Hay libros ridículos desde el título. 2012. ¿Y después qué?, de Diana Cooper, me lo pareció nada más verlo en una librería hace unas semanas. «Pues, 2013; luego, 2014; después, 2015…», pensé. Y, al mismo tiempo, tuve claro que esa obra se venderá y nadie pedirá cuentas a su autora cuando el mundo de después de 2012 sea igual que el del supuesto año fatídico. Tampoco pasó factura a Boris Cristoff su libro La gran catástrofe de 1983 (1979) ni a Charles Berlitz su obra Fin del mundo, año 1999 (1981), por citar sólo a los apocalípticos, que, si recordáramos a cuanto ufólogo y parapsicólogo ha puesto en algún momento fecha al reconocimiento de su disciplina, la lista sería prácticamente inabarcable.
«Espero que este libro te proporcione información sobre más cosas que las predicciones basadas en la actual concienciación sobre los cambios climáticos, económicos y políticos en todo el mundo; información sobre más cosas que los cambios espirituales que se producirán cuando los portales se abran y entren en masa las nuevas energías; más cosas que las claves para iniciar tu propia iluminación y ascensión. Creo que este libro te brindará valor e inspiración para afrontar la limpieza del planeta y la transformación de la consciencia planetaria para cocrear la nueva edad de oro que empieza en el 2032», escribe Cooper en la introducción de 2012. ¿Y después qué?, posponiendo cualquier juicio sobre su estúpido libro a cuando nadie se acuerde de él.
Y que esta obra es una estupidez no es un juicio apriorístico. No hace falta leerla para llegar a esa conclusión lógica. ¿Qué otra cosa puede decirse de un escrito basado en la información dada por un guía alienígena y un arcángel, Metatron, con nombre de transformer? Esos dos seres incitaron a Cooper, según cuenta, a buscar otras fuentes de información. Que nadie piense en científicos o algo parecido. «Más tarde [el extraterrestre y el arcángel] me dijeron también que hablara con los seres elementales en el jardín y que les dejase descargar información para mí. Tengo varios elementales pentadimensionales viviendo en los árboles que hay al final de mi huerto, así como cientos de hadas, de modo que traté de equilibrar mis días pasando unas pocas horas con mis hortalizas y el resto del tiempo escribiendo». Y, más adelante, recuerda que, «una tarde, mientras charlaba con una amiga, el arcángel Gabriel entró en la habitación con semblante muy serio. Nos dijo que debíamos dejar de pensar en el pasado y de preocuparnos por el futuro».
¿Callejón sin salida?
Para Cooper, autora de obras como Respuestas de los ángeles y Las 36 leyes espirituales de la vida, el 21 de diciembre de 2012 «señala el final de la era atlante» y marca el inicio de un periodo e 20 años que desembocará en «una nueva edad de oro». Sostiene que no sólo los mayas profetizaron el fin del mundo, sino que también lo hicieron otros pueblos. Sobre la supuesta profecía maya del fin del mundo, conviene recordar que el ciclo largo del calendario maya, que dura 5.125 de nuestros años y empezó el 11 de agosto de 3114 antes de Cristo, acabará y volverá a ponerse a cero el 21 de diciembre de 2012. Eso no significaba para los mayas el final del mundo, sino que se terminaba un ciclo y había que volver a empezar, una especie de Nochevieja a la que sigue su correspondiente día de Año Nuevo. Y el resto de las predicciones no merecen más crédito.
¿Se creerá Diana Cooper lo que cuenta de sus encuentros con ángeles, alienígenas, hadas…? Sea así -en cuyo caso debería ir urgentemente al psiquiatra- o estemos ante una caradura que sólo busca aprovecharse de la credulidad del público -y que acierta, porque sus libros se convierten en superventas-, quienes, sin duda, demuestran su falta de escrúpulos son sus editores de todo el mundo, para quienes todo vale con tal de tener beneficios. Venden basura destinada a un público incapaz de diferenciar ficción de realidad y que, cuanto más embrutecen, más bazofia mística y paranormal consume. En nada se diferencian de la cadenas de televisión que llenan su programación con miserias de personajes del llamado corazón y cotillas disfrazados de periodistas, ofrecen horóscopos telefónicos y estafan a la audiencia con programas que en cada entrega se inventan algún misterio.
La situación mediática y editorial no tiene arreglo porque siempre habrá quien vea en la explotación de la estupidez ajena una vía de enriquecimiento. Y me da miedo, mucho, la carencia de espíritu crítico de los lectores de autores como Cooper y oyentes y espectadores de cualquier programa esotérico. Porque está claro que esas personas son incapaces de emitir juicios racionales, y la democracia necesita ciudadanos que tomen decisiones basadas en la lógica y las pruebas, no en delirios místicos o siguiendo acríticamente al líder de turno. Temo que el éxito social del pensamiento mágico y de sus apóstoles -muchos de los cuales tienen un discurso marcadamente reaccionario- llegue en algún momento a poner en riesgo la libertad y el bienestar de todos, como, de hecho, ya sucede con movimientos como el antitransgénicos, el antiantenas y el antivacunas. Esta situación quizá pudiera paliarla un firme y prolongado en el tiempo compromiso para fomentar el pensamiento crítico por parte de educadores, científicos y periodistas, que llamen tonterías a lo que no son otra cosa, que disecciones las creencias pseudocientíficas más elaboradas y que denuncien abiertamente en los medios convencionales e Internet a quienes las explotan. Lamentablemente, no creo que eso vaya a pasar; así que es difícil que la situación mejore y fácil que empeore.
Nota publicada en Magonia el 15 de junio de 2010.