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Sierra se inspira en Chatelain para recontar el hallazgo de la máquina de Antiquitera, con errores incluidos

«A finales del pasado mes de noviembre el misterio comenzó a desvelarse -escribe Sierra-. Las revistas Science y Nature publicaron sendos informes confirmando lo que Valerio Stais supuso: que aquella caja de zapatos era una especie de PC del mundo antiguo. Con esas publicaciones se ha dado un paso de gigante a favor de algo que venimos sosteniendo desde hace lustros en estas páginas: que en la Antigüedad hubo tecnología. Incluso alta tecnología». En un pequeño recuadro, el consejero editorial de Más Allá recuerda que Maurice Chatelain, «uno de los ingenieros del programa Apollo«, escribió en 1978 respecto a la máquina en Nuestros ascendientes llegados del cosmos: «Era un calculador, probablemente fabricado en Rodas por una astrónomo y matemático célebre llamado Geminos, alumno de Posidonio, que vivió entre los años 135 y 51 antes de nuestra era».

Tampoco «la ciencia se burló del joven» (que no lo era), como sostiene el editorialista de Más Allá, ni pasó del estudio de los restos del pecio. Como ya contamos aquí, los primeros resultados científicos que apuntan a la máquina de Antiquitera como una calculadora astronómica datan de los años 50 del siglo pasado, fueron obra de el físico e historiador de la ciencia Derek J. de Solla Price, se publicaron en la revista Scientific American y a ellos se refiere Chatelain en el libro del que bebe Sierra. Por tanto, no puede sorprender a nadie que, en 1978, el autor de Nuestros ascendientes llegados del cosmos se refiriera al aparato como a un «calculador astronómico»: lo había dicho De Solla Price veinte años antes. Por cierto, Chatelain se presentaba como ex ingeniero de la NASA -Sierra le cita como ingeniero del programa Apollo– y figura en numerosos sitios de Internet como «jefe de comunicaciones» de la agencia espacial estadounidense durante el primer alunizaje, cuando en realidad fue un ingeniero de bajo nivel de una empresa de Los Ángeles subcontratada por la NASA y su historial como jefe de comunicaciones es tan cierto como que Valerios Stais era un estudiante cuando descubrió la máquina de Antiquitera. Tampoco es verdad que los recientes avances en el conocimiento de la máquina se hayan publicado en Science y Nature; sólo han aparecido en la segunda, lo que no es poco, pero demuestra cuán fiable es la información que maneja el novelista español.

OOPArt, conspiraciones científicas y otras bobadas

El autor de 100 enigmas del mundo no identifica a quienes desde la ortodoxia han tratado, a su juicio, de imponer la idea de que los griegos no pudieron fabricar la máquina de Antiquitera. A mí, sólo me vienen a la mente nombres como el de Erich von Däniken, que de científico no tiene nada y que atribuye a extraterrestres casi todo lo que se cruza en su camino. Al contrario de lo que sostiene Cardeñosa, una rápida búsqueda bibliográfica demuestra que la ciencia oficial siempre ha considerado el mecanismo un producto del saber de los antiguos griegos, si bien sólo la tecnología de exploración no destructiva del siglo XXI ha revelado finalmente para qué se usaba.
La ciencia y la máquina
Para cuando Von Däniken dijo en 1973, en El mensaje de los dioses, que el aparato fue un regalo de «benévolos astronautas» a nuestros antepasados, la ciencia llevaba décadas estudiando los restos de Antiquitera como los de un mecanismo sorprendente. El descubrimiento del aparato, entre los restos de un barco romano naufragado, fue obra en 1902 del arqueólogo Valerios Stais, entonces director del Museo Arqueológico Nacional de Atenas. Algunos expertos dijeron pronto que se trataba de una especie de astrolabio; otros rechazaron esa posibilidad.

«La importancia de la computadora de Antiquitera estriba en que arroja luz sobre los conocimientos mecánicos y astronómicos, y las habilidades, de los griegos», escribía Phillip Grouse, profesor de Informática en la Universidad del Nueva Gales del Sur (Australia), en 1972 en la obra colectiva Some trust in chariots. Sixteen views on Erich von Däniken’s ‘Chariots of the gods?’. Todavía no había obtenido De Solla Price las primeras imágenes de rayos X y rayos gamma de los restos. La ola danikeniana que llenó de alienígenas el pasado en los años 70 se plasmó en varios libros de científicos y divulgadores que respondían a las tonterías escritas por el hostelero suizo. Ronald D. Story recordaba en 1980, en Guardians of the Universe, que Von Däniken citaba en su primera obra la máquina de Antiquitera «como si fuera un artefacto extraterrestre». «Por supuesto -indicaba Story- fue un soberbio logro de los antiguos griegos, pero está muy lejos de lo que sería razonablemente esperado de una especie de viajeros interplanetarios». Cuatro años después, William Stiebing, historiador de la Universidad de Nueva Orleans, dedicaba un breve -pero concluyente- comentario al aparato en su libro Astronautas de la antigüedad. Colisiones cósmicas y otras teorías populares sobre el pasado del hombre:
«El mecanismo de Antiquitera -escribía- es otro producto de la ciencia y la tecnología antiguas que no necesita de una conexión espacial. Este artefacto, que fue contruido en el siglo I aC, contiene una serie de engranajes acoplados. A medida que se hacía girar un tirador, los engranajes se movían para mostrar la posición del Sol, la Luna, los planetas y las constelaciones en su correcta posición entre sí. Sin ninguna duda, es un aparato notable, el único que se ha conservado desde la Antigüedad, pero no es «inexplicable». A finales del periodo helenístico, cuando se construyó este mecanismo, los griegos habían desarrollado un gran conocimiento de la astronomía. El astrónomo griego Aristarco de samos había planteado la idea de que la Tierra y los planetas se movían alrededor del Sol, en lugar del punto de vista tradicional de que el Sol daba vueltas alrededor de la Tierra. Otro astrónomo, Hiparco, descubrió la precesión de los equinoccios. Los griegos también eran muy diestros en la fabricación de artilugios mecánicos y máquinas, aunque muy pocos tenían una aplicación práctica. El mecanismo de Antiquitera es un producto de la ciencia helenística, que a su vez tenía sus raíces en siglos de filosofía griega y pensamiento especulativos. Sólo alguien que ignore los muchos logros de la cultura griega durante los periodos clásico y helenístico puede encontrar necesario atribuir este aparato directa o indirectamente a los extraterrestres».
Crononautas y misterios inexistentes
No ha habido, por tanto, ninguna conspiración por parte de los científicos, que siempre han considerado la máquina de Antiquitera un resto de época helenística. Tiene tanto fundamento lo que Cardeñosa dice sobre esta pieza como lo que afirma respecto a las presuntas huellas humanas junto a huellas de dinosaurio en el lecho río Paluxy (Texas, EE UU), historia en la que afirma, en 100 enigmas del mundo, que los paleontólogos han pecado de ser «unos cabeza cuadrada». «Sólo se me ocurre pensar -dice- que, o bien existió una Humanidad anterior a la nuestra que convivió con los grandes saurios, o bien los primeros homínidos aparecieron mucho antes de lo que se cree o, puestos a aventurarnos, que un hombre del futuro viajó cuan crononauta a un tiempo pasado y pisó donde no debía hacerlo. Qué quieren que les diga… Desconozco qué respuesta es la válida». No hace falta que confiese su ignorancia.
La verdad es que no hay huellas humanas junto a otras de dinosaurios. Los paleontólogos demostraron hace mucho que los pies humanos del río Paluxy son en realidad la parte del talón del pie de un dinosaurio, como ya explicamos en Magonia hace tres años. Pero, bueno, qué se va a esperar de un experto que dice que contra el Pentágono no se estrelló ningún avión, que es capaz de ver un fantasma en donde hay una figura de cartón en la película Tres hombres y un bebé (1987), y que sostiene -en su libro El código secreto (2001)- que el Yeti y sus parientes son neandertales, Homo erectus, Australopithecus y Gigantopithecus que han sobrevivido hasta la actualidad. Al lado de esos hallazgos, sacarse de la manga una conspiración científica inexistente en el caso de la máquina de Antiquitera no parece gran cosa. ¡Es una brunada más!
Para saber más:
Stiebing, William H. [1984]: Astronautas de la antigüedad. Colisiones cósmicas y otras teorías populares sobre el pasado del hombre [Ancient astronauts, cosmic collisions and other popular theories about man’s past]. Trad. de Alberto Coscarelli. Tikal Ediciones (Col. «Eleusis»). Gerona 1994. 198 páginas.
Story, Ronald D. [1980]: Guardians of the Universe? Book Club Associates. Londres. 207 páginas.
Thiering, Barry; y Castle, Edgar (Ed.) [1972]: Some trust in chariots. Sixteen views on Erich von Däniken’s ‘Chariots of the gods?’. Popular Library. Toronto. 128 páginas.
Welfare, Simon; y Fairley, John [1980]: Arthur C. Clarke’s mysterious world. Prologado por Arthur C. Clarke. Collins. Londres. 217 páginas.
Descifran la máquina de Antiquitera

Tecnología del siglo XXI
El aparato es un mecanismo de bronce y madera del tamaño de una caja de zapatos: 31,5 centímetros de longitud, 19 de anchura y 10 de grosor. Originalmente, el sistema de ruedas dentadas estaba protegido por una caja de madera, hoy casi totalmente perdida. Esa caja tenía una puerta frontal y otra trasera, «con inscripciones astronómicas que cubrían la mayor parte del exterior del mecanismo», explican Michael Edmunds, astrofísico de la Universidad de Cardiff, y sus colaboradores en Nature. Hasta nosotros han llegado 82 fragmentos del aparato, cinco de los cuales incluyen parte de las tapas con las instrucciones.

La tecnología del siglo XXI ha permitido ver mejor el estilo de letra de las inscripciones, común entre 150 y 100 aC. Además, ahora es legible el doble de texto que en la época de De Solla Price y eso, junto con el número de dientes de las ruedas, ha ayudado a determinar para qué servía la máquina. El dial frontal se utilizaba para conocer «la posición del Sol y la Luna en el Zodíaco, y un calendario correspondiente de 365 días que podía ajustarse para los años bisiestos». Los dos diales traseros indicaban el tiempo según dos ciclos astronómicos: el de Calipo -de 76 años y 940 lunaciones- y el de Saros -de 18 años y 223 lunaciones-, usado para predecir eclipses solares y lunares. Además, los autores creen, por las inscripciones, que pudo haber engranajes -hoy perdidos- para vaticinar el movimiento de los planetas.
«Astronomía exacta»

«Los calendarios eran importantes en las sociedades antiguas para establecer las actividades agrícolas y las fechas de los festivales religiosos. Los eclipses y los movimientos de los planetas tenían a menudo interpretaciones proféticas, mientras que la tranquila regularidad de los ciclos astronómicos debe de haber sido filosóficamente atractiva en un mundo violento e incierto», explican los autores, entre los que hay astrofísicos, matemáticos, filólogos y arqueólogos, que asisten hoy y mañana en Atenas a un congreso internacional sobre la máquina de Antiquitera. El aparato es tan complicado que no hay otro equiparable hasta que aparecen los primeros relojes mecánicos, ya bien entrada la Edad Media. «Plantea la cuestión de qué más hicieron los griegos de la época. Por su importancia histórica y su rareza, lo considero más valioso que la Mona Lisa«, sentencia Edmunds, cuyo equipo planea ahora hacer un modelo informático de la máquina y, con el tiempo, uno real.
¿La construyó Hiparco de Nicea?
Michael Edmunds y sus colaboradores apuntan en Nature la posible identidad del diseñador de la máquina de Antiquitera. Creen que pudo tratarse del considerado primer astrónomo científico, Hiparco de Nicea o de Rodas (190-120 aC). Matemático y geógrafo, además de astrónomo, vivió en la época en la que fue construido el mecanismo y en Rodas, donde murió y de donde se cree que partió el barco romano que lo transportaba.
Hiparco fue uno de los grandes genios de la Antigüedad. Sucedió a Eratóstenes en la dirección de la Biblioteca de Alejandría y sus hallazgos revolucionaron la astronomía. Elaboró un catálogo de 850 estrellas, clasificadas según su brillo aparente, tal como se hace en la actualidad; midió el año con un error de 6,5 minutos; descubrió la precesión de los equinoccios; calculó la distancia de la Tierra a la Luna con mucha precisión; y -lo más importante en el caso de la máquina de Antiquitera- desarrolló una teoría que explicaba las irregularidades del movimiento de la Luna por el cielo debidas a su órbita elíptica.
«Encontramos una plasmación mecánica de esta teoría (sobre el movimiento de la Luna) en el engranaje del mecanismo, lo que revela un grado inesperado de sofisticación técnica para esa época», indican los autores. La máquina podría ser, según ellos, la plasmación física de algunos de los hallazgos de Hiparco de Nicea, ciudad a la que apuntan como puerto de salida las ánforas y monedas recuperadas del pecio de Antiquitera.
Otro invento de los dioses astronautas
«¿De qué benévolos astronautas recibieron nuestros antepasados este sorprendente regalo?», se preguntaba Erich von Däniken sobre la máquina de Antiquitera en 1973, en su libro El mensaje de los dioses. El escritor suizo hizo fortuna en los años 70 y 80 presentando como misterios atribuibles a visitantes extraterrestres numerosos vestigios arqueológicos de todo el mundo.
Treinta años después, el ufólogo español Bruno Cardeñosa considera, en su libro 100 enigmas del mundo, que el mecanismo de Antiquitera es «un ejemplo perfecto que viene a quebrar una verdad impuesta: hace 2.000 años no existía la tecnología para confeccionarlo y aún no se habían alcanzado los conocimientos que se derivan de su perfección a la hora de calcular movimientos de astros».
El astrofísico Michael Edmunds, líder del equipo de investigadores que ha examinado el mecanismo, indicó ayer a este periódico que considera «desafortunadas» tanto la explicación extraterrestre como cualquier otra que hurte el logro a los antiguos griegos. «Estamos seguros de que fue hecha por los griegos. La astronomía que hay en la máquina es completamente compatible con la del periodo en el que se construyó (entre 150 y 100 aC). ¡Lo que esto demuestra es que la tecnología griega era entonces realmente avanzada! Y eso no es un misterio, ¡es interesante!».
Publicado originalmente en el diario El Correo.