
La revista de ciencia ficción Amazing Stories publicó en marzo de 1945 una historia titulada «I remember Lemuria» (Recuerdo Lemuria), firmada por Richard Shaver, un soldador de Pensilvania. El autor explicaba que estaba en comunicación con unos robots que vivían en el subsuelo y que le habían contado una historia increíble a través de voces que había empezado a escuchar entre el ruido de su máquina de soldar en la cadena de montaje de la fábrica en que trabajaba. Según sus comunicantes, el continente de la Atlántida había sido colonizado hace miles de años por unos extraterrestres que excavaron una vasta red de túneles antes de tener que abandonar la Tierra por las perjudiciales radiaciones solares. Los alienígenas dejaron en las cavernas a sus criaturas, dos tipos de robots muy diferentes: los teros, que hacían desde entonces lo posible por ayudar a la Humanidad y eran los que hablaban con Shaver, y los deros, unos sádicos degenerados que nos espían, proyectan pensamientos tormentosos y voces en nuestras mentes, secuestran gente para comérsela o torturarla, y causan todo tipo de catástrofes. Shaver aseguraba que había visitado los túneles subterráneos guiado por una chica ciega llamada Nydia.
Tras la publicación de la historia, cientos de personas escribieron al director de la revista, Raymond A. Palmer, diciendo que ellos también habían vivido experiencias similares. De recibir 40 ó 50 cartas de lectores al mes, Amazing pasó a recibir alrededor de 2.500 y su tirada llegó a alcanzar los 50.000 ejemplares. Según cuenta Ronald D. Story en The encyclopedia of ufos (1980), las historias posteriores que publicó la revista para saciar la curiosidad de sus lectores fueron escritas por Palmer, aunque las firmaba el soldador. El director de Amazing dedicó el número de junio de 1947 entero a lo que ya denominaba el misterio Shaver, dando un salto cualitativo en la clasificación de las historias, que en un principio había calificado de ficción: ahora decía que eran producto de la memoria racial del autor.
Aparecen los platillos volantes
Años después, en el número de noviembre de 1960 de la revista Flying Saucers. The Magazine of Space Conquest, Palmer afirmaba que «los platillos volantes son parte del misterio Shaver«. Y en 1977, poco antes de su muerte, le confesó a James Oberg que Shaver había estado en realidad internado en un hospital psiquiátrico en la época en que decía haber visitado el mundo subterráneo, que habría visitado astralmente. Si bien es cierto que los relatos del mundo subterráneo provocaron un alza en la tirada de Amazing, no lo es menos que no fueron del gusto de muchos aficionados a la ciencia ficción, que empezaron a conocer la serie como el fraude Shaver o, como recuerda Isaac Asimov en Sobre la ciencia ficción (1981), «puras tonterías».

En la primavera de 1948, Arnold publicó en el primer número de Fate su artículo «I did see the flying disks» (Yo vi los discos volantes), en el que defendía la autenticidad de su observación. La versión de los hechos era mucho más colorista que la original; no en vano Arnold había contado con el asesoramiento de Palmer a la hora de escribirla. Afirmaba que desde un primer momento los objetos le habían suscitado «un sentimiento extraño», que tenían forma de luna creciente y no de platillo, y que uno de los discos era más oscuro que el resto. Este artículo y otros dos que Arnold publicó en números sucesivos son fiel reflejo de la colaboración existente entre Palmer y él, colaboración que hizo que ambos personajes se vieran involucrados en un fraude con trágicas consecuencias.
El caso de isla Maury
Palmer recibió en julio de 1947 una carta en la que un tal Harold A. Dahl, que se presentaba como guardacostas. Dahl decía que él, otros dos guardacostas y su hijo, se encontraban 31 de junio de 1947 en su patrullera en las inmediaciones de la isla Maury (Washington) cuando, de repente, aparecieron en el cielo seis discos volantes que se situaron a unos 150 metros por encima de la embarcación. Los objetos, de unos 30 metros de diámetro, tenían un orificio central de aproximadamente 9 metros. Cinco de los discos rodearon al sexto, que parecía averiado. Dahl sacó una serie de fotografías de los extraños objetos y, de repente, uno chocó con el averiado y, a causa de la colisión, unos fragmentos de apariencia metálica se desprendieron del segundo.
Aunque la patrullera puso rumbo hacia la isla Maury, y los tripulantes desembarcaron y se refugiaron en un acantilado, no pudieron evitar que durante el trayecto algunos trozos del platillo alcanzaran la embarcación, dañándola, hiriendo al hijo de Dahl y matando al perro de a bordo. Cuando volvieron al barco, tras haber recogido algunos fragmentos metálicos, intentaron informar por la radio de lo que había pasado a las autoridades, pero ésta sufría interferencias de origen desconocido. Entonces, los discos abandonaron el lugar a gran velocidad. Una vez en Tacoma, Dahl informó a su superior, Fred L. Crisman, que no le creyó hasta que tuvo en sus manos uno de los pedazos del ovni. Al día siguiente, explicaba Dahl, recibió la visita de un extraño que le advirtió de que lo mejor que podía hacer era olvidarlo todo y pudo comprobar que en las fotografías salían los seis misteriosos objetos, pero que la película parecía haber sido dañada por algún tipo de radiación.
Palmer estudió la posibilidad de comprar la historia para Fate y, para asegurarse, envió a Arnold a investigar el caso. El hombre se presentó en Tacoma con un adelanto de 200 dólares. Dahl y Crisman se mostraron esquivos, y su historia llena de contradicciones. Aunque en un principio Arnold consideró la posibilidad de que todo fuera un fraude, posteriormente achacó la inconsistencia del relato al miedo de los testigos a los hostiles discos volantes. Así las cosas, llamó por teléfono al teniente Frank Brown, de la Base de la Fuerza Aérea de Hamilton (California) y que le había interrogado por su avistamiento, requiriendo su presencia en el lugar para investigar los hechos.
El fraude, al descubierto

Brown y Davidson averiguaron que Dahl y Crisman no eran guardacostas, que su embarcación estaba en perfecto estado y no había sido objeto de importantes reparaciones, que no había rastro de las pretendidas fotografías y que los fragmentos del platillo eran en realidad escoria procedente de una fundición local y podían encontrarse a toneladas en la isla Maury. Todo el suceso había sido un fraude. A pesar de que Arnold insistió en que, en el viaje de regreso, los militares se llevaran algunos fragmentos del disco a analizar, éstos creyeron que no había razón alguna para hacerlo. Los dos investigadores de la Fuerza Aérea se trasladaron a la Base de la Fuerza Aérea de McChord (Washington) y el 1 de agosto despegaron de vuelta a casa en el B-25 en el que habían llegado desde California. El avión se estrelló cerca de Kelso (Washington). Aunque el piloto y un pasajero saltaron en paracaídas, Brown y Davidson murieron en el accidente. La prensa especuló sobre la posibilidad de que el siniestro se debiera a un sabotaje, y el avión transportase material secreto.
En el transcurso de la investigación subsiguiente, Dahl y Crisman admitieron que toda la historia había sido un montaje para sacarle dinero a un editor de Chicago -Palmer-, que pensaban que los pretendidos fragmentos del disco elevarían el precio de la historia y que habían sido ellos quienes habían telefoneado a la prensa informando de las entrevistas mantenidas con los militares. Después se supo que Crisman era aficionado a la ciencia ficción, conocía Amazing Stories y, en su tiempo, había tomado por ciertos los relatos de Shaver y escrito a Palmer advirtiéndole sobre lo peligroso que podía ser imprimir tales textos. «Toda la historia de isla Maury fue un fraude. El primero, y posiblemente el segundo mejor, y el más sucio de los fraudes de la historia de la ufología», escribió Edward J. Ruppelt en The report of unidentified flying objects (El informe de los objetos volantes no identificados. 1956).
Las locuras de Shaver, que ahora se editan en español, acabaron siendo una chifladura más de las muchas promovidas por Palmer para vender revistas, pero los platillos volantes se convirtieron con el tiempo en un mito de alcance planetario.