Si, junto al de las caras de Bélmez, hay un misterio español prefabricado, ése es el de las pirámides de Güímar. Estas estructuras de la isla deTenerife fueron descubiertas a finales de los años 80 del siglo pasado por los miembros de la Confederación Internacional Atlántida, un grupo de aficionados a lo paranormal, y pronto atrajeron la atención del contactado con extraterrestres Francisco Padrón, que habló de ellas en el Diario de Avisos en 1990. Fue aquel mismo año cuando la existencia de las pirámides llegó a conocimiento del explorador noruego Thor Heyerdahl (1914-2002), famoso por haber organizado expediciones para demostrar la posibilidad del contacto transocéanico entre culturas en la Antigüedad.
Heyerdahl asumió que las estructuras aterrazadas de Güímar eran la prueba del paso por las islas Canarias de los egipcios en el viaje hacia América en el que, según él, llevaron a los pueblos precolombinos el conocimiento sobre cómo levantar pirámides. Y los amontonamientos de piedra en terrazas -conocidos localmente como majanos- se convirtieron en un enigma de la Antigüedad, a pesar de que las pruebas arqueológicas y documentales apuntaban a que no se remontaban en el tiempo más allá del siglo XIX y su origen se debía a la limpieza de piedras de la finca para la explotación agrícola, como ocurre en otras zonas de la isla y en un archipiélago del Índico.
Casi veinte años después del descubrimiento de las estructuras, César Esteban y Antonio Aparicio, investigadores del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) y de la Universidad de La Laguna, acaban de publicar una obra que derriba las argumentaciones de Heyerdahl y sus seguidores. Las pirámides de Güímar: Mito y realidad (2005) es un libro de fácil e interesante lectura, que no deja lugar a la duda: lo que han vendido durante años Heyerdahl, los periodistas de lo paranormal y los responsables del Parque etnográfico de las pirámides de Güímar, un complejo patrocinado por el empresario noruego Fred Olsen, es una fantasía. Los majanos, concluyen los autores, datan del siglo XIX, están vinculados a tareas agrícolas y orientados hacia los solsticios de verano e invierno. No tienen nada que ver ni con los guanches, ni con los atlantes, ni con ningún saber extraño transmitido por los antiguos egipcios en una escala de un viaje a América que nunca pasó de ser una lucubración Heyerdahl.
El punto más aventurado de la argumentación de Aparicio y Esteban, como reconocen ellos mismos, es la justificación de la orientación astronómica del complejo. Sostienen que se debe a que, desde 1854, el propietario de la finca era un masón, Antonio Díaz Flores. «La respuesta, nuestra respuesta -concluyen-, es que las pirámides de Güímar son una construcción realizada en base a una necesidad primaria agrícola, pero que su constructor, masón, intentó proporcionarles además un significado simbólico solsticial, homenaje de la francmasonería a sus dos patronos: los dos san juanes». Díaz Flores habría limpiado el terreno de piedras para destinarlo al cultivo de la cochinilla, que vivió un boom en las islas entre 1845 y 1871, y habría aprovechado la ocasión para orientar el complejo de acuerdo con su filiación masónica. La hipótesis es creíble y encaja con los hechos, pero hacen falta más pruebas para darla por la explicación definitiva al porqué de la orientación de la estructuras.
De lo que no hay duda -como no la había antes de la aparición de este libro- es de las mentiras que se cuentan en el Parque Etnográfico de las Pirámides de Güímar, que se inauguró en 1998 y visité poco después. Allí se informa al visitante de que las construcciones de tipo piramidal surgieron hace 10.000 años simultáneamente en Egipto y América, entre otros lugares. La realidad es que la pirámide apareció en la historia humana mucho después y que, encima, recientes hallazgos han desmontado el sueño difusionista de Heyerdahl, con unos egipcios que irradiarían su saber arquitectónico a otras civilizaciones distantes. Porque las pirámides más antiguas del mundo se construyeron en la región de Norte Chico (Perú) hace más de 5.000 años, mientras que las más antiguas de Egipto datan de hace unos 4.500 años y las olmecas de México tienen poco más de 2.000 años. Los egipcios no fueron, por tanto, los padres de las pirámides. Lo mismo que la agricultura, la pirámide apareció en diversas regiones del mundo sin contacto entre sí. No hay ninguna prueba de lo contrario. Además, ¿hay una forma más simple de construir una estructura estable que se eleve hacia el cielo?
Aparicio, Antonio; y Esteban, César [2005]: Las pirámides de Güímar. Mito y realidad. Centro de la Cultura Popular Canaria. Santa Cruz de Tenerife. 151 páginas.
Reseña publicada en Magonia el 24 de febrero de 2006.