Félix Goñi es un apasionado de la ciencia, la cocina, la música y la vida en general. El director de la Unidad de Biofísica de la Universidad del País Vasco y del Consejo Superior de Investigaciones Científicas reflexiona en esta entrevista sobre el mundo en que vivimos y el rechazo a los avances de la ciencia por parte de una sociedad científicodependiente.
-Hay gente que piensa que cualquier tiempo pasado fue mejor.
-A pesar de lo que dice Jorge Manrique, cualquier tiempo pasado no fue mejor. Lo que pasa es que tenemos en la memoria un filtro maravilloso que hace que olvidemos las cosas malas y recordemos solo las buenas. Por eso, cuando rememoramos la escuela, no recordamos los castigos ni el aburrimiento, sino la sensación de que todo estaba por aprender, de inocencia…
-Siempre lo bueno.
-Sí. Cuando recordamos cualquier éxito personal o profesional, no nos acordamos de lo que nos costó alcanzarlo ni de las veces que no lo conseguimos. Y con la comida pasa lo mismo. Las de la niñez, las recordamos como las mejores. Se nos olvida que las intoxicaciones alimentarias eran entonces extraordinariamente frecuentes. Cuando ahora hay una, sale en el periódico.
-Esa idea de que antes todo sabía mejor y era más saludable es muy común.
-Desde luego, no se come como antes. Ahora, comemos mucho mejor y más sano que nunca. Todos los alimentos que llegan a nuestra mesa han pasado por un montón de controles que antes no existían. La comida es infinitamente más sana y, curiosamente, también es mucho más barata. El porcentaje del presupuesto familiar que se dedica a la comida es mucho menor que hace 50 años porque los alimentos se han abaratado en comparación con el coste de la vida.
-Pero ¿y el sabor?
-Tenemos alimentos más baratos y mejores; pero, claro, en esta vida nada es gratis. ¿Qué prefieres, comer tomates en plena sazón durante uno o dos meses de tu huerta, o de la del vecino, o comer unos tomates aceptables durante todo el año con solo ir al súper? Hay que elegir. Sin ser yo un diplodocus, me acuerdo de cuando solo había tomates en verano. Además, esa agricultura de antes daría de comer a una fracción de la Humanidad, y lo que queremos -lo que yo quiero- es que comamos todos.
-Somos 7.000 millones.
-Somos 7.000 millones, y la Tierra puede producir alimentos para 7.000 millones; pero no puede producir alimentos tipo gourmet para 7.000 millones. Hay hambre porque hay injusticia. Hace cien años en Bilbao -como en Viena y en París-, moría en el primer año de vida un bebé de cada cinco. Ahora, mueren tres de cada mil. En general, cualquier tiempo pasado fue peor. Si fue mejor, lo fue solo para unos pocos privilegiados; pero yo quiero que la vida sea mejor para todos.
-Ahora, hay padres que se niegan a vacunar a sus hijos porque dicen que les puede hacer más mal que bien.
-¿Por qué hace cien años moría un niño de cada cinco y ahora tres de cada mil? Primero, porque entonces no había alternativa a la lactancia materna y, si la madre no tenía leche, solo cabía buscar un ama de cría -lo que no estaba al alcance de todos los bolsillos- o el bebé moría de inanición. Segundo, por las enfermedades infecciosas. ¿Por qué ha descendido tan espectacularmente la mortalidad infantil? Por la alimentación artificial y por las vacunas y otras normas higiénicas.
-Sin embargo, hay padres que rechazan las vacunas.
-Eso se debe, a la vez, a la ignorancia y al egoísmo.
-¿Por qué al egoísmo?
-Porque, si yo no vacuno a mi hijo en una sociedad de personas vacunadas, casi con toda seguridad no le va a pasar nada ya que hay una probabilidad muy baja de que alguien le contagie. Claro que puede ocurrir que una infección, que al niño vacunado le produzca una enfermedad leve y pasajera, al no vacunado le provoque una grave. La idea de que las vacunas son peligrosas es ridícula y tiene su origen en la ignorancia. Algunos padres han leído que ciertas vacunas pueden suponer ciertos riesgos. Otra característica de nuestra sociedad es que queremos vivir sin riesgos, pero la vida sin riesgo es imposible. No existe. Aunque te quedes en la cama sin moverte toda la vida, existe el riesgo de que te caiga el techo encima. Es un riesgo pequeño, pero está ahí.
-¿Y el de las vacunas?
-Con las vacunas, el riesgo de complicaciones para el niño es infinitamente menor que el que conlleva no vacunarle. Los padres deberían saberlo, porque esto se enseña en la escuela.
-Hay niños que mueren en Occidente de sarampión, paperas y rubéola, enfermedades que pueden evitarse con la triple vírica.
-Aunque sea raro, el niño no vacunado corre un riesgo que puede ser mortal. La antivacunación es, por fortuna, una corriente minoritaria; pero igual, antes de que pase demasiado tiempo, las autoridades tienen que empezar a hacer campañas como las de los años 40 y 50.
-Tuve un compañero en el cole que sufrió la polio y llevaba hierros en las piernas.
-Claro. Y ahora no hay niños con hierros porque la polio prácticamente ha desaparecido gracias a la vacuna. Y, por esa misma razón, tampoco hay gente con la cara picada de viruela.
-La medicina científica nos ha ayudado a derrotar esas y otras enfermedades y, sin embargo, hay quienes la desprecian en favor de la mal llamada alternativa.
-Es un síntoma más de una característica generalizada de nuestra sociedad, que inconscientemente utiliza de manera masiva la ciencia y la tecnología, pero muchas veces las rechaza de manera consciente. Estamos todo el día pegados al móvil y, al mismo tiempo, diciendo que las ondas de radiofrecuencia producen cáncer.
-Pero no lo hacen.
-Obviamente, no. Después de más de 30 años de estudios, no se ha podido concluir que las ondas de telefonía produzcan cáncer. Nuestra sociedad es una sociedad de nuevos ricos y tiene caprichos rarísimos, y uno es que somos totalmente dependientes de la tecnología y, a la vez, no nos fiamos de la tecnología.
-Usted estudió medicina.
-Sí, medicina y cirugía.
-Hay médicos que son homeópatas, acupuntores…
-Sí, sí. Y hay varias razones para ello: una, que más cornadas da el hambre; otra, que los médicos tienen una formación científica muy limitada y, probablemente, hay algunos que creen en esas cosas; y la tercera es, y es muy importante, que el 60% de los pacientes que va a una consulta de medicina interna no tiene ninguna lesión física demostrable. Dicho de otro modo, tienen el mal en la cabeza, creen que están enfermos, y hay que atenderles.
-Y les basta con el placebo.
-Hombre, cuando uno no tiene un lesión orgánica, da lo mismo tomar agua bendita que homeopatía o cualquier otra cosa: se cura por sugestión. Eso lo han sabido los médicos siempre.
-Pero hay quien muere por elegir esas prácticas y renunciar a tratamientos científicamente probados contra el cáncer y otros males.
-Cuando uno lleva a tal extremo de la necedad, tiene consecuencias terribles. Por fortuna, la mayoría de la gente no es tan tonta ni tan loca cuando le diagnostican una enfermedad grave y se olvida de las medicinas alternativas, que en realidad son pseudomedicinas que tratan falsamente a, muchas veces, falsos enfermos. Lo que no cura la medicina académica no lo cura la pseudomedicina. Si hay gente que no lo entiende, qué le vamos hacer. Vivimos en una sociedad libre en la que podemos equivocarnos incluso con trágicas consecuencias.
-Hasta las autoridades sanitarias llaman a estas prácticas medicinas complementarias, ¿no es un error llamarlas así? Da la impresión de que sirven para algo.
-Las medicinas alternativas no son medicinas. La medicina es la académica, la pública, la que te recetan en el ambulatorio. Como nuevos ricos que somos, seguimos confundiendo lo caro con lo bueno, y hay cosas que son gratuitas y son las mejores. Entiendo que, como la gente ha dejado de creer en las virtudes del agua bendita y de Lourdes, hay quien busca otras cosas no racionales que, por alguna razón, son socialmente más respetadas.
Entrevista publicada en el suplemento Ciencia del diario El Correo el 30 de diciembre de 2011 y en Magonia el 20 de enero de 2012.