La Gran Pirámide es la más antigua de las Siete Maravillas del Mundo y la única que ha llegado hasta nuestros días. Se levanta en la meseta de Giza, a las afueras de El Cairo, dentro de un complejo funerario vigilado por una gigantesca esfinge. No es única -hay decenas de pirámides en Egipto y sólo en Giza existen once-, pero sí la más grande: de base cuadrada, con 230 metros de lado, fue durante 3.800 años el edificio más alto del mundo. Sus 146,6 metros originales -ahora mide 138,8- fueron el techo de la arquitectura hasta que en el siglo XIV los superó la catedral de Lincoln (Reino Unido).
Considerada por los historiadores la tumba del faraón Keops, que reinó entre 2551 y 2528 antes de Cristo (aC), hay autores que sostienen, sin embargo, que no fue obra de los antiguos egipcios. «Se hallaban todavía en la Edad de Piedra, con un precario desarrollo agrícola y un incipiente pastoreo. Sus herramientas eran groseras, basadas fundamentalmente en la industria lítica», argumenta Juan José Benítez en su serie Planeta encantado. Resulta ciertamente difícil de creer que «gentes primitivas que ni siquiera conocían la escritura» construyeran un edificio tan complejo, con pocos centímetros de diferencia entre sus lados, milímetros de desviación respecto a la horizontal y sus caras orientadas casi perfectamente hacia los puntos cardinales.
Ayuda atlante
«La pirámide de Keops tiene esta particularidad, entre otras muchas: su altura en metros multiplicada por mil millones equivale a la distancia Tierra-Sol, es decir, 149,5 millones de kilómetros», destaca Erich von Däniken en Recuerdos del futuro (1968). Quienes como el autor suizo mantienen que no la hicieron por sus medios los súbditos del faraón de la IV Dinastía, apuntan a la ayuda de seres de otros mundos y atlantes que les habrían transmitido los conocimientos para acometer la empresa. Una de esas técnicas sería la del ablandamiento de la piedra, que habría ahorrado la extracción y posterior transporte de los más de 2 millones de bloques de unas 2,5 toneladas que se calculan para la Gran Pirámide.
Los piramidólogos dicen que, sin naves extraterrestres, máquinas atlantes o técnicas como la del ablandamiento de la piedra, los antiguos egipcios no podían levantar el edificio. «La tecnología aplicada en esa construcción es tan increíble que sería imposible realizarla con la que utilizamos en la actualidad, y mucho menos con las herramientas de madera y de cobre que existen en el Museo de El Cairo provenientes de la IV Dinastía», sentencia Manuel José Delgado, un habitual de las revistas esotéricas españolas para quien la Gran Pirámide «ni fue una tumba ni fue construida por Keops». ¿Qué fue entonces?
Hubo en los años 70 del siglo pasado una fiebre piramidológica, como consecuencia de la publicación de El poder mágico de las pirámides (1974), de Max Toth y Greg Nielsen. El libro incluía una pequeña pirámide roja de cartón -a escala de la Keops- para ponerla debajo de la cama y descansar mejor, meter cuchillas de afeitar en su interior y que duraran más tiempo afiladas o usarla para incrementar la potencia sexual. «Sin duda alguna, los próximos años han de aportar un gran avance en la recuperación de la sabiduría extensiva e intensiva de las pirámides», auguraban Toth y Nielsen a mediados de los años 70. El tiempo ha pasado y ahora se venden casas piramidales con el mismo fundamento con que se quitan méritos a los humanos de otras épocas.
Una gran potencia
El Egipto de Keops no era el país atrasado que describe Benítez. Era un Estado con una compleja organización política, económica y social, que conocía la escritura desde hacía siglos. Los habitantes del valle del Nilo disfrutaban hace 4.600 años de grandes obras de canalización y riego, y habían redactado el primer tratado de cirugía. La Gran Pirámide fue la obra cumbre de un largo proceso que había empezado siglos antes con los enterramientos bajo un montón de tierra, arena o piedras; continuado con la construcción en adobe de mastabas -edificios funerarios de techo plano-; ascendido hacia el cielo con la superposición de mastabas de piedra en la Pirámide Escalonada de Saqqarah; y culminado con la de Keops.
El egiptólogo Mark Lehner calcula que los trabajadores -no esclavos- que construyeron la Gran Pirámide tuvieron que poner «un bloque mediano cada dos o tres minutos en una jornada de diez horas». Herodoto (484-425 aC) escribió que se levantó en 20 años con 100.000 hombres. Lehner piensa que «es posible -y más creíble- que (el geógrafo e historiador griego) se refiera a un total anual, con equipos de 25.000 trabajando en turnos de tres meses, más que al número total en Giza en un momento dado». Los arqueólogos saben de qué canteras salían los bloques, cómo se trabajaban y cómo se transportaban. Bastaba con el ingenio humano y la tecnología de la época, aunque sí había algo extraordinario: la planificación de todo, desde las cuadrillas en Giza y las canteras hasta el transporte de las piedras, pasando por el suministro de alimentos para los trabajadores, la organización de los almacenes… Un esfuerzo gigantesco para garantizar la vida eterna al faraón.
Ningún estudio ha demostrado, por el contrario, que las piedras de la pirámide de Keops sean artificiales, que platillos volantes las colocaran en su sitio o que echaran una mano a los antiguos egipcios los supervivientes de una civilización desaparecida que pasaban por allí. El poder mágico de las pirámides de Toth y Nielsen sigue siendo, treinta años después, tan esquivo para la ciencia como el monstruo del lago Ness. Y, para encontrar una relación entre cualquier dimensión de un objeto y la distancia de la Tierra al Sol, sólo hay que elegir el dato apropiado: un bolígrafo Bic mide 15 centímetros, la billonésima parte de los 150 millones de kilómetros que nos separan de nuestra estrella. ¿Significa esa mágica relación que es un artilugio extraterrestre?
El libro
Todo sobre las pirámides (2007): magnífica obra de divulgación del egiptólogo Mark Lehner. Puede complementarse con el documental Así se hizo la Gran Pirámide (2002), de la BBC, que recrea cómo los egipcios levantaron el monumento.
Reportaje publicado en el diario El Correo y en Magonia el 12 de agosto de 2008.