«Todos ponen la fuerza de la letra [efe] en el lado izquierdo; eso indica una tendencia al ensañamiento, una desesperada obsesión por volver las cosas hacia atrás y reincidir sobre varias cosas», dice el grafólogo Germán Belda de Franco, Hitler, Mussolini, Pinochet y Stalin, hoy en El País Semanal. Por desgracia, he acertado en mi vaticinio de anteayer, y la revista dominical del diario madrileño dedica hoy cuatro páginas a la promoción a todo trapo de la pseudociencia que pretende que la caligrafía de un individuo refleja su personalidad.
El autor del reportaje ‘La escritura del horror’, Jesús Ruiz Mantilla, parte de una premisa falsa, de que la grafología es una ciencia y concede verosimilitud a las afirmaciones de Belda, hijo del también grafólogo Pedro Germán Belda, más conocido como Mauricio Xandró. El pretexto de El País Semanal para recurrir a una forma de adivinación equiparable a la lectura de manos -y que como ésta nunca se ha demostrado científicamente- es el análisis por parte del grafólogo de la colección de manuscritos debidamente identificados y fotografías autografiadas de estos tiranos que posee la Fundación José María Castañé.
Lo que dice Belda de los cinco personajes es una colección de tópicos, que si se trata de «hombrecillos con fuertes complejos de inferioridad», que se observa en la letra de todos ellos «despecho hacia la madre», que Stalin era «cruel y despiadado», que Hitler era impotente y arrogante, que Pinochet tenía «una tendencia a la avidez y a la apropiación»… Vamos, algo que podría haber dicho cualquiera sin dárselas de iniciado en los secretos de la escritura. Sin embargo, en vez de deducir que lo que afirma el grafólogo es lo mismo que diría cualquier ciudadano occidental vivo de tan despreciables personajes, el autor se sorprende: «Son cosas que concuerdan con la opinión del historiador Anthony Beevor», dice acerca de lo que Belda deduce de la escritura de Hitler.
¿’Precrimen’ grafológico?
El reportaje es un disparate de principio a fin porque da pábulo a una práctica pseudocientífica que, desgraciadamente, se utiliza en nuestro país en la selección de personal en algunos casos. Y, si eso da rabia, porque pone en manos de charlatanes el futuro profesional de la gente, más miedo da lo que apunta el periodista en el primer párrafo:
Ojalá el pueblo alemán hubiese hecho caso del grafólogo Ludwig Klages cuando antes de que Adolf Hitler subiera al poder predijo que podría llevarle al desastre. Lo que habrían dado España y los españoles porque las señoritas pretendidas por el mozo Francisco Franco en cartas de amor nos hubieran advertido de su bloqueo afectivo o de sus golpes de irritabilidad. ¿Y si algún italiano a los que Mussolini dedicaba fotos con letra florida y frases grandilocuentes se hubiera dado cuenta a tiempo de que en esa escritura se encerraba un orgullo desmedido? Por no hablar de aquellos rasgos que denunciaban avidez y tendencia a la aclaración en el general Pinochet…
El autor parece sugerir que la grafología podría haber servido para evitar que esos tiranos llegaran a hacer lo que hicieron. ¿Qué hay que hacer, tener a grafólogos que examinen la letra de los jóvenes y nos indiquenn a cuáles hay que poner a buen recaudo antes de que sus tendencias pasen a mayores? Eso suena a predestinación y a la creación de una institución totalitaria como el PreCrimen del cuento ‘El informe de la minoría’, de Philip K. Dick y llevado al cine por Steven Spielberg como Minority report (2002).
La grafología es pura cháchara y, si saben de su práctica para la selección de personal, les animo a denunciarla públicamente: tienen tanta validez hacerlo por la caligrafía como por el signo del Zodiaco o el color del pelo. Y no vale presentar como prueba que los grafólogos celebran congresos y dan clases en universidades. También hacen eso los homeópatas y los teólogos, profesionales de lo suyo que como los grafólogos nunca han podido probar lo que dicen en condiciones científicamente controladas. ¡Ah!, a pesar de haber acertado en mi predicción de anteayer y en la que hice en noviembre sobre el caso de Rom Houben, sigo sin creer en la videncia.
Nota publicada en Magonia el 21 de febrero de 2010.