Vi Encuentros en la tercera fase (1977) en el desaparecido cine Astoria de Bilbao en abril de 1978, meses después de haber alucinado en la misma sala con La guerra de las galaxias (1977). Salí de la proyección, a la que fui con mi hermano, impresionado por la historia y el despliegue de efectos especiales. Es posible -no lo puedo asegurar- que esta cinta me acabara por lanzar en los brazos del fenómeno de los platillos volantes, que consideré un auténtico enigma durante la adolescencia. Después, he visto la película de Steven Spielberg varias veces, aunque de otro modo, quizá porque es una obra con una carga religiosa que la enriquece a quien la ve con fe.
«Para aquéllos que no pueden creer en la Segunda Venida, ni en las esperanzas mesiánicas del judaísmo ortodoxo, ¡están los ovnis! Si la Tierra está siendo visitada por extraterrestres, si el cielo (como señala un sahdu hindú en Encuentros) está cantando para nosotros, seguramente los alienígenas deben ser amistosos o ya nos habríamos enterado de lo contrario. Esta posibilidad infantil es la que ha mantenido en el candelero a los platillos volantes durante treinta años. ¡Treinta años! Exactamente la edad del señor Spielberg», escribió Martin Gardner en 1978 en The New York Review of Books. En ese texto, publicado en español en La ciencia: lo bueno, lo malo y lo falso (1981), el divulgador científico y escéptico fustiga sin piedad la novelización de la película firmada por el cineasta y califica el credo ufológico de religión pop.
Coincido con Gardner en que el libro de Spielberg se le cae a uno de las manos -fui incapaz de leerlo en su día y eso que he leído cosas muy, muy malas- y en que estamos ante una película equiparable a esas epopeyas religiosas con las que ciertas cadenas de televisión castigan a la audiencia en Navidad y Semana Santa, época esta última en la que mi debilidad es La vida de Brian (1979). Sin embargo, Encuentros en la tercera fase me sigue gustando, al igual que, a pesar de las críticas de muchos amigos escépticos, me encanta Expediente X. Por eso, celebro que, con motivo del trigésimo aniversario de su estreno en Estados Unidos, haya salido a la venta un paquete con la versión original, la especial, el montaje de 1998 y tres documentales.
Ufólogos en la pantalla grande
El hombre que está en el origen de Encuentros en la tecera fase murió en abril de 1986, a los 75 años. Se llamaba Joseph Allen Hynek y era astrónomo. Fue asesor de los proyectos Signo, Imán, Rencor y Libro Azul, nombres en clave de los estudios sobre ovnis de la Fuerza Aérea de Estados Unidos entre 1947 y 1969. Explicaba convencionalmente sucesos en los que los ufólogos veían extraterrestres. Poco después de que la Fuerza Aérea abandonara en 1969 las investigaciones sobre platillos volantes por considerar que éstos ni eran producto de una tecnología avanzada ni una amenaza para EE UU, se cayó del caballo y se convirtió a la fe alienígena.
Hynek publicó en 1972 The ufo experience (La experiencia ovni). En este libro, divide los avistamientos de platillos volantes en observaciones lejanas y cercanas, siendo estas últimas las que tienen lugar a menos de 150 metros. Dentro de las primeras, distingue las luces nocturnas, los discos diurnos y los objetos detectados por radar, mientras que divide las segundas en encuentros cercanos del primer tipo -el objeto no interactúa ni con el testigo ni con el entorno-, del segundo tipo -deja pruebas en forma de huellas, quemaduras…- y del tercer tipo -se hacen visibles los tripulantes-, que son los que dan título a la película de ovnis más famosa.
Encuentros en la tercera fase -errónea traducción de Close encounters of the third kind– es un recorrido por la clasificación de Hynek, quien fue asesor técnico de la película. La acción arranca con las luces nocturnas, elude los discos diurnos -ver los ingenios alienígenas claramente hubiera minado la apoteosis final- y culmina con el descenso de los tripulantes de una gran nave en la Torre del Diablo, en Wyoming. Entre los asistentes a ese primer contacto, está Hynek, quien protagoniza 8 segundos de la cinta en los que se abre paso entre el gentío, con su barba de chivo, bata blanca y chupando una pipa. Pero hay otro ufólogo con mayor protagonismo en la trama.
Interpretado por François Truffaut, el francés Claude Lacombe es quien descubre el lenguaje musical de los extraterrestres de Spielberg. El personaje está inspirado en Jacques Vallée, astrónomo y ufólogo galo que en 1969 se doctoró en Informática por la Universidad del Noroeste (Illinois), donde conoció a Hynek. Vallée es autor de Pasaporte a Magonia (1969), libro en el que propuso que «los seres de los ovnis actuales pertenecen al mismo tipo de manifestaciones que se describían en siglos pasados secuestrando humanos y volando a través de los cielos». Ángeles, demonios, hadas, elfos y extraterrestres eran, para él, diferentes denominaciones para unos mismos entes de otra dimensión que han influido en la historia humana.
El prototipo de extraterrestre
El comienzo y parte del final de Encuentros en la tercera fase son guiños al misterio del triángulo de las Bermudas, fabricado por Charles Berlitz y otros autores con alergia a la verdad. Al principio, Lacombe identifica en el desierto mexicano de Sonora un escuadrón de aviones torpederos desaparecidos en aguas del Atlántico, frente a Florida, el 5 de diciembre de 1945, el llamado Vuelo 19. Los aparatos están intactos; sólo faltan las tripulaciones. Al final, los militares desaparecidos en 1945 descienden de la gran nave extraterrestre, y el ufólogo comprueba que no han envejecido. Lacombe y el electricista Roy Neary, interpretado por Richard Dreyfuss, viven sendas conversiones al credo alienígena: el primero, a través de la investigación de una sucesión de avistamientos; el segundo, por su obsesión tras un encuentro cercano del segundo tipo en el que un ovni vuelve loco el instrumental de su furgoneta.
Encuentros en la tercera fase fue para Spielberg una película especial. En aquella época, creía en las visitas alienígenas. Pero el tiempo no pasa en vano. «Ya no estoy tan seguro de la presencia de vida extraterrestre entre nosotros como veinte años atrás -admitía el cineasta hace dos años-. En los 70 yo estaba absolutamente convencido de que estábamos siendo visitados. Es lo que reflejé durante el rodaje de Encuentros en la tercera fase, y después con ET. Pero no me han convencido mucho las pruebas que se han aportado desde entonces. A diferencia de los años 60 y 70, ahora poseemos millones de videocámaras y, no obstante, no hemos conseguido mejores evidencias. Las imágenes de los ovnis de hace treinta años no han cambiado y siguen siendo de objetos que no requieren necesariamente una tecnología extraterrestre».
La influencia de Encuentros en la tercera fase en la cultura popular es evidente. El prototipo actual de alienígena -flacucho, cabezón y gris- se impuso al resto gracias a esta película. «Spielberg triunfó tanto en la creación de la imagen canónica del ET postmoderno como en proporcionar una explicación a por qué no lo vemos: todo se debe a un encubrimiento gubernamental«, destaca el historiador del arte John F. Moffitt en su libro Picturing extraterrestrials. Alien images in modern mass culture (Dibujando extraterrestres. Imágenes alienígenas en la moderna cultura de masas). Desde el primer contacto de la Torre del Diablo, los extraterrestres son grises. Si no, no son creíbles.
Nota publicada en Magonia el 5 de diciembre de 2007.