Es arriesgado jugar a vidente; pero, leído el avance de El País Semanal del domingo gracias a un aviso del escritor y bloguero César Noragueda, me temo lo peor. Uno de los temas principales se titula ‘La letra cruel del horror’ y se presenta del siguiente modo:
De Hitler a Stalin. De Franco a Pinochet. Sufrían complejo de inferioridad, problemas con la libido, delirios de grandeza… Los grafólogos definen rasgos comunes en esta colección de fotos con dedicatorias de los grandes sátrapas del siglo XX.
Deduzco de estas líneas que la revista del diario madrileño ha encargado a grafólogos que desentrañen la personalidad de varios dictadores de la historia reciente a partir de sus firmas. Vamos, que va a hacer en sus páginas algo similar a lo que hizo en mayo del año pasado Época, cuando encargó a César Vidal un análisis grafológico de un manuscrito de José Luis Rodríguez Zapatero con el único objetivo de poner al presidente del Gobierno a caer de un burro. Espero que no sea así y que estemos ante una mala interpretación mía.
Porque la grafología es un engaño equiparable a la lectura de manos, la morfopsicología, el tarot… Sus practicantes aseguran poder deducir el carácter de una persona por su escritura, si las letras se inclinan a uno u otro lado, van separadas, son muy grandes, las tes tienen el travesaño de un modo determinado, etcétera. La realidad, sin embargo, es que son incapaces de hacer lo que dicen, que sólo aciertan lo obvio siempre y cuando conozcan al sujeto objeto de análisis. En el caso que nos ocupa, dirán del tirano de turno aquello que sepan o que intuyan propio de un personaje de su calaña.
¿Podía haberse hecho una prueba grafológica en serio? Sí, claro. Pero para ello habría hecho falta cumplir unos requisitos mínimos, como que los expertos no tuvieran forma de saber de quién era la letra que analizaban y que el texto a examinar fuera neutro: algo del estilo del primer párrafo de El Quijote. Se coge, por ejemplo, a Javier Bardem, Ana Patricia Botín, Belén Esteban, Cristina Garmendia, Pau Gasol, Víctor Manuel, Isabel Preysler y Arantxa Sánchez Vicario, y se les pide que copien ese párrafo de su puño y letra sin firma ni nada que les identifique como autores. Se marca cada original con un código, se hacen copias y se facilita un juego completo de originales a cada grafólogo a testar. ¿Creen ustedes que serán capaces de hacer encajar cada original con la personalidad de su autor? Les adelanto que no, que nunca ningún grafólogo ha hecho algo parecido. Claro que, si sabe de quién es el texto porque se trata de una foto dedicada, como parece que ocurre con el reportaje de El País Semanal, el éxito del grafólogo será casi seguro. ¿Cabe un periodismo más ingenuo?
Nota publicada en Magonia el 19 de febrero de 2010.