
«La mentira no les pasa factura», me decía hace unos días un colega. Se refería a los divulgadores de lo paranormal. Los dos seguimos sus andanzas desde hace décadas y hemos comprobado que los embustes les salen rentables. «No es que la gente no recuerde que Iker Jiménez se inventó casos como los del cosmonauta fantasma y el caminante de Boisaca, sino que encima le han dado premios de periodismo», añadía mi amigo un tanto desconsolado. Comparto su desazón.
Las trapacerías de los más populares vendedores de misterios españoles se cuentan por cientos desde tiempos del psiquiatra Fernando Jiménez del Oso (1941-2005), un pionero en lo de dar gato por liebre psíquica. Pasar revista a todas requeriría de una enciclopedia de varios volúmenes en la que los dos citados y otros expertos estarían acompañados por representantes de la más genuina picaresca ibérica como el parapsicólogo Germán de Argumosa, al que deben su fama inicial las caras de Bélmez, y el ufólogo, parapsicólogo y echador de cartas Prudencio Muguruza, inventor de la leyenda del pueblo maldito de Ochate.
No creo que una obra así vea la luz y, además, me temo que de hacerlo pasaría desapercibida. Casi todos los grandes medios y grupos editoriales tienen cadáveres paranormales en los armarios y ninguno va a ventilarlos. Algunos muertos llevan ahí desde los años 70 y 80 del siglo pasado, cuando, por ejemplo, Jiménez del Oso contó a los espectadores de TVE que Estados Unidos y la Unión Soviética estaban trasladando a una élite a Marte para garantizar la supervivencia de la humanidad ante un inminente fin del mundo. El psiquiatra de lo paranormal tenía una presencia imponente -con sus ojeras, su profunda voz y el humo del cigarrillo a su alrededor- y era un buen comunicador, pero no por eso lo que decía era menos falso. Añorar la seriedad de Jiménez del Oso es como añorar la libertad y el bienestar de la España de principios de los años 80.

Recuerden también al curandero Txumari Alfaro. Desde 1996, promocionó durante más de dos décadas sus remedios mágicos en programas de televisión y radio, revistas y periódicos. Los escépticos advertimos desde el primer día de la irresponsabilidad de dar altavoces a un personaje que recomendaba al público guarradas como beber la orina. No sirvió de nada. Los medios de comunicación hicieron sistemáticamente oídos sordos a nuestras quejas. Hasta que en enero de 2018 se hizo viral un vídeo en el que Alfaro recomendaba, a enfermas de cáncer de mama, que lo mejor para superar ese mal es renunciar a cualquier tratamiento y decía que los niños que sufren cáncer lo padecen porque no fueron deseados. Entonces, de la noche a la mañana, el terapeuta alternativo pasó a ser un peligroso charlatán digno de repudio.
Ahora también reniegan de Iker Jiménez muchos de los que antes lo jaleaban o lo veían como un pillo inofensivo, un Tristanbraker o Carlos Jesús con aires de grandeza. No lo rechazan porque hayan salido a la luz trapacerías como la de mandar a un colaborador a grabar voces fantasmales a un campo de exterminio nazi, como hizo en 2010. Tampoco porque haya ensalzado a un expoliador de yacimientos arqueológicos, como hizo en 2015, o porque haya retocado burdamente unas fotos para que un muerto en la Guerra Civil se parezca a una de las caras de Bélmez, como en su libro Tumbas sin nombre (2003). El director de Cuarto milenio ha caído en desgracia por su coqueteo con la ultraderecha y por haber difundido el bulo de que, como consecuencia de la DANA que arrasó Valencia el 29 de octubre, en el aparcamiento de un centro comercial había «muchos cuerpos, muchos cuerpos», y se ocultaba a la población. Vale, es una trola muy gorda en un momento muy delicado, pero ¿qué se esperan de quien ha hecho fama y fortuna con apariciones fantasmales, abducciones y posesiones demoniacas? Bastante hizo con no descubrir espectros ululantes entre los restos de la riada.
Este año cumple treinta la película de la autopsia del marciano de Roswell, una filmación en blanco y negro que causó sensación en 1995. Documentaba la supuesta autopsia a un tripulante del platillo volante estrellado en Nuevo México en 1947 por personal militar estadounidense. Pero estaba grabada solo con una cámara, en blanco y negro, sin recrearse en detalles y ocultando las caras de los presuntos médicos forenses, algo impropio de un acontecimiento histórico. Científicos, expertos en efectos especiales y escépticos coincidimos desde el principio en que era un montaje y el alienígena, un muñeco. El ufólogo Javier Sierra defendió durante meses la autenticidad de la grabación en la revista Año Cero, dirigida por Enrique de Vicente, con titulares como «¡Estaban vivos!» -«los extraterrestres capturados por Estados Unidos»– y «¡Jaque a la ciencia!». El marciano era un muñeco.

Años después, los autores de la broma contaron con pelos y señales cómo la urdieron. Entonces Sierra -que tiene la habilidad de decir lo que quiere oír su público sin decirlo expresamente- quedó definitivamente en evidencia, como cuando sostiene que «los templarios conocían América antes de Colón» y cuando en 1996 visitó el País Vasco a la caza del chupacabras para descartar que unas muertes de ganado tuvieran ese origen, pero apuntar a «actividades humanas que se desarrollan al margen de la ley y de la ciencia».1 Su colega Bruno Cardeñosa, para quien ningún avión se estrelló contra el Pentágono el 11-S, sostuvo en 1996 que ovejas muertas en Euskadi habían sido víctimas del chupacabras. Para el actual director de La Rosa de los Vientos (Onda Cero), el informe de la Ertzaintza que atribuía los ataques a lobos o perros asilvestrados estaba «plagado de errores» y en algunos puntos faltaba a la verdad.2
Todavía estamos esperando a que Juan José Benítez –maestro de Bruno Cardeñosa, Josep Guijarro, Iker Jiménez y Javier Sierra– reconozca que en 2004 presentó, en la serie Planeta encantado (TVE), un montaje de animación como una filmación de astronautas explorando ruinas extraterrestres en la Luna. Benítez es el plusmarquista nacional de los bulos paranormales, sobre todo porque lleva cincuenta años en el ajo. Empezó persiguiendo platillos volantes para La Gaceta del Norte en los años 70, cuando presentó como reales los contactos de un grupo de peruanos con extraterrestres y encontró pruebas de que una humanidad convivió con los dinosaurios. Después, descubrió que Jesús visitó Roma y presenció los juegos en el Coliseo -cuando el Jesús bíblico murió todavía no se había construido ese edificio, pero eso a quién le importa-, que seres de Orión levantaron las pirámides de Egipto y que el arca de la alianza era un arma de destrucción masiva, entre otras cosas. Y, en los últimos años, ha soltado perlas como que la pandemia del coronavirus fue un ensayo general para la llegada de un meteorito enorme que provocará 1.200 millones de muertos en 2027, que «la Biblia es el mejor libro de ovnis del mundo» y que «el ébola lo han lanzado militares norteamericanos sobre África», respecto a la epidemia de 2014.
De la misma opinión es Enrique de Vicente, el conspiranoico de cabecera de Iker Jiménez. Según este veterano del negocio del misterio, Bill Gates, George Soros y el Ejército de EE UU estuvieron detrás de la epidemia de ébola en África occidental de 2014. Entre las incontables tonterías que jalonan su historial, De Vicente aseguraba en 2010 que dos círculos del cereal aparecidos en Reino Unido contenían en clave una cuenta atrás para la apertura de puertas dimensionales antes de 2012, un año después achacó el accidente de tren de Angrois (La Coruña) a un «incremento de la radiación cósmica» y sostiene que sobre el 11-S «no se ha dicho la verdad» y se dinamitó uno de los edificios. El experto cuartomilenario vaticinó en 2013 que Francisco iba a ser el último papa, algo que nadie le ha recordado tras la entronización de León XIV.
La mentira está ahí fuera, es rentable económicamente, reputacionalmente sale gratis y hasta supone un plus en el mundo del misterio, donde los mejores investigadores no son los que resuelven casos, sino los que cuentan los sucesos más increíbles. Además, nadie se acuerda de las trolas, ni siquiera los periodistas que a veces entrevistan a alguno de los citados cuando publica un libro. Y ese es otro asunto del que casi nadie habla: en España existe una poderosa industria editorial que ha hecho de la mentira un gran negocio. Así que tengan cuidado ahí fuera, como aconsejaba el sargento Phil Esterhaus a sus hombres en la serie Canción triste de Hill Street.