Todo el mundo sabe dónde está la Atlántida: en el fondo del mar. Allí la mandó Zeus, después de que sus habitantes se corrompieran e intentaran someter por las armas al resto del mundo. Porque, aunque popularmente la atlante suele ser presentada como una civilización idílica, no es precisamente eso lo que de ella nos ha transmitido Platón en sus diálogos Timeo y Critias. Estos dos textos del filósofo ateniense, que vivió entre los siglos V y IV antes de Cristo (aC), son las referencias más antiguas al continente desaparecido, en las que se han basado todos los que después han hablado de la civilización atlante.
Cuenta Platón que hace unos 11.000 años existía más allá de las Columnas de Hércules -el Estrecho de Gibraltar- una isla más grande que el norte de África y Asia Menor juntas. Era el hogar de una avanzada civilización y debía su nombre a Atlas, rey de la isla y primogénito del dios Poseidón y la humana Cleto. Tierra de promisión, era un paraíso en el que abundaban las materias primas, y las fachadas de los edificios estaban cubiertas de metales preciosos. Los atlantes navegaban por todos los mares y fueron pacíficos hasta que se corrompieron, intentaron conquistar el mundo y acabaron chocando con los atenienses, quienes, solos, les derrotaron y liberaron a la Humanidad. Zeus hundió entonces la isla Atlántida en el mar como castigo a la impiedad de sus habitantes.
En mitad del océano
La Atlántida obsesiona a mucha gente casi 2.500 años después de Platón. Se calcula que se han publicado más de 25.000 libros sobre el continente perdido, en el cual algunos sitúan el origen de los indios norteamericanos, los vascos… La interpretación clásica del texto platónico localiza la isla en el Atlántico. Es por lo que apostó en 1882 en su libro Atlantis: the antediluvian world (Atlántida, el mundo antediluviano) el congresista estadounidense Ignatius Donnelly quien sentó las bases de la moderna atlantología. Mucho antes que Erich von Däniken y Charles Berlitz, leyó literalmente al filósofo griego, dijo que el desaparecido continente había estado en mitad del Atlántico y dejó escrito que fue allí donde el ser humano se civilizó.
Donnelly hizo escuela y, a pesar de que se han propuesto decenas de posibles ubicaciones de la Atlántida -desde la Antártida hasta Groenlandia, pasando por los Andes y Canarias-, situarla entre Europa y América es lo más habitual. La existencia de pirámides a ambas orillas del océano se explicaría, así, porque los supervivientes de la ira de Zeus habrían llegado hasta Egipto y Mesoamérica, y transmitido a los indígenas la sabiduría para levantar esos edificios. A primera vista, parece posible que el océano se haya tragado una isla del tamaño que dice Platón; pero hay un inconveniente insalvable: hasta un niño sabe que, por mucho que lo intentemos, en un rompecabezas de 100 piezas, la 101 no entrará jamás. Y eso es lo que pasa con la Atlántida, que no cabe en la Tierra.
La corteza de nuestro planeta es un rompecabezas de piezas que flotan sobre roca fundida. Las placas que forman los continentes y los fondos oceánicos crecen por lugares como la cordillera volcánica del centro del Atlántico, lo que hace que Europa se aleje de Norteamérica entre 1,8 y 2,5 centímetros anuales; se reducen donde se encuentran y una se hunde por debajo de otra o chocan entre sí para formar cordilleras como la del Himalaya; y acumulan tensión en puntos de encuentro donde provocan terremotos, como ocurre en California con la falla de San Andrés. Los continentes que existen son los que siempre ha habido, si bien se mueven y hubo un tiempo en que eran uno solo, llamado Pangea. No hay agujeros, espacio libre en el que en un pasado remoto cupiera una isla continente.
La gloria de Atenas
Los atlantólogos pasan por alto, además, que hace 11.000 años no había en el mundo ningún imperio. Sólo existían grupos de cazadores recolectores como los pintores de la cueva de Altamira. No había nada parecido al imperio de la Atlántida ni a Atenas porque todavía no había ciudades. Por eso los historiadores leen el relato del filósofo como una ficción moralizante en la que, ensalzando a su ciudad natal, se inventa un poder que conquista el Mediterráneo hasta que topa con los atenienses. En el fondo, como ha apuntado el arqueólogo Ken Feder, de la Universidad Central del Estado de Connecticut, es la misma historia que la de La guerra de las galaxias, pues ocurrió hace mucho, mucho tiempo, en un sitio muy, muy lejano, y está protagonizada por un malvado imperio que sucumbe ante un puñado de humanos libres abandonados a su suerte.
Es posible, no obstante, que haya algo de verdad en la historia de Platón. No hay que descartar, aunque probarlo sea imposible, que el filósofo se apropiara de hechos históricos reales para elaborar el relato de la Atlántida. Así, en 373 aC, pocas décadas antes de que escribiese los dos diálogos, hubo una importante ciudad del Peloponeso que se hundió en las aguas de la noche a la mañana. Se llamaba Helike, era la capital de la Liga Aquea y desapareció en una laguna tras un terremoto, en una catástrofe que se achacó a la ira de Poseidón. Sus restos se encontraron en 2001.
La estructura anillada de la capital de la Atlántida -en la cual se alternan canales de agua y masas de tierra hasta la isla central, donde está el templo a Poseidón- recuerda la de los núcleos urbanos de la cultura de Tartessos, desarrollada entre los siglos VIII y VI aC al suroeste de la Península Ibérica, más allá de las Columnas de Hércules. ¿Y el conflicto bélico entre atlantes y atenienses? Podría tratarse de una reedición de las Guerras Médicas (498-479 aC). Ocurridas en vida del filósofo, enfrentaron al poderoso Imperio Persa con los griegos y, en batallas como la de Maratón, los atenienses frenaron a las tropas invasoras, como luego harían con el imperio atlante en la obra de Platón.
El libro
En busca de la Atlántida (1998): Richard Ellis es el autor de este magnífico libro sobre el mítico continente cuya existencia ha persistido como una creencia durante más de dos milenios sin formar parte de ningún credo religioso.
Reportaje publicado en el diario El Correo y en Magonia el 29 de julio de 2008.