Una gigantesca explosión arrasó el 30 de junio de 1908 unos 2.200 kilómetros cuadrados de la taiga siberiana, el equivalente aproximado a la provincia española de Guipúzcoa. Sucedió cerca del río Podkamennaya Tunguska, en Siberia, y no hubo muertos. En 1927, el geólogo ruso Leonid A. Kulik localizó el epicentro del evento de Tunguska gracias a que millones de árboles habían quedado tendidos de forma radial. En el punto del presunto impacto no había ningún cráter y los troncos permanecían en pie, por lo que se supone que lo que fuera explotó en el aire.
Desde hace décadas, los científicos se dividen entre quienes creen que se trató de un meteorito y quienes achacan la devastación a un fragmento de un cometa, en concreto del Encke. Los amantes de los falsos misterios suelen preferir, sin embargo, otra explicación: la de que una nave extraterrestre se estampó en la taiga hace casi un siglo. Ahora, unos científicos rusos dicen haber encontrado restos de ese ingenio alienígena. Según el diario Pravda, miembros de la Fundación Fenómeno Espacial de Tunguska, dirigida por Yuri Lavbin, han hallado en la región una muestra de tecnología extraterrestre que ha sido trasladada a la ciudad de Krasnoyarsk para su estudio. Esperen sentados, porque sospecho que con esta prueba pasará lo mismo que con el examen de ADN de los pelos del yeti, las fotografías aéreas de la Atlántida y las demostraciones científicas de los poderes de Uri Geller: se la llevará el viento.
La historia de la nave espacial accidentada en Siberia es más antigua que la de Roswell; más antigua que el mito de los platillos volantes. El primero que habla de ella es Alexandr Kazantsev en 1946. Así lo reconoce la mayoría de los autores que después han abrazado la idea del ovni estrellado. «La hipótesis de Kazantsev me parece la más probable de todas las que se han emitido, comprendiendo la mía», dice en Los extraterrestres en la Historia (1970) Jacques Bergier, quien también propone que pudo tratarse de una explosión nuclear debida a experimentos hechos por «los desterrados políticos en Siberia». «Nosotros nos adheriríamos preferiblemente a la opinión de quienes sospechan el estallido de un horno propulsor instalado en alguna nave exótica», afirma Erich von Däniken en Recuerdos del futuro (1968). «Una de las hipótesis más convincentes -dadas las especiales circunstancias del suceso-, compartida por un gran número de investigadores y lanzada en 1949 por Alexandr Kazantsev, es que la explosión de 1909 fue efecto de la explosión de una astronave extraterrestre», concluye Andres Faber-Kaiser en ¿Sacerdotes o cosmonautas? (1974). «Las grandes preguntas siguen sin respuesta: ¿se trataba de una nave tripulada? ¿Fue un accidente o un experimento? ¿Y por qué en esa región del planeta?», se pregunta Juan José Benítez en Mis enigmas favoritos (1993). Todos se olvidan de un detalle: Kazantsev era escritor de ciencia ficción y no presentó la teoría en ninguna revista científica, sino que la ideó para dos cuentos.
Los relatos -«Un visitante del espacio» y «El marciano»- se publicaron en español en Argentina en 1978, reunidos en un libro titulado Alguien vino del futuro, prologado por Antonio Las Heras. La nave de la ficción está tripulada por marcianos que, ante la escasez de agua en el planeta rojo, intentan conseguirla en otros mundos. «Al principio, en el momento más apropiado, volaron a Venus, y luego, el 20 de mayo de 1908, vinieron de Venus a la Tierra. Sin duda alguna, los exploradores murieron durante el viaje a causa de los rayos cósmicos, por un choque con algún meteoro o por algún otro motivo. El que vino a la Tierra era un navío espacial sin piloto, semejante en todo a un meteoro. Por eso es que llegó a la atmósfera sin reducir la velocidad. Debido a la fricción la nave se recalentó, tal como ocurre con los meteoros; se fundió su cubierta metálica y el combustible atómico estalló en el aire. Así, los visitantes espaciales murieron el mismo día en que su cohete debió haber aterrizado, según lo demuestran los precisos cálculos actuales», dice uno de los protagonistas del primero de los relatos. En el segundo, un marciano ha sobrevivido, parece un humano más -«Los seres de la Tierra eran como él, se asemejaban a ese habitante del lejano Marte, lo cual indicaba que la suprema racionalidad de la evolución es estrecha y selecciona para los seres inteligentes una misma forma en todos los lugares del Universo»- y el diario de su estancia en la Tierra ha llegado a uno de los personajes. No encontrarán estos detalles en las obras de los Bergier y compañía, que se olvidan -si es que alguno ha leído los cuentos originales- del origen real de los visitantes de Kazantsev.
Tampoco busquen a ningún científico ruso de prestigio llamado Yuri Lavbin. Este individuo, que ha visitado varias veces el epicentro del fenómeno de Tunguska y está obsesionado con los ovnis, tiene en Krasnoyarsk un pequeño museo donde expone piezas que supuestamente avalan su teoría -que en Siberia se estrelló una nave de otro mundo- y afirma que Chris Carter se basó en sus ideas para los episodios de Expediente X relacionados con la explosión de 1908. «Vamos a intentar encontrar pruebas de que lo que chocó con la Tierra no fue un meteorito, sino una nave espacial extraterrestre», declaró Lavbin a la prensa el 23 de julio, antes de emprender su última expedición. Ahora dice que los alienígenas nos salvaron haciendo explotar «un meteorito enorme que se dirigía hacia nosotros a gran velocidad». ¿Y las pruebas?
Geert Sassen, un historiador holandés especialista en la exploración espacial, indicaba ayer por correo electrónico a un grupo de colegas que los expedicionarios «pueden haber encontrado piezas del quinto vuelo de prueba del Vostok«, que despegó del cosmódromo de Baikonur el 22 de diciembre de 1960 y se estrelló poco después por un fallo en la tercera fase. Y citaba al especialista en historia de la astronáutica Asif Siddiqi, quien -en el libro Challenge to Apollo: the Soviet Union and the space race, 1945-1974– explica que «la carga aterrizó a unos 3.500 kilómetros del lugar del lanzamiento en una de las regiones más remotas e inaccesibles de Siberia, en la región del río Podkamennaya Tunguska, cerca del punto de impacto del famoso meteorito de Tunguska». Sassen recordaba, además, que la región se encuentra en la trayectoria de la mayoría de las naves que despegan de Baikonur, por lo que se puede esperar «que esté plagada de fragmentos de cohetes». Así que es posible que, si se trata de algún tipo de artefacto, lo que Lavbin haya recuperado sea parte de una nave espacial, pero humana.
Nota publicada en Magonia el 13 de agosto de 2004.