James S. McDonnell, fundador y presidente de la compañía aeronáutica McDonnell Douglas, donó hace treinta años 500.000 dólares -unos 33 millones de pesetas de entonces, el cuádruple de lo que costaba un piso de 200 metros en la Gran Vía bilbaína- a la Universidad de Washington para que investigara los fenómenos paranormales. El físico Peter Phillips asumió la dirección del llamado Laboratorio McDonnell para la Investigación Psíquica, que reclutó a los sujetos a estudiar mediante anuncios en la prensa. Dos fueron los elegidos entre trescientos candidatos que decían tener poderes psíquicos: Michael Edwards y Steve Shaw, de 17 y 18 años, respectivamente.
Phillips estaba particularmente interesado en el doblamiento psicoquinético de metal -lo que hacía Uri Geller con cucharas y llaves-, y disfrutó de eso y mucho más. Durante veintiún meses, Edwards y Shaw realizaron ante los ojos de los investigadores y las cámaras del proyecto un sinfín de maravillas: doblaron cubiertos, adivinaron dibujos metidos en sobres, fundieron fusibles, hicieron girar molinillos de papel dentro de recipientes estancos… Parecía que, por fin, la parapsicología iba a entrar a formar parte de las disciplinas científicas cuando empezaron a circular inquietantes rumores.
Los lanzó el ilusionista James Randi en un congreso de magos celebrado en Pittsburgh en julio de 1981. Se jactó de que Edwards y Shaw eran discípulos suyos, y de que lo que Phillips y su equipo consideraban fenómenos paranormales eran sencillos trucos de prestidigitación. «Once días después, me enteré de que los rumores habían llegado hasta el Laboratorio McDonnell. Era un intento de alertar a los parapsicólogos. En vez de eso, se los contaron a Banachek (nombre artístico de Shaw) y Edwards como bromas. No les preguntaron si había algo de verdad en ellos», recordaba Randi en 1983.
Adiós a los prodigios
Si en algún momento los parapsicólogos hubieran preguntado a los jóvenes si recurrían a trucos, éstos habrían respondido: «Sí, y nos ha enviado James Randi». Era una de las premisas con las que el ilusionista había puesto en marcha tan peculiar iniciativa, llamada Proyecto Alfa, después de que Phillips desoyera sus consejos previos para evitar engaños. El ilusionista había recomendado a los parapsicólogos adoptar protocolos experimentales estrictos e inmutables, no admitir sugerencias de los sujetos que dieran pie a trampas y, sobre todo, que hubiera siempre un mago alerta ante posibles trucos.
Phillips empezó a sospechar del engaño después de que Randi le mandó un vídeo con explicaciones de algunos trucos paranormales. Se estrecharon los controles, como había pedido desde el principio el ilusionista, y se acabaron los prodigios. Edwards y Shaw ya no podían, por ejemplo, adivinar los dibujos dentro de sobres cerrados con grapas por el simple procedimiento de quitar algunas con las uñas, echar una ojeada y luego volver a meter las grapas por los mismos agujeros.
Reportaje publicado en el diario El Correo y en Magonia el 5 de agosto de 2009.