El terremoto de Perú de agosto de 2007 no sólo mató a casi 600 personas, sino que también puso en peligro la conservación de los únicos vestigios que han llegado hasta nosotros de una Humanidad que convivió con los dinosaurios, según algunos aficionados a lo paranormal. Se conocen popularmente como las piedras de Ica. Son una colección de rocas grabadas con escenas de operaciones quirúrgicas, partidas de caza de dinosaurios y mapas de la Tierra con Atlántida y Lemuria, que atesoró hasta su muerte, en diciembre de 2001, el médico Javier Cabrera en su casa de Ica, ciudad situada al sur de Lima en medio del desierto.
La primera piedra se la dio a Cabrera como regalo de cumpleaños un amigo en 1966. Se veía en ella un animal alado que el médico identificó como un pterosaurio, reptil volador que se extinguió con los dinosaurios hace 65 millones de años. Se interesó por la procedencia de la roca y su amigo le respondió que las tallaban los campesinos del cercano pueblo de Ocucaje. Cabrera empezó entonces a comprar masivamente piedras grabadas a los lugareños. Uno de ellos, Basilio Uchuya, se convirtió en su principal proveedor y, cuando falleció, el médico contaba con unas 15.000 piezas ordenadas según sus motivos temáticos.
Una biblioteca lítica
Robert Charroux, que con el tiempo se convertiría en uno de los principales impulsores de la idea de que nos visitaron extraterrestres en la Antigüedad, fue quien descubrió al mundo los grabados de Ica en su libro El enigma de los Andes(1974). «Mis piedras provienen de las civilizaciones de los primeros hombres cultos de nuestra Tierra -sostenía Cabrera-. Por razón desconocida, quizá un cataclismo natural, esa civilización desapareció, pero los hombres de la antigua Ica quisieron dejarnos un testimonio indestructible, o al menos susceptible de superar los peligros del tiempo. Esos archivos pertenecen a un pueblo culturalmente próximo a nosotros, pero heredero por línea directa de los conocimientos de nuestros grandes antepasados».
El ufólogo Juan José Benítez abundaba un año después en la idea en su libro Existió otra Humanidad. La biblioteca lítica, como llamaba Cabrera a su colección de rocas, era el legado de una civilización de hombrecillos cabezones, narigudos, que vestían sólo con taparrabos y se cubrían con tocados de plumas, hacían trasplantes hasta de cerebro, volaban en pájaros mecánicos, viajaban a otros mundos, habían declarado la guerra a los dinosaurios, construyeron las pirámides de Egipto… Aquellos humanos habían huido hacia las Pléyades en cuanto vieron la que se les venía encima: dos de las tres lunas que, según los grabados peruanos, la Tierra tenía entonces iban a chocar contra el planeta, lo que provocaría la extinción de los dinosaurios y el hundimiento de la Atlántida. Benítez consideraba que las piedras de Ica contenían unos conocimientos «que han hecho palidecer nuestra soberbia civilización».
El hallazgo chocó, sin embargo, desde el principio con el escepticismo de los historiadores. Frente al entusiasmo de los partidarios de lo paranormal, los académicos dudaban de la historia del médico peruano. Para Roger Ravínez, portavoz en 1974 del Instituto Nacional de Cultura de Perú, todo era un cuento chino y «Cabrera deliraba». El arqueólogo basaba su veredicto en un estudio del estilo de los grabados y en «microfotografías de las incisiones». Tres décadas después, el dictamen de la ciencia sigue siendo el mismo: las piedras de Ica son un fraude porque, aunque las rocas son antiguas, los grabados son recientes y se han hecho con lijas, sierras y ácidos, según han demostrado diversos análisis.
Talla indígena
Nunca hizo en realidad falta llegar hasta el laboratorio. El engaño estaba claro desde el principio para todo el que quisiera verlo. No sólo es que los humanos no convivieron con los dinosaurios -la extinción de los lagartos terribles y la aparición de los homínidos están separadas por unos 60 millones de años-, sino que además el ciclo de desarrollo de aquellos animales no tenía nada que ver con el descrito en las piedras -según éstas, los dinosaurios nacían como larvas para luego sufrir una metamorfosis-. Ni la Atlántida y Lemuria existieron ni hubo alguna vez tres lunas, y resulta ridículo que una civilización avanzada emprendiera una guerra contra los dinosaurios armada con hachas y puñales. Y, lo más importante, nunca un arqueólogo ha desenterrado una piedra de Ica en ningún lugar del mundo; todas han llegado de manos de los indígenas de Ocucaje.
«Entre los huaqueros (saqueadores de yacimientos) de los alrededores de Lima se dice que, si le informas de tu profesión al médico de Ica, se excusará durante quince minutos y podrás escuchar el ruido de su torno de dentista en una habitación trasera antes de que regrese de las profundidades de su museo con una piedra tallada, que, por una extraña y en cierto modo artificial coincidencia, presenta un dibujo de alguien de un distante pasado ejerciendo tu profesión», ironizaba en 1982 el experto en desenmascarar fraudes científicos James Randi. Quienes durante cuarenta años han tallado las piedras han sido algunos vecinos de Ocucaje que se han sacado un dinero extra vendiéndolas a Cabrera y a los turistas.
Basilio Uchuya confesó en 1975 que copiaba en los grabados que hacía para el médico los motivos decorativos de revistas ilustradas y posteriormente ha dicho en repetidas ocasiones que es el autor de la mayoría de las piezas de su colección. Quienes han seguido la estela de Charroux prefieren, no obstante, ignorar los testimonios del campesino y creer que en 1966 Cabrera descubrió las pruebas de la existencia de una remota Humanidad, de que ocurrió en la realidad algo parecido a lo que pasa en la película Hace un millón de años, estrenada aquel mismo año y en la cual Raquel Welch corre en biquini de piel delante de los dinosaurios.
El libro
Fraudes paranormales (1982): el ilusionista y especialista en fraudes científicos James Randi desmonta mil y un enigmas -incluido el de las piedras de Ica- en un libro ideal para quien quiera una aproximación general al mundo de lo paranormal.
Reportaje publicado en el diario El Correo y en Magonia el 6 de agosto de 2008.