«En Bruselas, el corazón de la Europa ilustrada, me avergüenzo de ser inglés después de la catástrofe del Brexit«, dijo el biólogo y divulgador científico Richard Dawkins (Nairobi, 1941) hace unas semanas en la biblioteca del Parlamento Europeo. Azote de la religión desde la publicación de su libro El espejismo de Dios (2006) -traducido a 35 idiomas y del que se han vendido más de 3 millones de ejemplares-, visitó la capital belga para intervenir en Euromind, un foro sobre ciencia y humanismo creado por la europarlamentaria Teresa Giménez Barbat. «Estoy en contra de la religión porque nos enseña a estar satisfechos con no entender el mundo», ha escrito este científico educado en la fe anglicana que recuerda que «todos somos ateos respecto a la mayoría de dioses en los que la Humanidad ha creído alguna vez. Algunos simplemente vamos un dios más allá».
Dawkins tiene una extraordinaria capacidad para contagiar su pasión por la ciencia a través de sus libros, vídeos y conferencias, y aborrece las respuestas falsas a la curiosidad humana. Por eso lucha desde hace décadas contra la pseudociencia y la superstición, como en su día hicieron su admirado Carl Sagan -de cuya muerte acaban de cumplirse 20 años-, Isaac Asimov y Martin Gardner, miembros como él del Comité para la Investigación Escéptica (CSI), una organización que promueve el pensamiento crítico. La Fundación Richard Dawkins para la Razón y la Ciencia, que nació en 2006, acaba de fusionarse con el Centro para la Investigación (CfI), del que depende el CSI y que promueve «la ciencia, la razón, la libertad de investigación y los valores humanistas». «No saber es bueno; es algo con lo que podemos trabajar», dice el biólogo en alusión al objetivo último de la ciencia: explicar la realidad. Recuperado de un ictus que sufrió en febrero en su casa de Oxford y recientemente separado de su tercera esposa, el pensador inglés habla en esta entrevista de algunos de los temas que más le preocupan.
– ¿Las victorias del Brexit y de Donald Trump son accidentales o nos indican por dónde van a ir las cosas en el futuro?
– Son representativas de una tendencia siniestra, que me preocupa, hacia el populismo y la desconfianza en los expertos. Uno de los líderes del Brexit, Michael Gove, dijo a la gente: «No confíen en los expertos; ustedes son los expertos». No es así. El pueblo británico no es experto. Y en Estados Unidos ha pasado lo mismo. Me preocupa esta tendencia siniestra hacia el populismo ignorante y fanático, un problema que espero que sea temporal.
– Pero puede extenderse a otros países europeos.
– Sí. A Francia, Holanda… Espero que no pase.
– Al día siguiente del referéndum sobre el Brexit y de las elecciones estadounidenses, muchos no nos podíamos creer los resultados.
– Yo tampoco.
– Es increíble que EE UU vaya a ser gobernado por antievolucionistas, negacionistas del cambio climático y supremacistas blancos.
– Sí. Trump parece ser tan voluble que no es posible saber hacia dónde va a saltar. Lo veo como una especie de delincuente juvenil, un narcisista irresponsable, una broma como presidente… No es posible saber qué políticas va a seguir. Puede cambiar de opinión en cualquier momento.
– ¿No está perdiendo la razón demasiado terreno en Occidente?
– Creo que es algo temporal. Hay que mirar al largo plazo, en el que nos movemos en la dirección correcta, aunque ahora hayamos dado un paso en la errónea. El problema del cambio climático es especialmente preocupante porque es a largo plazo y podría ser muy tarde cuando se corrigieran las cosas. En Estados Unidos, el otro problema a largo plazo es el Tribunal Supremo porque sus miembros no se jubilan y, por eso, cubrir una vacante (algo que Trump tiene ahora en sus manos) tendrá efectos durante muchos años.
La pseudociencia
– ¿Cómo explica que ahora que disfrutamos de más esperanza de vida que nunca gracias a la ciencia y la tecnología haya mucha gente en las sociedades desarrolladas que confíe en la medicina alternativa y los remedios mágicos?
– Entiendo su preocupación, pero no soy psicólogo ni sociólogo, ni soy un experto en por qué la gente cree en disparates.
– ¿Qué le parece que la legislación europea permita que los productos homeopáticos se vendan como medicamentos sin tener que demostrar que curan nada?
– Los fármacos de verdad tienen que demostrar que funcionan, deben someterse a rigurosos test antes de recibir el visto bueno de las agencias nacionales de medicamentos, mientras que la medicina alternativa no tiene que hacerlo. Es evidente la doble vara de medir. Los efectos de la homeopatía y otras prácticas similares pueden explicarse por el placebo. Además, los médicos de verdad están sobrecargados de trabajo, deben atender a un paciente cada pocos minutos y carecen de tiempo para sentarse con él y decirle cosas reconfortantes, como hacen los homeópatas.
– Las tres sociedades científicas de farmacéuticos españolas han reconocido hace poco que la homeopatía no funciona. ¿La comunidad científica no tarda demasiado en reaccionar ante la anticiencia?
– Sí. En el caso de los productos homeopáticos, no es que no funcionen, es que no pueden funcionar porque no tienen nada. La única posibilidad de que funcionaran sería que el agua tuviera memoria, algo que es un disparate y nadie ha demostrado. Si alguien lo demostrara, ganaría el premio Nobel de Física.
– Pero sería muy, muy peligroso que el agua tuviera memoria, ¿no?
– Jajajaja… Sí. Este vaso de agua -dice apuntando el que tiene en la mesa- contiene al menos una molécula que pasó a través de la vejiga de Julio César o de Oliver Cromwell.
– Divulgadores como Carl Sagan, Martin Gardner y usted han dedicado mucho tiempo y esfuerzo a la lucha contra la pseudociencia. Alguien puede pensar que no hay nada malo en creer en el espiritismo, los platillos volantes y los poderes paranormales.
– Algunas personas han destacado que creer en esas cosas puede tener efectos perjudiciales directos. Yo soy más partidario de la aproximación al problema de Carl Sagan: esa gente se está perdiendo muchas cosas porque la realidad es tan maravillosa y fascinante que creer en tonterías resulta empobrecedor. Como educador, creo que es terrible que haya gente que malgaste su tiempo así cuando podría estar estudiando ciencia de verdad.
– ¿Explicar por qué creemos en cosas increíbles sirve para saber más sobre nosotros mismos?
– Supongo que sí. No soy psicólogo, pero me gustaría saber por qué a la gente le seducen esas cosas. La respuesta podría estar en la educación. Necesitamos más educación.
Ciencia y religión
– Usted considera que ciencia y religión no pueden ser compatibles.
– Muchos científicos piensan que sí. Yo no. Es importante distinguir entre creencias evidentemente ridículas como el creacionismo, en las que podemos ver una incompatibilidad clara, y la incompatibilidad más sutil que para mí existe entre la ciencia y la religión más respetable. Hasta cuando no se trata de un creacionismo ingenuo, cuando la creencia es solo en un dios que creó el Universo, hay incompatibilidad.
– Hay quien cree en un dios que puso en marcha el Universo y no hizo nada más. Ese dios no explica nada, ¿no?
– No, no es necesario. La evolución explica cómo la ilusión compleja de un diseño es producto de mecanismos naturales. El darwinismo explica la vida, que es el gran ejemplo de ilusión compleja de diseño. Llevarse al creador al origen del Universo no solo resulta innecesario, sino que además socava la tarea científica, cuyo objetivo es explicar cómo se produce la ilusión de diseño.
– Si hay un dios, no hay por qué buscar explicaciones a nada.
– Exactamente.
– ¿Cree que todo en la realidad se va a poder explicar desde un punto de vista naturalista, científico?
– No lo sé. Es una pregunta abierta. Puede haber preguntas que nunca podamos responder. Lo que sí podemos decir es que, si hay algo que la ciencia no puede explicar, no se podrá explicar de otro modo. Es totalmente ilógico pensar que, si la ciencia no puede explicar algo, lo podrá explicar la religión. Yo creo que algún día la física lo explicará todo, pero, incluso si no lo hace, la religión nunca lo hará.
– ¿La religión es siempre el camino equivocado para explicar las cosas?
– Sí.
– Europa es un crisol de gente de diferentes orígenes, culturas y creencias. ¿Cómo puede protegerse frente a los fundamentalismos sin violar los principios de igualdad y libertad que están en su esencia?
– En general, somos personas buenas y tolerantes que no quieren ser elitistas. ¿Cómo podemos protegernos de la locura sin convertirnos en exclusivistas y elitistas? Yo he empezado a pensar que no me importa que me llamen elitista. La gente necesita educación.
– Con gente mejor educada, ¿Trump no sería presidente y el Brexit habría fracasado?
– Sí.
– Si un fundamentalista musulmán potencialmente peligroso estuviera a las puertas de Europa, ¿deberíamos dejarle entrar?
– Somos personas buenas y tolerantes; no debemos discriminar a nadie por su credo. Para mí es importante distinguir entre los musulmanes, la mayoría buenas personas, y el islam en sí, que creo que es una doctrina perniciosa y malvada.
– ¿Y el cristianismo?
– También, pero menos peligrosa.
– Incluso en Occidente, ser ateo en Europa no es lo mismo que serlo en EE UU. ¿Veremos pronto a un ateo en la Casa Blanca?
– Hoy es algo imposible. Ningún miembro del Congreso de EE UU, y son 535, admite abiertamente ser ateo, cuando obviamente muchos lo son. En este sentido, las estadísticas en EE UU se están moviendo en la dirección correcta. Más del 20% de la población no abraza ninguna religión. Eso no significa que todos sean ateos, pero muchos lo son. Sospecho que puede haber habido ya un presidente ateo en EE UU, pero no lo ha podido admitir. Creo que eso llegará, pero ahora es imposible. En EE UU mi fundación apoya una campaña, llamada Abiertamente laico, para animar a los no creyentes a que salgan del armario y se muestren públicamente orgullosos de su ateísmo con el objetivo de que eso lleve a otros -especialmente, a los políticos- a seguir sus pasos.
– Ahora mismo, ¿es más fácil en EE UU ser un homosexual declarado que un ateo declarado?
– Sí, lo es.
Versión íntegra de la entrevista publicada en el diario El Correo el 4 de enero de 2017. Publicada en Magonia el 10 de enero de 2017.