«Era un regalo para vuestro presidente. Con él podría haber estudiado la vida en otros planetas», explicó el visitante herido a los militares que le socorrieron, respecto a la presunta arma destrozada. Klaatu, así se llamaba, fue trasladado a un hospital militar, donde se recuperó de las heridas. Quería reunirse con «los representantes de todas las naciones de la Tierra» -no sólo con el presidente de EE UU- y transmitirles un ultimátum: o la Humanidad seguía las reglas de la Confederación Galáctica y abandonaba las armas nucleares o sería exterminada. Cumplió su misión, murió tiroteado, resucitó y abandonó nuestro planeta para siempre.
El primer marciano salvador llegó a nuestro planeta en 1951. Su platillo volante aterrizó en Washington, cerca de la Casa Blanca, a plena luz del día y fue inmediatamente cercado por tanques y cañones. Poco después, salió de la nave. «Hemos venido en son de paz y con buena voluntad», anunció. Iba enfundado en un mono plateado y tenía el rostro cubierto por un casco que sólo dejaba ver sus ojos. Nada más poner los pies en el suelo, comprobó cómo las gastamos los humanos: fue abatido por un soldado nervioso que tomó por un arma un objeto que empuñaba en su mano izquierda. La réplica fue automática. Un gigantesco robot salió del platillo y desintegró con un rayo láser cañones, tanques, rifles y pistolas antes de que su amo le ordenara parar.
Muerte y resurrección
Ultimátum a la Tierra (1951), de la que hoy se estrena una versión protagonizada por Keanu Reeves, es una película atípica para su tiempo, una época en la cual el cine de ciencia ficción hacía hincapié en el peligro extraterrestre. Cintas como El enigma de otro mundo (1951), La guerra de los mundos (1953) y La invasión de los ladrones de cuerpos (1956) reflejan el miedo al otro, al diferente, que dominó EE UU durante la caza de brujas macarthista (1950-1956). Frente a eso, el protagonista del filme de Robert Wise es un alienígena pacífico -interpretado por Michael Rennie-, bien parecido y educado, al que sólo saca de quicio la irracionalidad. «Me impacienta la estupidez. Mi pueblo ha aprendido a vivir sin ella», dice a un representante de la Casa Blanca cuando éste le explica que la situación internacional imposibilita un encuentro político como el que pretende.
Klaatu es un invasor en toda regla. Porque, tras demostrar su poder dejando a la Tierra sin electricidad durante media hora- de ahí el título original: The day the Earth stood still (El día que la Tierra se paró)-, amenaza a la Humanidad con destruirla si sigue usando armas nucleares, si se desvía del mandato galáctico. Es el mismo tipo de castigo al que recurre el Yahvé bíblico en Sodoma y Gomorra y el Diluvio. Y los paralelismos religiosos no acaban ahí. Klaatu es Jesús venido de las estrellas: toma el apellido Carpenter (carpintero), se mezcla entre la gente con su mensaje de paz, es traicionado por un amigo, asesinado por los soldados y vuelve a la vida.
El guionista Edmund North introdujo los elementos cristianos en la historia como «una pequeña broma privada» a la que fueron ajenos el productor y el director, pero que no pasó desapercibida para la censura. En el guión original, Klaatu resucitaba como Jesús; en el rodado, revive, pero sólo temporalmente porque «el poder sobre la vida y la muerte está reservado al Sumo Hacedor». La película fue mal vista por los conservadores por el rechazo del extraterrestre a entrevistarse en solitario con el presidente estadounidense, su percepción de la política humana como algo irracional y su afirmación de que la energía nuclear podía tener usos pacíficos; entre ellos, el viaje espacial. «Con toda esa palabrería sobre átomos para la paz y seguridad colectiva, Klaatu sonaba más como un agente soviético que como un emisario del espacio», indicaba en 1983 Peter Biskind en su libro Seeing is believing. How Hollywood taught us to stop worrying and love the fifties (Ver es creer. Cómo Hollywood nos enseñó a dejar de preocuparnos y amar los 50).
Misioneros del espacio
Klaatu es el modelo en el que se miran los visitantes con los cuales poco después empezarán a encontrarse cara a cara algunos fanáticos de los ovnis. La llegada del emisario de la Confederación Galáctica se produce sólo cuatro años después de la visión de los primeros platillos volantes en los cielos de EE UU. En 1950, el mayor retirado Donald E. Keyhoe identifica esos misteriosos objetos con naves alienígenas en su libro The flying saucers are real (Los platillos volantes son reales), donde asegura que la Tierra está siendo observada por seres de otros planetas «desde hace al menos dos siglos» y que ese seguimiento se intensificó tras «las explosiones de bombas atómicas de 1945».
Un año después del estreno de Ultimátum a la Tierra, George Adamski, un cocinero de un puesto de hamburguesas próximo al observatorio de Monte Palomar, se encontró en el desierto de California con el tripulante de un platillo volante. Procedía de Venus, se llamaba Orthon, venía en son de paz, era atractivo, vestía como Klaatu e informó a su interlocutor de la inquietud entre nuestros vecinos cósmicos por las pruebas nucleares. Adamski contó sus aventuras con los extraterrestres -con el tiempo haría amistad con marcianos y saturnianos- en dos libros que ilustró, entre otras fotos, con una tapa de una aspiradora que todavía hoy algunos ufólogos presentan como una nave de otro mundo.
El primer contactado -así se denominan quienes dicen tener encuentros personales con extraterrestres- cogió la trama de la película de Robert Wise y la vendió al mundo como un hecho real, con él como protagonista. Y creó escuela. Desde que Adamski saltó a la fama, han sido muchos los que han intentado convencer al mundo de que han charlado con benévolos seres de otro planeta sospechosamente parecidos a Klaatu pero que, tímidos ellos, nunca han querido salir en una simple foto.
«Klaatu barada nikto»
Ultimátum a la Tierra incluye una de las frases más famosas de la historia del cine. «Klaatu barada nikto», le pide el visitante a la heroína que memorice para evitar que, si a él le pasa algo, su robot destruya el mundo. Multitud de relatos, discos, cómics y películas -entre ellas, Encuentros en la tercera fase y El retorno del jedi– han incluido referencias a esa frase. Creyente en los entonces recién aparecidos platillos volantes, Robert Wise hizo en 1951 que Klaatu llegara a la Tierra en uno de ellos, cuando en el cuento de Harry Bates El amo ha muerto (1940) lo hace en un vehículo espaciotemporal ovoide.
Reportaje publicado en el diario El Correo y en Magonia el 12 de diciembre de 2008.