
El autor de 100 enigmas del mundo no identifica a quienes desde la ortodoxia han tratado, a su juicio, de imponer la idea de que los griegos no pudieron fabricar la máquina de Antiquitera. A mí, sólo me vienen a la mente nombres como el de Erich von Däniken, que de científico no tiene nada y que atribuye a extraterrestres casi todo lo que se cruza en su camino. Al contrario de lo que sostiene Cardeñosa, una rápida búsqueda bibliográfica demuestra que la ciencia oficial siempre ha considerado el mecanismo un producto del saber de los antiguos griegos, si bien sólo la tecnología de exploración no destructiva del siglo XXI ha revelado finalmente para qué se usaba.
La ciencia y la máquina
Para cuando Von Däniken dijo en 1973, en El mensaje de los dioses, que el aparato fue un regalo de «benévolos astronautas» a nuestros antepasados, la ciencia llevaba décadas estudiando los restos de Antiquitera como los de un mecanismo sorprendente. El descubrimiento del aparato, entre los restos de un barco romano naufragado, fue obra en 1902 del arqueólogo Valerios Stais, entonces director del Museo Arqueológico Nacional de Atenas. Algunos expertos dijeron pronto que se trataba de una especie de astrolabio; otros rechazaron esa posibilidad.

«La importancia de la computadora de Antiquitera estriba en que arroja luz sobre los conocimientos mecánicos y astronómicos, y las habilidades, de los griegos», escribía Phillip Grouse, profesor de Informática en la Universidad del Nueva Gales del Sur (Australia), en 1972 en la obra colectiva Some trust in chariots. Sixteen views on Erich von Däniken’s ‘Chariots of the gods?’. Todavía no había obtenido De Solla Price las primeras imágenes de rayos X y rayos gamma de los restos. La ola danikeniana que llenó de alienígenas el pasado en los años 70 se plasmó en varios libros de científicos y divulgadores que respondían a las tonterías escritas por el hostelero suizo. Ronald D. Story recordaba en 1980, en Guardians of the Universe, que Von Däniken citaba en su primera obra la máquina de Antiquitera «como si fuera un artefacto extraterrestre». «Por supuesto -indicaba Story- fue un soberbio logro de los antiguos griegos, pero está muy lejos de lo que sería razonablemente esperado de una especie de viajeros interplanetarios». Cuatro años después, William Stiebing, historiador de la Universidad de Nueva Orleans, dedicaba un breve -pero concluyente- comentario al aparato en su libro Astronautas de la antigüedad. Colisiones cósmicas y otras teorías populares sobre el pasado del hombre:
«El mecanismo de Antiquitera -escribía- es otro producto de la ciencia y la tecnología antiguas que no necesita de una conexión espacial. Este artefacto, que fue contruido en el siglo I aC, contiene una serie de engranajes acoplados. A medida que se hacía girar un tirador, los engranajes se movían para mostrar la posición del Sol, la Luna, los planetas y las constelaciones en su correcta posición entre sí. Sin ninguna duda, es un aparato notable, el único que se ha conservado desde la Antigüedad, pero no es «inexplicable». A finales del periodo helenístico, cuando se construyó este mecanismo, los griegos habían desarrollado un gran conocimiento de la astronomía. El astrónomo griego Aristarco de samos había planteado la idea de que la Tierra y los planetas se movían alrededor del Sol, en lugar del punto de vista tradicional de que el Sol daba vueltas alrededor de la Tierra. Otro astrónomo, Hiparco, descubrió la precesión de los equinoccios. Los griegos también eran muy diestros en la fabricación de artilugios mecánicos y máquinas, aunque muy pocos tenían una aplicación práctica. El mecanismo de Antiquitera es un producto de la ciencia helenística, que a su vez tenía sus raíces en siglos de filosofía griega y pensamiento especulativos. Sólo alguien que ignore los muchos logros de la cultura griega durante los periodos clásico y helenístico puede encontrar necesario atribuir este aparato directa o indirectamente a los extraterrestres».
Crononautas y misterios inexistentes
No ha habido, por tanto, ninguna conspiración por parte de los científicos, que siempre han considerado la máquina de Antiquitera un resto de época helenística. Tiene tanto fundamento lo que Cardeñosa dice sobre esta pieza como lo que afirma respecto a las presuntas huellas humanas junto a huellas de dinosaurio en el lecho río Paluxy (Texas, EE UU), historia en la que afirma, en 100 enigmas del mundo, que los paleontólogos han pecado de ser «unos cabeza cuadrada». «Sólo se me ocurre pensar -dice- que, o bien existió una Humanidad anterior a la nuestra que convivió con los grandes saurios, o bien los primeros homínidos aparecieron mucho antes de lo que se cree o, puestos a aventurarnos, que un hombre del futuro viajó cuan crononauta a un tiempo pasado y pisó donde no debía hacerlo. Qué quieren que les diga… Desconozco qué respuesta es la válida». No hace falta que confiese su ignorancia.
La verdad es que no hay huellas humanas junto a otras de dinosaurios. Los paleontólogos demostraron hace mucho que los pies humanos del río Paluxy son en realidad la parte del talón del pie de un dinosaurio, como ya explicamos en Magonia hace tres años. Pero, bueno, qué se va a esperar de un experto que dice que contra el Pentágono no se estrelló ningún avión, que es capaz de ver un fantasma en donde hay una figura de cartón en la película Tres hombres y un bebé (1987), y que sostiene -en su libro El código secreto (2001)- que el Yeti y sus parientes son neandertales, Homo erectus, Australopithecus y Gigantopithecus que han sobrevivido hasta la actualidad. Al lado de esos hallazgos, sacarse de la manga una conspiración científica inexistente en el caso de la máquina de Antiquitera no parece gran cosa. ¡Es una brunada más!
Para saber más:
Stiebing, William H. [1984]: Astronautas de la antigüedad. Colisiones cósmicas y otras teorías populares sobre el pasado del hombre [Ancient astronauts, cosmic collisions and other popular theories about man’s past]. Trad. de Alberto Coscarelli. Tikal Ediciones (Col. «Eleusis»). Gerona 1994. 198 páginas.
Story, Ronald D. [1980]: Guardians of the Universe? Book Club Associates. Londres. 207 páginas.
Thiering, Barry; y Castle, Edgar (Ed.) [1972]: Some trust in chariots. Sixteen views on Erich von Däniken’s ‘Chariots of the gods?’. Popular Library. Toronto. 128 páginas.
Welfare, Simon; y Fairley, John [1980]: Arthur C. Clarke’s mysterious world. Prologado por Arthur C. Clarke. Collins. Londres. 217 páginas.