Es un pequeño triángulo de tierra en medio de una inmensidad azul. La isla de Pascua está considerada uno de los lugares más remotos de nuestro planeta: se encuentra en mitad del Pacífico, a 3.700 kilómetros -cinco horas en avión- al oeste de Chile y a 1.900 al este del archipiélago de las Pitcairn. A pesar de ese aislamiento y de sus reducidas dimensiones -tiene 163 kilómetros cuadrados, una cuarta parte que la ciudad de Madrid-, es famosa en todo el mundo gracias a los moáis, las casi 900 estatuas que la salpican desde el volcán en cuya ladera fueron talladas hasta los altares costeros desde los cuales miran al mar.
De origen volcánico, la isla debe su nombre a que fue descubierta por el holandés Jakob Roggeveen el 5 de abril de 1722, domingo de Pascua de Resurreción. Los tres barcos de la expedición habían partido de Chile y tardado diecisiete días en llegar a Pascua, donde se encontraron con un grupo humano de la Edad de Piedra. ¿Cómo habían llegado hasta allí con unas simples canoas? Y lo más llamativo: ¿cómo habían levantado las estatuas? «En un principio las imágenes de piedra nos llenaron de asombro porque no podíamos comprender cómo estas gentes, que carecían de madera fuerte y pesada para construir cualquier tipo de maquinaria, así como de sogas resistentes, habían conseguido, no obstante, erigir unas imágenes semejantes, que al menos tenían 10 metros de alto y eran proporcionalmente gruesas», escribió el navegante en su diario.
Por arte de magia
El tamaño medio de los moáis es de 4 metros y el peso, de 13 toneladas, aunque hay figuras de hasta 82 toneladas. «De ninguna manera se puede admitir que tan enormes trozos de lava hayan sido despejados con primitivas y diminutas hachas de piedra», plantea Erich von Däniken en su libro El mensaje de los dioses (1973). Para el autor suizo, «cosmonautas de otro mundo visitaron a los nativos y les suministraron herramientas perfeccionadas, que podían manejar los sacerdotes o hechiceros». Cuando los visitantes se marcharon, explica Von Däniken, sus herramientas acabaron estropeándose y de ahí las figuras a medio esculpir que invaden la ladera del volcán Rano Raraku, la cantera de donde salieron los moáis.
Juan José Benítez sostiene, por su parte, que las estatuas son una obra humana hecha con útiles de piedra, como dicen los arqueólogos; pero añade que hay un enigma: cómo se transportaron hasta sus ubicaciones definitivas. «El gran fallo de cuantos han intentado explicar el traslado de los moáis de forma convencional aparece al echar mano de la madera», argumenta el ufólogo, para quien dar por hecho que ésta fue alguna vez «un bien abundante en la isla» es un «grave error». Y añade que el único árbol existente en Pascua, el toromiro, no podía ayudar en una tarea para la cual se necesitarían «cientos o miles de hombres». «Era el poder más excepcional del rey, o de los sacerdotes, el que levantaba las estatuas en la cantera, desplazándolas por el aire», asegura.
Tras una visita a Pascua en 1877, el etnólogo francés Alphonse Pinart describió todo el proceso de talla y traslado de los moáis en el Bulletin de la Société de Géographie de París, sin recurrir ni a los extraterrestres ni a superpoderes. Seis años después, el geógrafo Ricardo Beltrán y Rózpide se hacía eco del hallazgo de Pinart en el Boletín de la Sociedad Geográfica de Madrid: «Escogían siempre una roca en plano inclinado; en la misma roca tallaban la escultura, perforaban después la piedra por debajo de la estatua con tantos agujeros como fueran necesarios para separarla de la roca, y la hacían resbalar sobre la pendiente hasta el lugar en que debía erigirse, donde habían ahondado lo suficiente para enterrar la parte inferior de la estatua, quedando sólo el busto al exterior».
Madera y cuerdas
Los hallazgos de esquirlas de piedra y útiles de obsidiana junto a las figuras a medio tallar del Rano Raraku confirman la hipótesis de Pinart. Porque los moáis no son tan duros como los pinta Von Däniken. No sólo es que la toba volcánica se puede trabajar con piedra, sino que, además, es extraordinariamente frágil. Tanto que en marzo pasado un turista finlandés arrancó una oreja a una de las estatuas ¡sólo con sus manos! ¿Y el transporte? Es cierto que hoy en día no hay madera en Pascua; pero sí la hubo en el pasado y, en contra de lo que mantiene Benítez, era apta para construir trineos sobre los que llevar las figuras a kilómetros de distancia.
El explorador noruego Thor Heyerdahl visitó Pascua en 1955 y puso a prueba las ideas de Pinart. Con una docena de hombres, levantó un moái de 25 toneladas en la playa de Anakena en dieciocho días. Utilizó para ello cuerdas, palancas y piedras, lo mismo que tuvieron a su alcance los antiguos pascuenses. Levantaban un poco la figura con las palancas y metían piedras bajo ella para sostenerla en esa posición; volvían a levantarla otro poco con las palancas y metían más piedras; y así sucesivamente hasta que alcanzaba la vertical. Heyerdahl calculó que una docena de indígenas podría tallar con sus herramientas de piedra una estatua mediana en un año. Luego, se transportaba hasta su emplazamiento sobre trineos de madera de los que decenas de hombres tiraban con cuerdas.
Porque en Pascua había madera en abundancia cuando llegaron a la isla los primeros humanos hacia 1200, según la datación de muestras del yacimiento más antiguo de la isla. Los análisis de pólenes han revelado que en aquella época crecían en la isla árboles de hasta 30 metros de altura; aunque duraron poco. Los recién llegados empezaron a esculpir estatuas y a talar masivamente árboles y palmeras para calentarse, construir canoas y transportar las figuras. La febril actividad les llevó a diezmar los recursos naturales de la pequeña isla y al declive cultural. Cuando desembarcó Roggeveen en 1722 sólo las gigantescas esculturas quedaban como prueba de la extraordinaria cultura de los talladores de moáis.
El libro
Colapso (2005): el geógrafo Jared Diamond, autor del magistral Armas, gérmenes y acero (1997), explora la historia de sociedades desaparecidas, como la maya, la vikinga de Groenlandia y la pascuense.
Reportaje publicado en el diario El Correo y en Magonia el 18 de agosto de 2008.