Oprah Winfrey se ha convertido con su discurso en la entrega de los Globos de Oro, al recibir el premio Cecil B. DeMille, en la gran esperanza de los demócratas en su intento por recuperar la Casa Blanca en 2020. O, al menos, así se ha interpretado en muchos medios la acogida a su alegato contra el acoso sexual, en el que homenajeó a todas las mujeres que lo han padecido y del que recordó que es un fenómeno que «trasciende a cualquier cultura, lugar, raza, religión, política o espacio de trabajo». Su intervención, unánimemente aplaudida, parece haberla puesto en la antesala del Despacho Oval: una multimillonaria estrella televisiva como alternativa a un multimillonario empresario acosador y populista.
Puede que Winfrey fuera menos mala que Trump, pero santa Oprah -solo ha faltado la beatificación en las semblanzas que de ella han hecho varias televisiones españolas- es también muy peligrosa. «Cuando Oprah habla, todo el mundo se para y escucha», dijo Reese Witherspoon al presentarla en la gala de los Globos de Oro. Por desgracia, Winfrey ha usado demasiadas veces esa capacidad de cautivar al público para promocionar la anticiencia. «Desafortunadamente, parte de la ecuación de Oprah para el éxito ha consistido en la promoción de la charlatanería y la Nueva Era», indica el oncólogo David Gorski. Es «una de las fuerzas más poderosas en Estados Unidos a la hora de socavar el pensamiento crítico y la medicina basada en la ciencia», coincide el pediatra Vincent Iannelli. Veamos dos ejemplos de la peor Oprah.
Fue en The Oprah Winfrey show donde hace diez años Jenny McCarthy, famosa por haber posado desnuda para Playboy, y su exnovio Jim Carrey difundieron la histeria antivacunas a los cuatro vientos con el apoyo de la ahora alabada comunicadora. McCarthy sostenía que su hijo Evan, nacido en 2002, era autista por culpa de la vacuna triple vírica, aunque en realidad el niño nunca ha sufrido ese trastorno. El respaldo entusiasta de Winfrey, que destacaba que al pequeño le iban muy bien contra el autismo «una dieta estricta y suplementos vitamínicos», ayudó a que descendieran las tasas de vacunación en Estados Unidos, con el consiguiente avance del sarampión y otras enfermedades infecciosas evitables.
Otro de los protegidos de la estrella de la tele ha sido Mehmet Cengiz Öz, conocido como doctor Oz, un cirujano cardiotorácico que fue durante cinco temporadas el médico experto de The Oprah Winfrey show. Öz defendió ante la millonaria audiencia del programa la efectividad de la homeopatía y de las llamadas terapias energéticas, además de la oración. Casado con una maestra de reiki, ya en su propio programa, The Dr. Oz show, presentó en 2012 las pseudoterapias para curar la homosexualidad. Como no podía ser menos, también vende productos milagrosos para adelgazar.
Vale, hay un acosador anticientífico en la Casa Blanca y a todos nos convendría que no siguiera ahí, pero, por favor, amigos estadounidenses, no lo sustituyan por otro anticientífico, aunque sea mujer, negra y encante a Hollywood. «Seguir los consejos de salud de Oprah podría hacerte enfermar», advertía la revista Newsweek en 2009, cuando 40 millones de personas veían su programa semanal. Ha llegado a promocionar hasta a un cirujano psíquico, Juan de Dios, un estafador que simula operar sin bisturí, sin anestesia y sin dolor, sin dejar cicatriz y extrayendo del cuerpo lo que haga falta. Salvando las distancias, me imagino a Javier Cárdenas o Mariló Montero en La Moncloa y me echo a temblar.
Reportaje publicado en Magonia el 9 de enero de 2018.