No ha habido año en el que Juan Pablo II no haya muerto desde que fue elegido Papa en 1978. Ahora, nadie se acordará de ellos; pero es de justicia recordar a los augures que en los últimos años han escrito anticipadamente la esquela del pontífice. Karol Wojtyla falleció el sábado tras haber sido víctima de los usos vaticanos, que convirtieron en obsceno espectáculo de masas las últimas semanas de vida de un anciano aquejado del mal de Parkinson, un hombre que no podía hablar y apenas respirar.
Jean Charles de Fontbrune, autoproclamado intérprete de Nostradamus, anunció la muerte del pontífice para 1986, durante una visita a Lyon, y Diego de Araciel, el marqués visionario, indicó poco después que la energía del Papa se estaba apagando y podía morir en 1987. El vidente barcelonés Miguel Marín fechaba en 1993 el principio del fin del Juan Pablo II, mientras que el tunecino Hassan Charni y Walter Mercado decían que fallecería en 1999. Ya en este siglo, Octavio Aceves y Aramís Fuster anunciaron en 2002 «un cambio sucesorio inminente en el Vaticano» y la sacerdotisa paraguaya Elizabeth de Oxum, la muerte del ultraconservador papa polaco para mediados de 2004. Antonio Vázquez Alba, el llamado brujo mayor de México, negaba que fuera a perecer este año, aunque anunciaba su renuncia al trono de Pedro, algo que años antes había predicho para finales de 1999. Era cuestión de tiempo que alguno acertara.
Han dado en el clavo el tarotista chileno Rolando de Lara y la astróloga mexicana Kala Ruiz, según demuestra una recopilación de predicciones para 2005 preparada por Mauricio-José Schwarz. Lo que habrá que ver es cuántas veces vaticinaron sin éxito el fallecimiento de Juan Pablo II -la gente tiende a olvidarse de los fallos de los adivinos– y qué otras predicciones menos previsibles han hecho con acierto. Yo tengo un amigo, escéptico, que también me adelantó hace dos meses que el Papa moriría hacia Semana Santa.
Nota publicada en Magonia el 3 de abril de 2005.