La mejor prueba de que, de momento, estamos solos en el Cosmos es la apariencia de los extraterrestres que, según los ufólogos, nos visitan. Los hay verdes, grises, negros, rosas, calvos, con barba, gigantes, enanos, peludos como Chewbacca, cabezones, con un ojo, con alas de mariposa, vestidos al estilo del conde Drácula… Tanta aparente variedad de seres desde que se vieron los primeros platillos volantes en Estados Unidos en 1947 no puede ocultar la uniformidad del bosque: prácticamente todos los tripulantes de los ovnis son homínidos, como nosotros. Y nosotros lo somos a consecuencia de la evolución biológica cuyos principios descubrieron Charles Darwin y Alfred Russel Wallace hace 150 años.
La vida surgió en la Tierra poco después de la formación de nuestro planeta hace unos 4.500 millones de años, mientras que los primeros homínidos aparecieron en África hace sólo entre 6 y 7 millones de años. Desde la primera célula hasta que un primate bajó de un árbol pasaron miles de millones de años de evolución en un mundo sin oxígeno, luego con él, con intenso vulcanismo, con grandes incendios sin que nadie los sofocara, con choques de asteroides y cometas que acabaron con la mayoría de las especies varias veces…
Estamos aquí, entre otras cosas, porque los dinosaurios se extinguieron a causa de un impacto catastrófico de un asteroide hace 65 millones de años. Los mamíferos -que habían sobrevivido como habían podido mientras los dinosaurios dominaban la Tierra y otros grandes reptiles, los cielos y las aguas- se encontraron de repente con terreno libre. Y, decenas de millones de años más tarde, llegaron los homínidos, de los cuales ha habido muchas especies. La nuestra, la única que queda, existe desde hace unos 200.000 años. Somos el producto de miles de millones de años de evolución de la vida en un planeta, la Tierra; somos una rama más de un árbol de familia que incluye a todas especies. Porque todas descendemos de aquella primera célula -desde el pino hasta el velocirraptor, pasando por el tiburón y el hombre- y todas estamos emparentadas más o menos estrechamente.
Universo humanoide
Por eso, la mera apariencia del venusiano con el que se topó George Adamski en el desierto de California en 1952, en el primer encuentro cara a cara con un tripulante de un platillo volante, demuestra que fue un embuste. El alienígena era un rubio con porte de galán de cine. Un tipo demasiado humano cuando la evolución en mundos distintos tendría que haberse plasmado en biologías muy diferentes. Pero Adamski hizo escuela y desde entonces los extraterrestres que nos visitan en sus platillos volantes son tan humanos, y tan falsos, como los del universo de Star trek.
En la ciencia ficción, no obstante, los visitantes humanoides tienen su razón de ser: la creación de tramas que atraigan al público. Un vulcano de orejas puntiagudas guiado por la lógica y que rechaza los sentimientos da mucho más juego a los guionistas que una entidad con aspecto de esponja ajena a los intereses y debilidades humanas.
Reportaje publicado en el diario El Correo y en Magonia el 20 de agosto de 2009.