«No estamos solos». Esta frase -escrita en inglés y con letras de doce metros- apareció una mañana de 1986 en un campo de trigo cerca de Winchester, en Reino Unido, y fue interpretada como un mensaje extraterrestre por los estudiosos de los dibujos que surgen cada verano en el campo inglés. El fenómeno había empezado años antes, con simples círculos de plantas aplastadas y el consiguiente enfado de los agricultores. Hoy quedan lejos aquellos toscos círculos, a los que con el tiempo sustituyeron los interconectados y, después, figuras geométricamente cada vez más intrincadas.
Las formaciones han ganado en complejidad con los años: una de las últimas aparecidas en Reino Unido tiene 45 metros y codificado el número pi. Ya saben, el cociente entre el perímetro de la circunferencia y su diámetro, un número que tiene infinitos decimales (hasta ahora, se conocen 1,2 billones). El círculo de pi contiene en clave sus primeros nueve decimales -3,141592654-, seguidos de tres puntos suspensivos. Su descubrimiento conmocionó en junio a los cereálogos, como les gusta llamarse a los estudiosos del fenómeno. «Es una formación extraordinaria, un suceso seminal», concluyó Lucy Pringle, autora de cuatro libros sobre los círculos. Según The Times, los matemáticos británicos no podían ocultar su perplejidad ante un pictograma que incluye la representación de un concepto matemático complejo.
Entre pintas
Los dibujos de los sembrados brotaron a finales de los años 70 y alcanzaron su auge en los 80, casi siempre circunscritos a las Islas Británicas. El fenómeno atrajo desde el principio a excéntricos personajes, entre los cuales pronto destacaron tres que se convirtieron en los expertos por antonomasia: los ingenieros Colin Andrews y Pat Delgado, y el meteorólogo Terence Meaden. En treinta años, éstos y otros cereálogos han ofrecido explicaciones para todos los gustos. Algunas apuntan al cielo -a los extraterrestres y a fenómenos meteorológicos extraños-; otras al suelo: hay quien dice que Gaia, la Tierra, quiere transmitirnos un mensaje mediante los pictogramas.
La cerealogía vivía su época dorada cuando en 1991 dos pensionistas ingleses acabaron con la fiesta. O, al menos, eso parecía entonces. Dave Chorley y Doug Bower eran pintores aficionados y se habían conocido en 1968, poco después de que el segundo se hubiera mudado desde Australia. A finales de los años 70, tras una tarde entre pintas, paseaban hablando de ovnis cuando Bower recordó que, en Australia, se había achacado en 1966 un círculo de hierba aplastada al aterrizaje de un platillo volante. «¿Qué crees que ocurriría si hiciéramos un círculo por aquí?», preguntó a su compadre. «Que la gente pensaría que un platillo volante ha aterrizado», respondió su amigo. Dicho y hecho. Se pusieron manos a la obra; pero, después de dos veranos de actividad y más de una docena de creaciones, estuvieron a punto de abandonar.
A pesar de que ponían todo su empeño, no conseguían que nadie se fijara en su trabajo. Todo cambió en agosto de 1980 cuando el diario The Wiltshire Times publicó la noticia del hallazgo de un círculo del cultivo –así lo llamó– en un campo de avena cerca de Westbury. Había nacido un fenómeno. Al principio, les bastaba con ponerse uno en el centro del futuro círculo a modo de poste, unido a su cómplice por una cuerda: la parte móvil del compás humano aplastaba el cereal pisando un tablón que colgaba de dos cuerdas que sujetaba con las manos. Al año siguiente, acaparaban ya titulares e iban aprendiendo a hacer formaciones cada vez más complicadas.
Mareando a los expertos
Las aventuras de la extraña pareja se prolongaban en los pubs donde se reunían los cereálogos y en las salidas al campo de los expertos. Así se enteraban de cuál podía ser, en opinión de los especialistas, el siguiente paso lógico en la evolución del fenómeno. Si éstos especulaban con la posibilidad de encontrar dos círculos conectados, Chorley y Bower satisfacían sus deseos: los creaban en cuanto podían. Como los nuevos dibujos respondían a lo que esperaba, Delgado acabó por convencerse de que detrás del fenómeno había una gran inteligencia (no humana, claro).
Después de torear a los expertos durante años, los jubilados confesaron sus fechorías en 1991. «La gran broma ha terminado. Dos espabilados nos han engañado», dijo Delgado. Pero no había acabado. Los sesentones habían hecho escuela. Lo habían gritado al mundo escribiendo en un cultivo en 1986 su famoso «No estamos solos», que no era un mensaje marciano, sino de Bower y Chorley hacia sus imitadores. A partir de ese momento, recuerda Carl Sagan en El mundo y sus demonios (1995), firmaron sus creaciones con dos D a las cuales algunos también atribuyeron significado alienígena.
Los dibujos siguen apareciendo todavía. En junio, lo hicieron en España en forma de extraño pictograma que era, en realidad, el logotipo de una marca de ron. Sus creadores fueron Rob Irving y John Lundberg, los Circlemakers (hacedores de círculos). Estos artistas británicos son los autores de un manual para fabricar círculos, se ganan la vida con la publicidad y se divierten haciendo dibujos a los que los cereálogos siguen buscando significados ocultos. El círculo de pi es una creación suya o de otros artistas. A no ser que, como ironiza el biólogo Ángel M. Felicísimo, de la Universidad de Extremadura, los extraterrestres usen el sistema decimal de numeración, el punto decimal como separador y nuestros puntos suspensivos, además de no estar muy avanzados: «Que conozcan el número pi con nueve decimales sitúa a nuestra misteriosa fuerza al nivel de conocimientos del siglo XV, cuando el matemático Al-Kashi lo calculó con dieciséis decimales».
El libro
Round in circles (1993): el periodista Jim Schnabel -que antes que nada fue creador de círculos- cuenta la historia del fenómeno en un libro riguroso e hilarante.
Reportaje publicado en el diario El Correo y en Magonia el 1 de agosto de 2008.