Al igual que otras terapias milenarias orientales, el reiki -al que he dedicado la quinta entrega de El archivo del misterio de Órbita Laika (La 2)- tiene una historia corta. Muy corta. Lo inventó un japonés, Mikao Usui, en 1922. Según él y sus seguidores, por nuestro cuerpo fluye una energía vital cuyo bloqueo está en el origen de las enfermedades. Los practicantes del reiki dicen ser capaces de detectar esa energía y eliminar sus bloqueos mediante pases de manos.
A pesar de que esa energía vital es indetectable para la tecnología del hombre del siglo XXI, el reiki se practica en algunos hospitales públicos españoles para paliar los efectos secundarios de la quimioterapia y la radioterapia en los pacientes oncológicos. Hay, o ha habido, reikiólogos haciendo de las suyas en hospitales como el 12 de Octubre, Ramón y Cajal, Vall d’Hebron, Clinic y otros. Pero esta técnica no sirve para nada, según han revelado todos los estudios científicos, porque la energía en la que se basa no existe.
Como pasa con las películas europeas de éxito, en los años 70 una enfermera estadounidense, Dolores Krieger, cambió el nombre de reiki por toque terapéutico para registrar la práctica en su país y hacer negocio. A mediados de los años 90, Emily Rosa, una niña de 9 años, vio en un vídeo a Krieger y otros colegas explicar lo que hacían. Lógica ella, la pequeña pensó que, si los practicantes del toque terapéutico manipulaban con sus pases de manos la energía vital, era porque podían detectarla. “Quería ver si realmente podían sentir algo”, explicó después. Así que diseñó un sencillo experimento como parte de un trabajo escolar.
Cogió un trozo grande de cartón, un cuaderno, un lápiz y una moneda, y pidió la colaboración de practicantes de la terapia. Aceptaron veintiuno, aunque no Krieger. El cartón hacía las veces de biombo.Tenía dos agujeros en su base para que las manos del tocador terapéutico quedarán apoyadas sobre la mesa con las palmas hacia arriba del lado de la niña. Emily lanzaba una moneda al aire y ponía una de sus manos sobre la del terapeuta, a distancia suficiente como para que no detectara el calor. Si detectaba algún tipo de energía, el sujeto tenía que acertar sobre cuál de sus manos había puesto la niña la suya. ¿Saben cuál fue el resultado? Que los tocadores terapéuticos acertaron sólo en el 44% de las veces, lo previsible por azar.
En abril de 1998, Emily Rosa se convirtió en el autor más joven que ha firmado un artículo de investigación en la prestigiosa revista de la Asociación Médica Americana. Tenía 11 años y su trabajo echaba por tierra el toque terapéutico, el reiki estadounidense. Nada ha cambiado desde entonces: no hay ninguna prueba de que exista una energía vital universal y tampoco de que nadie sea capaz de detectarla. El reiki, como las otras denominadas terapias energéticas, es un timo. No sirve para nada. las pruebas científicas han demostrado que no tiene más efectividad que el placebo. Es un engaño a los pacientes de cáncer o de cualquier otra enfermedad, que merecen el mejor trato médico posible y no que les den magia por ciencia. Además, como en el caso de otras pseudoterapias, el principal peligro del reiki es que los pacientes abandonen los tratamientos que funcionan creyendo que los pases de manos les van a curar del mal que padecen.
Nota publicada en Magonia el 22 de octubre de 2015.