El primer mago que se dedicó a desenmascarar médiums fue John Nevil Maskelyne (1839-1917). «Si nos preguntaran «¿Qué ha probado la investigación respecto al espiritismo?», honestamente sólo podríamos responder: «Que es un fraude, una falsedad, una locura y nada más»», sentenciaba en su libro The supernatural? (¿Lo sobrenatural?, 1892), firmado conjuntamente con el psiquiatra Lionel A. Weatherly. «No existe, ni nunca ha existido, un médium de ninguna clase que no haya usado trucos o engaños», concluía después de décadas de investigación el que, con el tiempo, sería el patriarca de una famosa estirpe de ilusionistas.
Nacido en Cheltenham (Reino Unido) en 1839, John Nevil Maskelyne tenía 9 años cuando, en Estados Unidos, Kate y Maggie Fox empezaron a simular que contactaban con los espíritus. Las niñas atribuían a mensajes del Más Allá los chasquidos que hacían, en realidad, con los dedos de los pies. Cuarenta años después de su debut como médium, Maggie confesaba el fraude el 21 de octubre de 1888 en la Academia de Música de Nueva York, donde denunció el espiritismo como «la más enfermiza de las supersticiones y la blasfemia más malvada que ha conocido el mundo”. Ya era tarde para frenar el avance del nuevo credo: llenaba los bolsillos de decenas de miles de pícaros.
La conjura de los magos
Maskelyne se topó con el espiritismo cuando, ya en la veintena, trabajaba como aprendiz en un taller de relojería de Cheltenham donde cultivaba otra de sus grandes pasiones, la de los ingenios mecánicos. Fabricante de varios autómatas, fue un importante inventor en la Inglaterra victoriana. A él se debe, por ejemplo, la cerradura de los baños públicos de Londres que sólo se abría si se metía un penique por una ranura.
Jasper Maskelyne, su nieto y también ilusionista, cuenta en White magic: the story of Maskelynes (Magia blanca: la historia de los Maskelyne, 1936) que un día entró en el taller un hombre con pelo largo y barba que llevaba a reparar un raro aparato. «Le explicó con cierto detalle [a Maskelyne] que se había roto un muelle y que quería que lo cambiara, pero desvió hábilmente cualquier pregunta sobre su finalidad». Cuando regresó a por la máquina, el misterioso individuo trató de comprar el silencio del muchacho con medio soberano de oro, pero el joven, que creía tener delante a un ladrón de casas, «rechazó amablemente el soborno».
Maskelyne formaba parte de un grupo de aficionados a la magia. Dos días después de su segundo encuentro con el enigmático personaje, en una de las reuniones, uno de sus amigos informó de que un espiritista estadounidense estaba actuando en Devinzes y hacía que las «manos invisibles» de los muertos respondieran a las preguntas de los vivos mediante golpes en una mesa. La descripción física del médium se correspondía con la del visitante del taller, y el aprendiz de relojero dedujo que el aparato que había arreglado permitía que alguien golpeara a hurtadillas la mesa sin que la audiencia se diera cuenta. Se lo contó a sus amigos y, aquella noche, los jóvenes magos se conjuraron: denunciarían públicamente a todos los médiums que emplearan trucos.
Los hermanos Davenport
Como Devinzes estaba lejos para ellos, decidieron esperar a que algún espiritista recalara por Cheltenham. Entretanto, Maskelyne empezó a ofrecer espectáculos de magia con su amigo George Albert Cooke, quien sería su socio hasta su muerte en 1905. A principios de 1865, corrió el rumor de que iban a visitar la ciudad dos médiums estadounidenses, los hermanos Ira Erastus y William Henry Davenport. Los lugareños pidieron entonces a los jóvenes magos que, para preservar el buen nombre de Cheltenham, se unieran al comité que iba a controlar que los espiritistas realmente hicieran lo que decían hacer y no recurrieran a trucos. Maskelyne y sus amigos aceptaron el reto.
Los Davenport actuaron en Cheltenham el 7 de marzo de 1865. «Era una demostración rutinaria de los hermanos dentro de su gira provincial. Sin embargo, tuvo una influencia indirecta en la escena mágica de la Inglaterra victoriana mayor que ninguna otra actuación de ese siglo», sentencia Geoffrey Lamb en Victorian magic (Magia victoriana, 1976). En su espectáculo, los médiums se metían en un armario de tres puertas, sentados frente a frente, y atados entre sí y de pies y manos con una cuerda. Uno de ellos estaba tras la puerta izquierda; el otro, tras la derecha; y, detrás de la central, había una guitarra, una trompeta, un violín, una pandereta y dos campanas. Cuando se cerraban las puertas y las luces se apagaban, empezaban a sonar los instrumentos y, cuando la luz volvía y se abría el armario, los Davenport seguían atados.
Maskelyne acudió a la actuación de los médiums «con la mente abierta; estaba dispuesto a admitir que la comunicación con los muertos era real. Pero no estaba dispuesto a dejar pasar ningún truco que pudiera descubrir, porque el espiritismo estaba atrayendo a muchísima gente infeliz que había perdido a sus seres queridos y estaba predispuesta a la credulidad cuando los Davenport y su amigo expresbiteriano [J.B. Ferguson, el cómplice de los médiums] les ofrecían elocuencia y el sonido de campanas a cambio de una cara entrada», explica Jasper Maskelyne.
Una «pequeña sorpresa»
La representación comenzó como era habitual. Ferguson explicó a la audiencia que los espíritus temen la luz y sólo pueden comunicarse en la oscuridad. Después, los Davenport fueron atados entre sí, de pies y manos, y a la bancada; y los nudos examinados por el comité de ciudadanos, que también inspeccionó el armario. Se apagaron las luces y se corrieron las cortinas para evitar que un rayo de luz incomodara a los espíritus que harían sonar los instrumentos y, como había ocurrido en otras ocasiones, en un momento determinado lanzarían algún instrumento fuera del armario por la puerta central. Pero Maskelyne, quien estaba cerca del escenario, tenía un plan.
«Esperaba una pequeña sorpresa que había planeado con la ayuda de otro miembro de nuestro club de magia. Cuando creí que la puerta central se iba a abrir, golpeé el suelo con un pie. A mi señal, un amigo hizo que la cortina que cegaba una de las ventanas se corriera un poco, dejando entrar un lanzazo del sol de la tarde justo cuando la puerta central se abría y los instrumentos empezaban a volar hacia afuera. En la luz, vi claramente a Ira Davenport lanzar los instrumentos fuera del armario», recordaría después el mago. Maskelyne pidió inmediatamente que se encendieran las luces, Ferguson intentó convencerle de que arreglaran las cosas en privado. No lo consiguió. Se hizo la luz, y los Davenport estaban sentados en el armario atados de pies y manos, pero el joven mago se levantó y dijo a sus paisanos: «Señoras y caballeros, he descubierto cómo hacen el truco».
Maskelyne explicó a sus conciudadanos que se trataba de una cuestión de destreza y se comprometió a reproducir los efectos de los médiums después del oportuno entrenamiento. Tres meses más tarde, el 19 de junio de 1865, él y Cooke replicaron todos los prodigios de los Davenport y exhibieron algunos más ¡a plena luz del día y sin la ayuda de los espíritus! «Tanto se pareció la representación a la original que los espiritistas no tuvieron otra alternativa que referirse a nosotros como los médiums más poderosos, algo que era para ellos más rentable que negar la ayuda de los espíritus», recordaba en 1892 el ilusionista. En 1911, Harry Houdini visitó a Ira Davenport en Maysville (Nueva York), y éste le confesó que su espectáculo se basaba en trucos y le explicó cuál era el método que empleaban él y su hermano para liberarse de las ataduras y, después, volvérselas a poner rápidamente. Lo cuenta Houdini en su libro A magician among the spirits (Un mago entre los espíritus, 1924).
Cuestión de dinero y cerebro
En 1883 y 1884, Maskelyne ofreció en el Salón Egipcio de Piccadilly, en Londres, más de 200 representaciones en las que reproducía y explicaba cada truco mediúmnico. Los Davenport fueron sólo los primeros embaucadores que cazó. Hasta su muerte, desenmascaró a innumerables médiums y, además, creó escuela: Houdini y James Randi recogerían su testigo, sucesivamente, en la lucha contra el engaño paranormal.
«He hecho lo mismo que Houdini y Maskelyne. Lo mismo. Hace poco, recibí en California una gran distinción del Castillo Mágico, una muy famosa fraternidad de magos. Me galardonaron por mi trayectoria profesional. Fue en un gran teatro de Los Ángeles lleno de ilusionistas. Al agradecer el premio, aproveché la oportunidad para recordar que la Sociedad de Magos Estadounidenses, de la que fue presidente Harry Houdini, y la Hermandad Internacional de Magos tuvieron en su momento sendos comités dedicados a la lucha contra el ocultismo en los medios», me contaba hace un año Randi.
De Randi han dicho desde las filas de la credulidad que tiene superpoderes. Nada nuevo. «J.N. [Maskelyne] era constantemente acusado, a menudo por personas que deberían haber tenido más inteligencia, de ser capaz de descubrir los trucos de los médiums y de otros, como demostró en el caso de los Davenport, simplemente porque estaba aliado con el Padre del Engaño», escribe su nieto en White magic: the story of Maskelynes. El mago de la era victoriana que desenmascaraba médiums resumía el principio básico doctrinal del «gigantesco engaño» del espiritismo en que «aquéllos que tienen mucho dinero y nada de cerebro están hechos para aquéllos que tienen mucho cerebro y nada de dinero». Una sentencia que podría aplicarse, en general, al gran negocio de la pseudociencia y la superstición.
Reportaje publicado en Magonia el 16 de mayo de 2013.