroide de gran tamaño cayó en lo que hoy es la península de Yucatán hace 65 millones de años. «La Tierra se halla en un entorno espacial increíblemente hostil del cual nos puede llegar, literalmente, todo tipo de desastres», indica el astrónomo Phil Plait en su libro La muerte llega desde el cielo (2008). Una supernova, una llamarada de rayos gamma, un agujero negro… Los dinosaurios, suelen recordar irónicamente los científicos, se extinguieron porque no tenían programa espacial. Nosotros sí; aunque, si mañana se detecta un gran asteroide o un cometa en rumbo de colisión, que podamos hacer algo para evitar la catástrofe dependerá de que el choque sea a décadas vista.

El calendario maya

De lo que nada ni nadie podría salvarnos es de lo que pasa en 2012, una película ridícula desde el punto de vista científico. En el filme de Roland Emmerich, la intensa actividad solar calienta el centro de la Tierra y provoca numerosas erupciones -incluida la del supervolcán de Yellowstone-, que las placas tectónicas se muevan a kilómetros por hora -cuando lo hacen a un par de centímetros por año-, que se sucedan terremotos y tsunamis con olas de cientos de metros… Todo, basado en el fin del mundo que, dicen al principio de la película, predijeron los mayas en su calendario para el 21 de diciembre de 2012.

El calendario maya comprende tres ciclos diferentes: el religioso (Tzolkin), de 260 días; el civil o solar (Haab), de 365; y la Cuenta Larga, de 1.872.000 días o, lo que es lo mismo, 5.125 años. La última Cuenta Larga comenzó el 11 de agosto de 3114 antes de Cristo y acabará el día del solsticio de invierno de 2012. Fue el escritor estadounidense Frank Waters el primero en vincular el final de ese ciclo largo con sucesos catastróficos. Lo hizo en 1975 en su libro Mexico mystique: the coming sixth world of consciousness (México místico: la llegada de la sexta era de la conciencia).

Waters aseguraba que nos encontramos en la quinta Cuenta Larga y que el final de cada una de las anteriores había supuesto una suerte de renacimiento para la Humanidad. La actual, decía basándose en la fecha dada erróneamente por el arqueólogo Michael Coe en su libro The maya (1966), iba a acabar el 24 de diciembre de 2011, cuando una serie de terremotos destruiría el mundo tal como lo conocemos. A partir de ese momento, se sucedieron las profecías inspiradas en el calendario maya, que en los últimos años han protagonizado multitud de libros del estilo de Apocalipsis 2012 (2007), de Lawrence E. Joseph, periodista que advierte de que «sólo una deidad omnipotente podría ayudarnos» ante la que se nos viene encima.

Un avión vuela entre edificios que colapsan en '2012', la película de Roland Emmerich.
Un avión vuela entre edificios que colapsan en ‘2012’, la película de Roland Emmerich.

El rayo de la muerte

Razón no les falta a Joseph y otros pájaros de mal agüero porque, si fuera cierto lo que prevén, apaga y vámonos. El escenario varía según el color de la bola de cristal: se habla de que entrará en erupción el supervolcán de Yellowstone; de un máximo de la actividad solar que achicharrará la Tierra; de un alineamiento del Sol y nuestro planeta con el centro de la Galaxia, desde donde nos llegará un rayo destructor al estilo del de la Estrella de la Muerte de La guerra de las galaxias; de un mundo errante que va a chocar con la Tierra… «Hemos vivido pánicos similares en el pasado reciente, pero ninguno como éste», escribía E.C. Krupp, director del observatorio Griffith de Los Ángeles, en la revista Sky & Telescope hace dos años. Y todo, indicaba el astrónomo, porque un ciclo de un antiguo calendario llega a su final. Nada más.

Porque, en el fondo, de lo que estamos hablando cuando decimos que el 21 de diciembre de 2012 acaba la Cuenta Larga del calendario maya es de lo mismo que cuando decimos que cada 31 de diciembre termina un año. ¿Qué pasa cada Nochevieja? Que nuestro calendario anual de 365 o 366 días se reinicia. Pues lo mismo ocurrirá con el ciclo maya de 5.125 años: el 22 de diciembre del próximo año, empezará otro ciclo de la Cuenta Larga y ya está.

No sucederá, por supuesto, nada de lo anunciado en libros como Apocalipsis 2012 ni películas como la de Emmerich: no hay indicio alguno de que Yellowstone vaya a entrar en erupción ni de que la actividad solar, que va por ciclos, vaya a resultar catastrófica dentro de un año. La idea de un apocalíptico alineamiento del Sol y la Tierra con el centro de la galaxia y el subsiguiente rayo genocida carece también de sentido, ya que esa situación -la del alineamiento- se da con periodicidad anual cada diciembre. Y tampoco hay ningún planeta errante que venga hacia nosotros, aunque en las calles de su ciudad vea usted de vez en cuando carteles coloristas que alertan del inminente choque de Nibiru, Hercólubus o el planeta X.

Por esos tres nombres -y algún otro más- se conoce a un mundo que habrían descubierto los sumerios y que, según Zecharia Sitchin, un autor que sostenía que fuimos creados por alienígenas, se acerca a la Tierra cada 3.600 años. En 1995, Nancy Lieder, una mujer de Wisconsin que aseguraba estar en contacto telepático con seres de Zeta Reticuli, anunció que Nibiru iba a pasar en mayo de 2003 muy cerca de nuestro planeta y a provocar un cambio de los polos que acabaría con la mayoría de la Humanidad. Como no ocurrió nada de eso, ahora sus seguidores dicen que ese mundo errante llegará ¡en diciembre de 2012! Nibiru, Hercólubus o el planeta X no es más que un fraude. Si existiera, astrónomos profesionales y aficionados de todo el mundo lo habrían visto hace años.

Un sinfín de fines

El 22 de diciembre de 2012, cuando amanezca y todo siga igual, muchos empezarán a decir Diego donde dijeron digo. Los profetas del apocalipsis maya se reconvertirán sin problemas y comenzarán a buscar el próximo fin del mundo: si se dedica a ese negocio, su mejor opción es 2029, cuando el asteroide Apofis pasará cerca de la Tierra. Es algo habitual. William Miller, fundador de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, predijo el fin del mundo, según la Biblia, para el 21 de marzo de 1843 y, como no acertó, para el 22 de octubre de 1844. Aunque son los Testigos de Jehová los que más veces han metido la pata, apocalípticamente hablando: Charles Russell, el fundador, predijo el fin para 1874 y 1914; su sucesor, Joseph Rutherford, para 1918, 1925 y la década de 1940; y el sucesor de Rutherford, Nathan Knorr, para 1975.

Paco Rabanne, prediciendo el fin del mundo en el diario 'El Correo' en julio de 1999.
Paco Rabanne, prediciendo el fin del mundo en el diario ‘El Correo’ en julio de 1999.

Fue, precisamente, 1975 el año elegido por el peruano Sixto Paz, quien decía comunicarse con extraterrestres, para alertarnos de que «la constante amenaza de una guerra atómica pasará pronto a convertirse en un holocausto vertiginoso y sangriento. Todo ello, además, coincidirá con el paso del cometa Halley». Nos avisó de ello en Ovnis: SOS a la Humanidad (1975), uno de los primeros libros del ufólogo Juan José Benítez. Pero, en 1986, el Halley brilló en el cielo sin que sucediera nada catastrófico. Tres años antes, no nos enteramos ni del cambio climático brutal ni del devastador alineamiento planetario anunciados en La gran catástrofe de 1983 (1979) por el astrólogo uruguayo Boris Cristoff.

A otro visionario, el italiano Giorgio Bongiovanni, la Virgen y Jesucristo le habían adelantado de que un gran asteroide iba a chocar con la Tierra en septiembre de 1991, y aquí seguimos. La tragedia real ocurrió seis años después, cuando 39 miembros de La Puerta del Cielo, una secta de adoradores de los extraterrestres, se suicidaron en California para subir en espíritu a una nave que, decían, viajaba oculta en la cola del cometa Hale-Bopp y en la que tenían pasaje para librarse del destino fatal que nos esperaba al resto.

Charles Berlitz y Paco Rabanne coincidieron en señalar a 1999 como el año fatídico. Nieto del fundador de las academias de idiomas Berlitz, el autor que mejor explotó el falso misterio del triángulo de las Bermudas publicó en 1981 su obra Fin del mundo, año 1999. El título lo dice todo. El modisto, por su parte,vaticinó la destrucción de París por la caída de la estación espacial Mir el 11 de agosto de 1999, en coincidencia con un eclipse total de Sol. Esa catástrofe marcaría el principio del fin. La predicción se basaba en las cuartetas de Nostradamus, el falso vidente francés que desenmascara el ilusionista James Randi en The mask of Nostradamus (La máscara de Nostradamus, 1990). Rabanne sostiene ahora que nunca dijo lo que las hemerotecas demuestran que dijo.

Carteles apocalípticos

«Solía haber individuos que desfilaban por las calles de la ciudad con carteles en que se proclamaba: ¡El fin del mundo está próximo! Ahora han sido reemplazados por una legión de personas serias, de científicos, filósofos y políticos, que proclaman que hay calamidades más sutiles esperándonos a la vuelta de la esquina», lamentaba John Maddox en El síndrome del fin del mundo (1972). Poco podía imaginar el entonces director de la revista Nature, que critica en ese libro a los catastrofistas de la ecología y la demografía, que bien entrado el siglo XXI un profeta religioso, el ingeniero estadounidense Harold Camping, iba a llevar a sus seguidores a encartelarse con advertencias sobre el fin del mundo en Nueva York y a contratar, gracias a los donativos de sus adeptos, miles de vallas publicitarias en todo el mundo, Madrid incluido.

Camping, dueño de la cadena fundamentalista Family Radio, está recluido en un geriátrico después de haber sufrido un derrame cerebral en junio tras haber predicho el inicio del Juicio Final para el 21 de mayo y que la vista no se celebrara. Lo había calculado a partir de la Biblia, y muchos de sus seguidores se habían desprendido de sus propiedades para financiar una campaña publicitaria que anunciaba el fin de los tiempos. Creían que iban a ir directamente al Cielo y a librarse del macroproceso divino, que iba a acabar el 21 de octubre con la destrucción del mundo. Ahora, como Rabanne, Camping reconstruye su fantasía: dice que el Juicio Final ya ha empezado, que es un proceso espiritual y que dentro de tres meses nos enteraremos de lo que es bueno.

2012. ¿Y después qué?, se pregunta en el título de uno de sus libros Diana Cooper, una de tantos iluminados que dicen que el año que viene ocurrirá algo extraordinario. A ella, cuya obra puede comprarse en cualquier gran superficie, le han adelantado lo que nos espera un guía alienígena y un arcángel, Metatron, con nombre de transformer. No hacen falta tan altas instancias, sin embargo, para responder a una pregunta tan sencilla: después de 2012, vendrá 2013.

Nota publicada en el suplemento Territorios del diario El Correo el 6 de agosto de 2011 y en Magonia el 8 de agosto de 2011.