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«Los datos que han facilitado las Mariner plantean cien incógnitas por cada enigma que despejan», escribía el físico Joaquín Lizondo en 1969. Su libro El enigmático Marte visitaba el planeta rojo a la luz de las observaciones de las sondas robot de la NASA. Una obra optimista, como tantas otras de la era Apollo, en la que el autor vaticinaba que el Marte misterioso «desaparecerá el día en que el hombre pose su pie sobre él». Un hito, en su opinión, no muy lejano. «Los científicos aún dudan [habla de la posibilidad de vida en Marte], y es evidente que la prueba final sólo podrá ser dada por las futuras expediciones -¿1971? ¿1973?- que desciendan sobre el suelo del planeta», auguraba en la frase que cierra la obra.
Lizondo divide su exposición en tres partes: en la primera, cuenta lo que la ciencia sabe del mundo vecino; en la segunda, deja que «la imaginación se desborde un poco», con la ciencia ficción y las historias de los canales y las lunas marcianas; y la tercera se dedica a la vida extraterrestre. Se añade, al final, un capítulo con los resultados de los sobrevuelos de las sondas Mariner, que «han proporcionado una gran cantidad de sorpresas a los científicos, al tiempo que han despertado no pocas controversias entre ellos». El volumen incluye, además, un cuento corto de Ray Bradbury titulado «Los desterrados», que el autor estadounidense asegura que está en el germen de Fahrenheit 451.
El enigmático Marte es un libro de su tiempo. Por eso, el autor, aunque bastante escéptico, cree que «no se puede dudar» de que en el fondo de los valles marcianos haya vegetación ni es posible rechazar «desdeñosamente» la artificialidad de Fobos y Deimos; aunque niega tajantemente cualquier verosimilitud a la mitología platillista, tan en boga entonces, en un capítulo con referencias a la abducción del matrimonio Hill y al fraude de Ummo. «Cierto es que existen muchos testimonios, incluso colectivos, de los hechos que estamos analizando. Pero, o mucho nos equivocamos, o no pasan de ser simples alucinaciones que, por no tener, carecen incluso de originalidad». Lizondo compara, así, a los tripulantes de los ovnis con los dioses y ninfas de la Antigüedad, las brujas y demonios medievales, y los espíritus y fantasmas de la Edad Moderna. Y advierte de que el hombre de la calle, que «no está acostumbrado a mirar al firmamento», observa de vez en cuando en él fenómenos naturales que desconoce y, por eso, los «atribuye un origen erróneo». «¿Cómo podemos creer en aquello de cuya realidad no se tiene la menor prueba?», se pregunta.
Aunque rechaza la existencia de una civilización marciana contemporánea, cree que «Marte es, pese a quien pese, un mundo moribundo que pudo, en el pasado, haber sido asiento de una vida inteligente, pero que en la actualidad sólo es un mudo testigo de las posibles grandezas de esa supuesta civilización marciana». ¿Cómo interpretó Lizondo en un principio la foto que en julio de 1976 tomó la Viking 1 de la región marciana de Cydonia en la que se veía una cara tallada en la roca y que luego se demostró una ilusión óptica? ¿Y las pirámides y otras ruinas que, a partir de ese momento, descubrieron en esa región todo tipo de iluminados y engañabobos? No lo sé.
Joaquín Lizondo: El enigmático Marte. Ediciones Telstar. Barcelona 1969. 289 páginas.
Reseña publicada en Magonia el 1 de febrero de 2012.