Hay gente ahí fuera que lee la mente y cura mediante la imposición de manos. Los Gobiernos ocultan pruebas de visitas de seres de otros mundos que, cuando no se estrellan con sus naves cerca de Roswell, secuestran humanos para experimentar con ellos. Si colocamos los muebles de casa siguiendo una orientación determinada, conseguimos un equilibrio energético beneficioso para la salud. Algunas personas son capaces de detectar el agua subterránea y otras predicen el tiempo que hará durante la próxima estación con sólo mirar al cielo en unos días determinados. Existió una Humanidad que convivió con los dinosaurios. El agua tiene memoria. Contra el Pentágono no chocó, el 11-S, un avión de pasajeros pilotado por integristas islámicos, sino un misil lanzado por el Gobierno de Estados Unidos.
Mucha gente a nuestro alrededor piensa que algunas o todas las afirmaciones del párrafo anterior tienen fundamento. Atrévase: pregunte a sus conocidos si creen en la astrología, la telepatía, las posesiones demoníacas, la combustión espontánea, la Atlántida, los vampiros, el viaje astral, la comunicación con los espíritus, la homeopatía, los ovnis, Nostradamus, las psicofonías, el poder de las pirámides, el código secreto de la Biblia, la sábana santa, el monstruo del lago Ness, Uri Geller, los milagros… Se sorprenderá. Pero es que la frontera entre lo posible y lo imposible no está tan clara en nuestro mundo. ¿Acaso no es cierto, por ejemplo, que hoy podemos llevar en un pequeño dispositivo digital más información que la almacenada en la mayoría de las bibliotecas familiares? Hace unos años nos parecería imposible, pero hoy es así. ¿Por qué no va a haber algo de verdad, entonces, tras algunos de los llamados fenómenos paranormales?
Hace treinta años, cuando era un adolescente, creía en la posibilidad de que nos visitaran seres de otros planetas. Me parecía lo lógico. A fin de cuentas, nosotros habíamos ido a la Luna. Llevado por la curiosidad, me volqué en la lectura de libros sobre platillos volantes y astronomía, y, al final, la información y el contacto con otra gente sinceramente interesada en el asunto me hizo perder la fe extraterrestre, pedir pruebas, contrastar afirmaciones… Tras la caída del caballo y ya con la lección aprendida, sentí la necesidad de explorar otros presuntos enigmas que hasta ese momento no me habían atraído, en los que nunca había creído ni remotamente. Intuía que eran tan molinos de viento como mis gigantes de otros mundos. Mi sospecha se vio confirmada en todos y cada uno de los casos, y todavía no hay año en el que no me tope con algún aparente nuevo misterio que en cuanto rasco acaba no siendo tal.
Mi trabajo como periodista encargado de cubrir la información científica en el diario El Correo incluye el desenmascaramiento de falsos enigmas. Es divertido, tengo que reconocerlo, y me proporciona momentos de mucha satisfacción. Además, los llamados misterios paranormales son un magnífico recurso para atraer la atención del público sobre la ciencia, la historia, la cultura en general. Tienen un indudable gancho. Alguien interesado en lo que hay de cierto tras el mito de la Atlántida, si bebe de fuentes fiables, acabará aprendiendo sobre historia antigua, mitología, geología, filosofía… Al final del camino considerará el relato de Platón una historia moralizante, pero durante el trayecto habrá oído hablar, y quizás aprendido algo, de las guerras médicas, la tectónica de placas, los egipcios, la cultura de Tartessos, la filosofía griega… Creo, como ha dicho Martin Gardner, que «una de las mejores maneras de aprender algo sobre cualquier rama de la ciencia es descubrir en qué se equivocan sus chiflados». Pero es que también considero que hay que luchar contra el pensamiento mágico por el riesgo que supone no sólo para quienes lo miento practican, sino para todos.
«Si se cuestionan la ciencia y sus principios, y se pone en duda el valor de sus productos y el de la tecnología, son los cimientos de nuestra sociedad los que se ponen en cuestión». Es la advertencia que lanzan Félix Goñi, director de la Unidad de Biofísica de la Universidad del País Vasco (UPV) y el Consejo superior de Investigaciones Científicas (CSIC), y Juan Ignacio Pérez, rector de la UPV, en el ensayo que firman en el libro Misterios a la luz de la ciencia ciencia. Esta obra, que llegará a las librerías en otoño, pretende alertar desde la Academia sobre la necesidad de combatir la superchería, de reivindicar el espíritu de la Ilustración. Es el último fruto de una jornada de divulgación celebrada en Bilbao en noviembre de 2006 dentro de la Semana Europea de la Ciencia y la Tecnología, que tuvo continuidad el año pasado, la tendrá éste y esperamos que la tenga el próximo. Una experiencia pionera -promovida por la UPV, El Correo y el Círculo Escéptico– en la cual profesores universitarios y periodistas explican a la gente de la calle lo que hay de cierto y de falso en asuntos tan dispares como el peligro para la salud de las antenas de la telefonía, las caras de Bélmez y la idea de que sólo empleamos una pequeña parte del cerebro, por citar tres ejemplos.
Es bueno que nos preguntemos cosas, que busquemos explicación a lo aparentemente misterioso. A fin de cuentas, eso es lo que hacen los científicos, ¿no? Misterios a la luz de la ciencia responde a esa inquietud y da pistas para comprender mejor la trascendencia de algunas empresas y la imposibilidad de otras. Los tres primeros capítulos analizan la posibilidad de que haya vida en otros mundos, monstruos en el nuestro y sistemas de predicción meteorológica fiables basados en la sabiduría popular, de la mano del astrofísico Agustín Sánchez Lavega, el biólogo Eduardo Angulo y el meteorólogo Jon Sáenz. Después, el periodista científico Mauricio-José Schwarz ofrece una guía para la detección de camelos en un mundo donde cada vez más gente quiere engañarnos. El biólogo Juan Ignacio Pérez y el biofísico Félix Goñi reflexionan, por último, sobre el peligro que supone el auge del pensamiento mágico para sociedades democráticas como la nuestra. ¡Ah!, se me olvidaba, la edición es de lujo y nace con vocación de ser el primer título de una colección de divulgación, EHUpress.
Espero, sinceramente, que esta obra no sea una iniciativa aislada, aunque ya sólo que haya llegado a buen puerto me parece algo extraordinario y de agradecer a quienes desde el rectorado han trabajado en la sombra para lograrlo. Después de más de veinte años buscando la ayuda de educadores y científicos vascos en la lucha contra el pensamiento mágico, un encuentro por otros motivos con el rector de la UPV fue el detonante de este proyecto, cuyo objetivo es reivindicar el conocimiento basado en la evidencia frente a la superstición y la ignorancia que en otros tiempos llevó a la quema de brujas y a considerar a la mujer un ser inferior, y ahora achaca a seres extraterrestres las grandes obras de la Antigüedad no europeas. Científicos, educadores y periodistas somos la clave en esta lucha, que no es sino una lucha contra la incultura y el aborregamiento de la ciudadanía en la sociedad de la información. De nosotros depende, en gran medida, parar el avance de lo irracional, cuya última víctima puede ser la democracia. Para conseguirlo, tenemos que trabajar juntos. Misterios a la luz de la ciencia responde a esa inquietud y creo que es divulgación de la buena. Ustedes, no obstante, tienen la última palabra.
Luis Alfonso Gámez (Ed.): Misterios a la luz de la ciencia. EHUpress. Bilbao 2008. 226 páginas. 11 €.
Artículo publicado en el núm. 62 (30 de junio de 2008) de Campusa , revista de la Universidad del País Vasco.
Artículo publicado en Magonia el 8 de septiembre de 2008.