«Bienvenidos a Roswell. Actualmente no es famoso por nada». Así reza el cartel gracias al que se enteran de dónde están los extraterrestres de la nave Júpiter 42 al estrellarse en julio de 1947 en el desierto de Nuevo México, en la irreverente serie de animación para adultos Tropiezos estelares. Sesenta años después, es mucha la gente que ha oído hablar de Roswell y recientemente hemos sabido que hasta Indiana Jones, el aventurero por antonomasia, participó en el examen de los restos de lo que cayó allí.
Roswell tiene hoy unos 49.000 habitantes, casi el doble que el 8 de julio de 1947. Aquel día, el diario local dio en su portada la noticia de la recuperación de un platillo volante en un rancho de la región por parte de los militares. Dos semanas antes, Kenneth Arnold, un hombre de negocios que pilotaba su avioneta, había visto sobre las montañas Cascada nueve objetos extraños que «volaban erráticos, como un platillo si lo lanzas sobre el agua». Tenían forma de bumerán; pero el periodista que cubrió la historia confundió la forma de los objetos con la del vuelo y los bautizó como platillos volantes. La denominación hizo fortuna y pronto las observaciones de discos se multiplicaron por Estados Unidos.
30 años de silencio
La noticia del ovni estrellado que dio el Roswell Daily Record se basaba en un comunicado de prensa dictado por el teniente Walter Haut. «Los muchos rumores sobre platillos volantes se hicieron realidad ayer cuando la oficina de Inteligencia del Grupo de Bombarderos 509 de la Octava Fuera Aérea, Aeródromo del Ejército de Roswell (RAAF), tuvo la suerte de obtener un disco gracias a la cooperación de uno de los granjeros locales y de la oficina del sheriff del condado de Chávez», dijo Haut. Según el periódico, el objeto había sido visto antes de estrellarse por Dan Willmot y su esposa. Él, «uno de los más respetados y fiables» vecinos de Roswell, había calculado que tenía unos 7 metros de diámetro, volaba a 500 metros de altura e iba a entre 600 y 800 kilómetros por hora. Tenía forma de dos platos unidos por su parte cóncava y desapareció detrás de una colina.
Los militares rectificaron al día siguiente. Dijeron que lo recuperado no era un platillo volante, sino piezas de un globo meteorológico, y mostraron a la Prensa los trozos de madera de balsa y papel de aluminio encontrados por el ranchero Marc Brazel, materiales que en principio parecen poco apropiados para una nave interplanetaria. El caso del platillo volante estrellado en Roswell se hizo añicos, y los ufólogos olvidaron la historia durante décadas. Hasta que Charles Berlitz y William Moore la resucitaron en 1980 con su libro El incidente. El ufólogo Leo Stringfield había publicado una serie de artículos sobre accidentes de ovnis y autopsias a alienígenas en la Flying Saucer Review un año antes; pero es a Berlitz, autor de El triángulo de las Bermudas (1974), a quien Roswell debe su fama.
Él y Moore dieron con nuevos testigos -y con viejos que contaban cosas que habían callado durante décadas- de un suceso que ya no se limitaba al hallazgo de restos de una nave de otro mundo: resultaba que los militares habían rescatado los cuerpos de los pequeños tripulantes del platillo. Fue sólo el principio. Otros ufólogos volvieron la mirada a Roswell y salieron de debajo de las piedras vecinos que se habían visto involucrados en el incidente y conservaban recuerdos extraordinariamente vívidos. Desde 1990, no hay año sin un nuevo libro sobre el caso que incluya sorprendentes revelaciones. A estas alturas, son tantas las versiones de los hechos que no existe consenso sobre el día de autos -va desde el 14 de junio hasta el 4 de julio- y media docena de lugares compiten por ser el del tortazo.
Bombas y espías
Roswell es una Disneylandia paranormal cuyo Mickey es un extraterrestre cabezón de grandes ojos almendrados. Cuenta desde 1992 con un Centro de Investigación y Museo Internacional Ovni que ha recibido más de 2,5 millones de visitantes. Uno de sus fundadores es Glenn Dennis, joven trabajador de la funeraria local en 1947. Tras cuarenta años de silencio, en 1989 se descolgó con que en su día recibió una llamada telefónica de la base militar preguntándole cuál era el ataúd más pequeño que tenía y sobre técnicas de embalsamamiento. Dennis ha presentado las mismas pruebas de sus afirmaciones que los demás testigos resucitados por Berlitz, Moore y otros ufólogos: ninguna.
Desde 1996, Roswell celebra a principios de julio un Festival Ovni en el que conviven ufólogos y turistas disfrazados de extraterrestres. Es otro mundo en el que no importa que nadie se creyera la historia de la nave espacial estrellada cuando ocurrió. Ni siquiera se la tragó Raymond Palmer, un editor de ciencia ficción que fue el primero en explotar en los años 30 el potencial mediático de las creencias paranormales. Es otro mundo en el que los militares han guardado un secreto durante casi cincuenta años; aunque no el que creen los aficionados a los platillos volantes.
Porque la de Roswell no era a finales de los años 40 una base militar cualquiera. Allí estaba estacionado el primer escuadrón atómico del mundo, el Grupo de Bombarderos 509. Y lo que cayó en las cercanías en 1947 no fue un globo meteorológico, ni tampoco una nave de otro mundo. Se trató, según la información desclasificada en 1994 por la Fuerza Aérea, del globo número 4 del proyecto ultrasecreto Mogul, lanzado el 4 de junio desde Alamogordo, a 150 kilómetros de Roswell. El objetivo del ingenio estratosférico era detectar las ondas sonoras provocadas por las esperadas pruebas nucleares soviéticas: EE UU quería saber cuándo la URSS se hacía con la bomba atómica, algo que ocurrió el 29 de agosto de 1949 con la detonación de Joe 1. Los restos recuperados por Marc Brazel en su rancho eran los de un globo espía.
El libro
Roswell. Inconvenient facts and the will to believe (2001): Karl T. Pflock estaba convencido de que hemos sido visitados por extraterrestres; pero en este libro desmonta el caso Roswell.
Reportaje publicado en el diario El Correo y en Magonia el 27 de julio de 2008.