Lo mismo que la Virgen en Lourdes y Fátima han hecho los extraterrestres en Roswell. Era un pueblo perdido de Nuevo México (Estados Unidos) conocido por cuatro gatos hasta que en 1980 Charles Berlitz y William Moore publicaron El incidente. Recuperaban del olvido en ese libro un accidente de una nave alienígena en el desierto en julio de 1947. En su día, ni siquiera se tragó la historia Raymond A. Palmer, el editor de ciencia ficción que primero vio el potencial de explotar mediáticamente las creencias paranormales. Sin embargo, hace veintisiete años, Berlitz, que ya había demostrado sus dotes para la ficción en El triángulo de las Bermudas, El misterio de Filadelfiay otras obras por el estilo, enmendó la plana al fundador de Fate.
El incidente fue un éxito de ventas no sólo en EE UU, sino también en otros países. Y los ufólogos profesionales volvieron la mirada hacia Nuevo México para dar el nuevo y definitivo salto hacia el absurdo. A principios de los años 80, la sobrevalorada revista británica Flying Saucer Review dedicó un largo serial a sacar a la luz historias de los platillos volantes estrellados y recuperados, de la mano de Leo Stringfield. Fue el principio de una fiebre. Con los accidentes de naves extraterrestres pasó lo mismo entonces que a mediados de los 70 con las abducciones tras la emisión en la NBC de The ufo incident, la película basada en el secuestro de Betty y Barney Hill.
Mientras en Roswell salían nuevos testigos hasta debajo de las piedras y los vendedores de misterios rentabilizaban la historia, los lugareños empezaron a dar pasos para convertir el pueblo en un parque temático alienígena. Eso es lo que es hoy Roswell, donde los extraterrestres son tan reales como las apariciones de la Virgen en Fátima, Lourdes, El Escorial, Garabandal… El gran beneficiado de todo ha sido el pueblo y por eso se entiende que sus habitantes se hayan volcado en la celebración del 60º aniversario del no-accidente, posen alegres para los fotógrafos rodeados de parafernalia alienígena y tengan las calles rebosantes de motivos ufológicos.
En las estampas que ilustran estas líneas han sido tomadas por fotógrafos de la agencia Associated Press en Roswell en las últimas semanas. En ellas, se ve cómo los marcianos se han convertido hasta en un gancho publicitario para restaurantes de comida rápida en un pueblo cuyo principal atractivo es el Centro de Investigación y Museo Internacional Ovni. Dirigido por Julie Shuster, ha recibido más de 2,5 millones de visitantes desde su inauguración en 1992 y puede verse en él, entre otras cosas, una recreación de la presunta autopsia practicadas a un infortunado alienígena. Aunque el museo es la principal atracción para los fanáticos de los platillos volantes, otros comerciantes locales han creado sus negocios, como Sharon y Larry Welz, los dueños del rimbombante Centro Espacial de Roswell, en realidad, una tienda de recuerdos. Porque Roswell no es nada más que una Lourdes ufológica, así que no le busquen sentido a lo que digan sus habitantes sobre el caso de 1947 que la mayoría de ellos ignoraba hasta hace cuatro días y gracias al que ahora muchos de ellos comen.
Tampoco crean lo que cuentan los ufólogos más populares. Esta pseudociencia, como todas, está liderada por incompetentes. Los ufólogos rigurosos -los hay- investigan honradamente cada caso, suelen darse en las narices con las explicaciones y, por consiguiente, con que no hay casi nada asombroso que publicar. Los malos investigadores son los que triunfan porque son incapaces de explicar nada y tienen, así, muchas historias sorprendentes con las que llenar páginas y páginas, como apuntó en su día Philip J. Klass. Junto a ellos, alcanzan también el éxito los caraduras, los que no se creen nada, pero han hecho de la mentira, el engaño y la tergiversación una forma de vida. Los que han vendido en sus libros casos como el de Roswell como algo inexplicado cuando la verdad es que debe su origen a la recuperación de un globo espía secreto. El resto es simplemente un negocio como el hotel y centro de conferencias con forma de platillo volante que quiere construir en el pueblo el arquitecto Gene Frazier.
Nota publicada en Magonia el 4 de julio de 2007.