Todo se debió a un error periodístico. Lo cometió Bill Bequette, redactor del periódico East Oregonian, hace sesenta años. El 24 de junio de 1947, Kenneth Arnold (1915-1984), un vendedor de equipos de extinción de incendios de Boise (Idaho), le contó que, cuando horas antes viajaba en su avioneta sobre las montañas Cascade, había visto un grupo de nueve extraños objetos que «volaban erráticos, como un platillo si lo lanzas sobre el agua», cerca del monte Rainier. El periodista escribió una información en la que explicaba que los objetos tenían «forma de platillo». La noticia -incluida la confusión entre la forma del vuelo y la de los objetos- fue rebotada por las agencias United Press y Associated Press, y los cielos se llenaron de platillos volantes.
Los objetos tenían, en realidad, forma de bumerán y Arnold creyó al principio que eran una clase desconocida de avión a propulsión a chorro. «Estoy convencido de que se trataba de algún tipo de avión, aunque en muchos aspectos no se ajustaban a los tipos convencionales que conocía», escribió días después en su informe a las Fuerzas Aéreas. Por eso, su primera intención había sido informar de la observación al FBI, pero, al encontrar la oficina de Pendleton cerrada, acabó en la redacción del diario local. Las sospechas y cautelas iniciales de Arnold pronto cedieron ante el entusiasmo de un joven editor ávido de misterios.
Raymond A. Palmer (1910-1977) dirigía desde junio de 1938 la revista de ciencia ficción Amazing Stories. «Tan pronto como se hizo cargo de la dirección dedicó una enorme cantidad de energía a cambiar el rumbo de la revista. Hizo bajar la calidad de las historias y aumentar la circulación», recuerda Isaac Asimov en su libro Sobre la ciencia ficción (1981). En junio de 1947, Palmer dedicó la portada de Amazing a una delirante historia según la cual el subsuelo terrestre estaba habitado por robots abandonados por extraterrestres hace milenios. Cuando aparecieron los platillos volantes, contactó con Arnold inmediatamente porque vio en su historia el material ideal para el lanzamiento de Fate, una revista dedicada a lo paranormal que quería sacar al mercado.
El caso de Roswell
El error periodístico de Bequette tuvo tal impacto que las visiones de objetos discoidales se multiplicaron. Dos semanas después, el 8 de julio, el diario de un pueblo perdido de Nuevo México anunció en su primera página que el Ejército había capturado un platillo volante en un rancho cercano. La información del Roswell Daily Record se basaba en una nota del Ejército que decía que los restos del ingenio habían sido llevados al Aeródromo Militar de Roswell. La base era entonces el hogar del Grupo de Bombarderos 509 de la Octava Fuerza Aérea, el primer escuadrón atómico del mundo, el que destruyó Hiroshima y Nagasaki.
Los militares dieron marcha atrás aquel mismo día. Lo recuperado, indicaron, eran piezas de un globo meteorológico. La explicación casaba con los trozos de madera de balsa y papel de aluminio encontrados por el ranchero Marc Brazel que el Ejército presentó en una rueda de prensa. El hoy famoso caso Roswell quedó así desactivado hasta que en 1980 lo resucitó Charles Berlitz, promotor del falso enigma del triángulo de las Bermudas, en El incidente, libro que escribió con William L. Moore.
El suceso, en el que ningún ufólogo creyó en su tiempo, se convirtió en los años 80 en una mina de oro para los vendedores de misterios y Roswell, en centro de peregrinación de los creyentes en los ovnis. El Tribunal General de Cuentas de Estados Unidos reveló en 1994 que los restos del platillo de Roswell eran parte de un globo del proyecto Mogul, un programa secreto para la «detección de la onda expansiva generada por explosiones nucleares soviéticas», pero muchos ufólogos prefirieron ignorar la explicación. Gracias a eso, Ray Santilli, un avispado productor televisivo, ganó en 1995 una fortuna con una película que vendió a cadenas de televisión de medio mundo como si fuera una filmación de la autopsia practicada en 1947 a uno de los tripulantes del platillo de Roswell. La autenticidad de la cinta fue avalada en España por el ufólogo, y ahora novelista, Javier Sierra. Hace un año, John Humphreys, artífice de los efectos especiales de películas como Charlie y la fábrica de chocolate, reconoció haber creado el alienígena de la cinta de Santilli e interpretado a uno de los cirujanos.
Muertes y desapariciones
En julio de 1947, Palmer -que daba crédito a cualquier cosa, pero no prestó la mínima atención a la historia de Roswell- recibió la llamada de dos hombres que se presentaron como guardacostas. Le dijeron que el 21 de junio, tres días antes de la observación de Arnold, habían visto en la isla Maury, en el Estado de Washington, el choque en el cielo de dos platillos volantes. Palmer envió a investigar el caso a Tacoma al propio Arnold, quien se vio desbordado y pidió ayuda al capitán William Davidson y al teniente Frank Brown, los oficiales del servicio de inteligencia de la Fuerza Aérea que le habían interrogado por su avistamiento.
Davidson y Brown hablaron con los dos testigos y llegaron a la conclusión de que eran unos mentirosos. Los hombres les entregaron como prueba de su observación restos que supuestamente habían caído de uno de los platillos. El 1 de agosto, los militares despegaron con rumbo a California en un avión que se estrelló. Días después, varios periódicos recibieron llamadas anónimas en las que les informaban de que la aeronave siniestrada transportaba fragmentos de un ovni.
La investigación oficial concluyó que el accidente se debió a una avería, los trozos del platillos eran vulgares piedras -los dos hombres admitieron el engaño- y Palmer les había sido incitado a la farsa porque necesitaba noticias extraordinarias para su nueva revista. «Toda la historia de isla Maury fue un fraude. El primero, y posiblemente el segundo mejor, y el más sucio de los fraudes de la historia de la ufología», dejó escrito Edward J. Ruppelt, director del Proyecto Libro Azul entre 1952 y 1953, y que ha pasado a la historia de la ufología como un investigador de buena fe.
Al día siguiente del acccidente de Davidson y Brown, un avión de pasajeros desapareció mientras volaba entre Buenos Aires y Santiago de Chile. Cuando estaba a punto de aterrizar, la torre de control del aeropuerto de la capital chilena recibió el siguiente mensaje: «ETA (tiempo estimado de llegada) Santiago 17.45 horas. Stendec». El aparato nunca llegó a su destino. Familiares del radiotelegrafista de la nave concluyeron que el avión y sus once ocupantes habían sido secuestrados por extraterrestres. Años después, Antonio Ribera, el considerado padre de la ufología española, incluyó el suceso entre otros encuentros trágicos con los ovnis, en El gran enigma de los platillos volantes (1966). Sin embargo, los restos del avión fueron encontrados en cerro Tupungato, cerca de Mendoza, a 5.500 metros hace siete años. No habían viajado a otros mundos.
Los platillos volantes aparecieron cuando EE UU acababa de salir de una guerra, y su población y dirigentes miraban al cielo con miedo a un ataque nuclear. Los casos del verano de 1947 -visiones en el cielo, objetos estrellados, desapariciones y accidentes- sentaron las bases del mito. Poco importa hoy que prácticamente todos –la observación de Arnold ha recibido varias posibles explicaciones– se debieran a confusiones o fraudes. Siguen vivos en la literatura ufológica, junto a historias de implantes en abducidos y proyectos de hibridación entre humanos y alienígenas. Sesenta años después del error periodístico de Bill Bequette, hay las mismas pruebas que entonces de que nos visitan extraterrestres. Ninguna.
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Accidente mortal por seguir un objeto no identificado
Thomas F. Mantell, capitán de la Guardia Nacional Aérea de Kentucky, murió en la tarde del 7 de enero de 1948 cuando perseguía un platillo volante cerca de la base aérea de Godman. La gente que vio el objeto desde tierra lo describió como «un helado de cucurucho con la parte superior de color rojo». A los mandos de su caza Mustang P-51, Mantell dijo que era enorme.
«El objeto está delante y por encima de mí, moviéndose a la mitad de mi velocidad. Parece metálico o el reflejo de la luz del Sol en un objeto metálico, y es de un tamaño tremendo… Voy a seguir subiendo. Voy a intentar acercarme para verlo mejor», explicó a la torre de control a 4.500 metros de altura. Tras llegar a los 9.000 metros, el caza entró en pérdida y cayó en picado hasta estrellarse. El comité investigador concluyó que el piloto había perdido el conocimiento por falta de oxígeno. ¿Pero qué perseguía?
Aunque ha pasado a la historia de la ufología como su primer mártir, el capitán Mantell murió a la caza de un globo del programa Skyhook de estudio de los rayos cósmicos, secreto en los años 40. Aquella semana, se habían lanzado varios de esos grandes ingenios, visibles desde 20 kilómetros, en Ohio y el viento había llevado uno hasta cerca de la base de Godman.
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El misterio de los ovnis, a debate el 5 de julio en Bilbao
La Biblioteca de Bidebarrieta de Bilbao acogerá el 5 de julio el ciclo de charlas 60 años de platillos volantes, una iniciativa de El Correo, la Universidad del País Vasco (UPV), el Círculo Escéptico (CE), el Centro para la Investigación y el Ayuntamiento de Bilbao. Los participantes examinarán diversos aspectos del mito en cuatro charlas y una mesa redonda coordinada por Agustín Sánchez Lavega, astrofísico de la UPV.
El filósofo Ricardo Campo, de la Universidad de La Laguna y autor de Luces en el cielo y Ovnis ¡vaya timo!, hará un recorrido histórico, en La invasión que nunca llegó. El abogado Fernando L. Frías, presidente del CE, hablará sobre la investigación ovni en nuestro país, en La chapuza galáctica: ufología a la española. Eduardo Angulo, biólogo de la UPV, disertará sobre los seres de otros mundos de la ciencia ficción, en ¡Marciano, ven a casa!. Y Luis Alfonso Gámez, periodista de El Correo, explicará por qué los tripulantes de los ovnis son pequeños humanoides cabezones, en 40 años de hombrecillos grises.
Reportaje publicado en el diario El Correo y en Magonia el 25 de junio de 2007.