El monte Bugarach, cerrado a los chiflados del fin del mundo

El monte Bugarach desde el pueblo del mismo nombre. Foto: Vassil.
El monte Bugarach desde el pueblo del mismo nombre. Foto: Vassil.

El monte Bugarach permanecerá cerrado entre el 19 y el 21 de diciembre para impedir la afluencia masiva de chiflados. Desde hace un par de años, se ha corrido la voz en ambientes esotéricos de que ese pico de los Pirineos franceses es el único lugar en el que se sobrevivirá al apocalipsis augurado por el calendario maya. El pueblo ya recibía en 2010 la visita de numerosos fanáticos de los ovnis y lo paranormal. “En un principio, un 72% de mis clientes eran excursionistas. Ahora, un 68% son visitantes esotéricos”, contaba hace dos años Sigrid Benard, gerente de un albergue. Los lugareños temen ahora una invasión de majaras en las próximas semanas y, con buen tino, las autoridades han decidido cortar por lo sano y prohibir el acceso a la montaña.

La Cuenta Larga es uno de los calendarios de los mayas. Abarca 1.872.000 días o 5.125 años, y el ciclo actual acaba el 21 de diciembre. Fue el escritor estadounidense Frank Waters quien primero vinculó en 1975 su final con terremotos que detruirían la civilización, en su libro Mexico mystique: the coming sixth world of consciousness (México místico: la llegada de la sexta era de la conciencia). Así empezó todo. En los últimos años, a través de innumerables libros y reportajes, los vendedores de misterios han alimentado la idea del fin del mundo del 21 de diciembre de 2012, cuando entraría en erupción el supervolcán de Yellowstone; se registraría un máximo de la actividad solar que achicharrará la Tierra; habría un alineamiento del Sol y nuestro planeta con el centro de la Galaxia, desde donde nos llegaría un rayo destructor; un mundo errante chocaría con la Tierra… Fantasías sin fundamento. El 21 de diciembre acabará un ciclo de la Cuenta Larga y se iniciará otro, lo mismo que el 31 de diciembre terminará un año y empezará otro.

Hace unos días, Eric Freysselinard, prefecto del departamento del Aude, aseguraba que trabajan con la previsión de que viajen hasta Bugarach «pocos visionarios, gente que cree en el fin del mundo«, un mayor número de curioso y, «por encima de todo, un montón de periodistas». El problema con los iluminados es que no hacen falta muchos para una desgracia. Basta que un puñado de ellos crea que todo se va acabar para que se suiciden, como ocurrió en 1997 en California (EE UU) con los adeptos de la Puerta del Cielo. 39 miembros de esa secta platillista se quitaron la vida hace quince años para subir en espíritu a una nave que, decían, viajaba oculta en la cola del cometa Hale-Bopp y en la que tenían pasaje para librarse del destino fatal que nos esperaba al resto. De hecho, entre las locuras que se dicen del monte Bugarach es que en sus entrañas hay una base secreta de platillos volantes.

El calendario maya va más allá

Arqueólogos estadounidenses anunciaron en mayo de 2010 la más antigua representación del calendario maya en las paredes de un edificio del complejo de Xultún (Guatemala) del siglo IX. Los jeroglíficos daban el golpe de gracia a la idea supersticiosa de que esa cultura precolombina vaticinó el fin del mundo para este año. “Los antiguos mayas predijeron que el mundo seguiría, que, dentro de 7.000 años, las cosas serían iguales”, explicaba entonces el arqueólogo William Saturno, de la Universidad de Boston y autor del hallazgo. Los creyentes en la falsa profecía precolombina y quienes han hecho caja gracias a ella, como los editores de revistas y libros esotéricos, miraron para otro lado.

Los profetas del fin del mundo maya, que el 22 de diciembre cambiarán de chip, dirán que ellos nunca dijeron lo que han dicho hasta la saciedad y anunciarán apocalipsis para otra fecha, pasan por alto que ese pueblo fue incapaz de prever su propio final. ¡Vaya videntes de tres al cuarto! Ponen a los mayas al mismo nivel que Octavio Aceves y Sandro Rey, que tienen que ganarse la vida en penosos consultorios telefónicos al ser incapaces de acertar un simple premio de lotería, o que ese adivino incapaz de prever que va a recibir un bofetón.

Nota publicada en Magonia el 6 de diciembre de 2012.


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