La estela de Houdini

Sigourney Weaver, en una escena de 'Luces rojas', de Rodrigo Cortés.
Sigourney Weaver, en una escena de ‘Luces rojas’, de Rodrigo Cortés.

Como dice Margaret Matheson (Sigourney Weaver) en Luces rojas, la película de Rodrigo Cortés, hay dos clases de dotados: los que creen tener algún poder psíquico y los que creen que no podemos detectar sus trucos. A eso se reduce el misterio de lo paranormal desde Nina Kulagina hasta Anne Germain: a la simulación, al autoengaño y al engaño.

Desde que nacieron el espiritismo y la parapsicología en el siglo XIX, ha habido quienes han abordado esos fenómenos con un sano escepticismo. Uno de los primeros fue Harry Houdini. El famoso mago dedicó buena parte de su vida a desenmascarar a los médiums y presuntos dotados que se cruzaban en su camino. Ni uno fue capaz de colarle sus trucos como poderes sobrenaturales.
Décadas después, el gran James Randi puso en evidencia a Uri Geller, que no en vano fue ilusionista de sala de fiestas en Israel antes que dotado. Ya un anciano encantador, Randi es todavía capaz de duplicar cualquier truco de Geller y de hacer cosas mucho más sorprendentes.

Dársela con queso al lego y al científico es muy fácil para el Simon Silver (Robert De Niro) de turno. Engañar a un ilusionista, no. Doblar cucharas, adivinar dibujos metidos en sobres, simular ver el futuro o hablar con los muertos está al alcance de cualquiera con el suficiente entrenamiento… y sin poderes.

No conozco ningún aparente fenómeno paranormal que no pueda replicar un ilusionista, ni a ningún dotado que haya dejado a Randi u otro mago con la boca abierta. La única diferencia entre un ilusionista y un dotado es que el segundo dice que no usa trucos. Es mentira.

Nota publicada en Magonia el 1 de marzo de 2012.


Publicado

en

, , ,

por