El explorador noruego Thor Heyerdahl descubrió en 1990 el nexo entre las pirámides egipcias y las americanas. Estaba en Güímar, un pueblo de la costa oriental de Tenerife. Era un conjunto de seis estructuras escalonadas, hechas con roca volcánica, que habían pasado desapercibidas para la ciencia hasta poco tiempo antes. Las habían descubierto en 1987 los miembros de la Confederación Internacional Atlántida, un grupo canario de aficionados a lo paranormal, y enseguida habían llamado la atención de los medios de comunicación. Fue así, por la prensa, como Heyerdahl se enteró de la existencia de las pirámides de Güímar.
«Siempre he mantenido que la civilización viajó de Oriente a Occidente, transportada por las corrientes marinas y los vientos alisios», explicaba el aventurero en 1999, tres años antes de su muerte. Heyerdahl era difusionista: creía que cada cosa se ha inventado sólo una vez en la Historia y después el conocimiento se ha irradiado desde el lugar del hallazgo al resto del mundo. Eso supone que, si hay pirámides a una y otra orilla del Atlántico, es porque la idea y la tecnología para levantarlas se le ocurrió a alguien en uno de los dos sitios y luego viajó hasta el otro. Las pirámides de Güímar, a medio camino, confirmaban, para el aventurero nórdico, esa visión de la evolución de las culturas.
Guanches en América
Heyerdahl organizó durante el siglo pasado varias expediciones para demostrar la posibilidad de contactos transoceánicos en la Antigüedad. Veía los mares como las autopistas por las cuales se había difundido el conocimiento a bordo de embarcaciones como la Kon-Tiki, una balsa de juncos con la que cubrió en 1947 los 7.000 kilómetros que separan Perú del archipiélago polinesio de Tuamotu. Cincuenta años después, las estructuras de Tenerife -que para los lugareños son majanos, meros montones de piedras- le llevaron a pensar que los navegantes que habían cruzado el Atlántico desde Eurasia con el conocimiento necesario para construir ese tipo de edificios pudieron no ser egipcios, sino guanches.
En su aventura canaria, tuvo el apoyo de su amigo el naviero Fred Olsen, cuyos ferries conectan el archipiélago. El multimillonario noruego financió en 1991 unas excavaciones en la plaza central del complejo, que ocupa en total unos 3.000 metros cuadrados. Las dirigieron los arqueólogos María de la Cruz Jiménez y Juan Francisco Navarro, de la Universidad de La Laguna, y no encontraron restos anteriores al siglo XIX. «La excavación arqueológica es contundente en el sentido de ubicarlas (las pirámides) en el siglo pasado», concluyeron. Los científicos creían que las estructuras eran simples amontonamientos de piedras hechos por los campesinos para liberar suelo cultivable.
Heyerdahl, sin embargo, sostuvo hasta su muerte otra cosa: «Seguramente, bajo ellas se encuentran tumbas guanches». El ingeniero egipcio Robert Bauval, quien visitó Tenerife en 2001, creía también que las edificaciones habían sido antiguos lugares de culto con conexiones astronómicas. Esta última explicación se agarraba, seguramente, a los estudios de Antonio Aparicio, Juan Antonio Belmonte y César Esteban. Estos tres investigadores del Instituto de Astrofísica de Canarias y la Universidad de La Laguna habían constatado a principios de los años 90 que el conjunto arquitectónico está orientado astronómicamente; aunque en ningún momento habían achacado las edificaciones ni a guanches, ni a atlantes, ni a nada parecido.
Orientación masónica
Bauval y otros autores sostienen que las pirámides de la meseta de Giza se construyeron hace 10.500 años. La misma edad se atribuye a las estructuras canarias en el Parque Etnográfico de las Pirámides de Güímar, que abrió sus puertas en 1998 por iniciativa de Olsen y Heyerdahl. Un vídeo explica al visitante que la pirámide surgió como estructura hace 10.000 años, simultáneamente, en Egipto, América y otros lugares, lo que demostraría una conexión transoceánica en la Prehistoria. Pero es que las pirámides egipcias, que eran tumbas, se remontan a hace sólo unos 4.500 años y las más antiguas americanas, que eran templos, a poco más de 2.000.
Quien únicamente las conoce de oídas puede pensar, además, en las estructuras de Güímar como equiparables a las levantadas por egipcios y mayas. La palabra pirámide evoca imágenes de construcciones gigantescas en el desierto y en mitad de la selva mesoamericana, colosales edificaciones de decenas de metros de alto formadas por grandes bloques de piedra. Frente a eso, el majano más grande de Tenerife mide 50 metros de largo por 16 de ancho, 5 metros de altura y está hecho de roca volcánica sin trabajar. Estructuras similares existen en isla Mauricio, otro archipiélago volcánico, y no se han achacado nunca a desconocidos contactos culturales en la Antigüedad, entre otras cosas porque ningún ser humano vivió allí antes de 1598.
No hacen falta ni atlantes, ni alienígenas, ni egipcios de viaje a América para explicar el origen de las pirámides de Güímar. Son amontonamientos de piedras hechos en el siglo XIX para limpiar un terreno y dedicarlo al cultivo de cochinilla, algo parecido a lo que han hecho los campesinos de isla Mauricio para la caña de azúcar, tal como explican los astrofísicos Antonio Aparicio y César Esteban en su libro Las pirámides de Güímar. Mito y realidad (2005), la única aproximación seria a la historia de los majanos. Lo que no está claro es el por qué de la orientación astronómica del complejo. Aparicio y Esteban sostienen que se debe a que en el siglo XIX el propietario de la finca, el masón Antonio Díaz Flores, habría orientado las estructuras para dotarlas de un significado simbólico ligado a la masonería.
El libro
Las pirámides de Güímar. Mito y realidad (2005): los astrofísicos Antonio Aparicio y César Esteban sacan a la luz la verdadera historia de este presunto misterio canario.
Reportaje publicado en el diario El Correo y en Magonia el 3 de agosto de 2008.