Aberraciones intelectuales

James Watson. Foto: Instituto Nacional del Cáncer.
James Watson. Foto: Instituto Nacional del Cáncer.

Tom Wolfe, padre del nuevo periodismo y novelista, cree que «la teoría de la evolución es un mito». Lo dice en las entrevistas promocionales de su libro The kingdom of speech (El reino del habla), que salió en agosto a la venta en Estados Unidos. Sostiene que no hay pruebas de la teoría de Charles Darwin y Alfred Rusell Wallace, que «no es comprobable. La evolución significa que no puedes ver lo que sucederá a menos que vayas a vivir durante 7 millones de años, no se puede explicar, es totalmente imposible», ha afirmado en El Mundo.

«Es un inculto, un ignorante integral. Habla de lo que no sabe. Sólo hace falta ir a la Wikipedia para ver que lo que dice no tiene ninguna base. Hay 160 años de pruebas paleontológicas, genéticas y experimentales de la evolución», sentencia el biólogo Juan Ignacio Pérez Iglesias. Para el titular de la Cátedra de Cultura Científica de la Universidad del País Vasco, si no se ridiculiza a Wolfe es porque «es un gurú del mundo de las letras, en el que, por lo visto, está permitido ser un ignorante en ciencia y opinar de ciencia. Es el típico fenómeno posmoderno: se considera normal que gente que no tiene ni idea de algo opine de ese algo y, además, no se cuestiona lo que dice. El caso de Wolfe es descarado. Lo único que busca es vender muchos libros y ganar dinero». Sea cual sea la causa, Wolfe no es más que el último de una larga lista de pensadores que sostienen todo tipo de estupideces. Está bien acompañado en el olimpo del disparate.

Los posmodernos

Patólogos franceses examinaron en 1976 la momia de Ramsés II (1300 aC – 1213 aC) y concluyeron que había muerto de tuberculosis. «¿Cómo pudo morir a causa de un bacilo descubierto en 1882 y de una enfermedad cuya etiología, en su forma moderna, sólo data de 1819 en la consulta de Laennec? ¿No es anacrónico?», preguntaba Bruno Latour en 1999. Para el sociólogo y antropólogo francés, achacar a la tuberculosis la muerte de Ramsés II está tan fuera de lugar como afirmar que lo mataron con una ametralladora. Siguiendo esa peculiar línea de razonamiento, ¿giraba la Tierra alrededor del Sol antes de Copérnico?, ¿qué nos tenía pegados al suelo antes de que Newton formulara la ley de la gravitación universal?

«Es algo muy burdo. Latour es uno de los principales autores posmodernos, a los que une un cierto desprecio hacia la idea de racionalidad y objetividad, hacia la búsqueda de la verdad a través de la ciencia. Lo consideran un sesgo de la cultura occidental colonialista del que hay que prescindir», explica Jesús Zamora Bonilla, catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la UNED. «Lo que dice Latour es ridículo -coincide Pérez Iglesias-. Para los posmodernos, la ciencia es una construcción social y algunos niegan que exista la realidad objetiva. El movimiento ha producido aberraciones intelectuales».

Bruno Latour. Foto: G. Garitan.
Bruno Latour. Foto: G. Garitan.

En la misma línea absurda de Latour, aunque por otras razones, hay científicos de renombre. El caso más extremo es el del estadounidense Kary Mullis, premio Nobel de Química. Niega que el VIH cause el sida, cree en el horóscopo y dice que una noche se encontró en su cabaña de las montañas con un «mapache verde brillante» alienígena. Consumidor de grandes cantidades de LSD en la juventud, asegura que aquella noche no estaba colocado. Si de conspiraciones hablamos, en España la escritora Rosa Regás achacó en 2013, en un blog de El Mundo, la doble mastectomía y la extirpación de los ovarios de Angelina Jolie para evitar el cáncer a maniobras de una compañía biotecnológica para patentar unos genes. Bajando mucho el nivel, el inigualable Fernando Sánchez Dragó considera los alunizajes un paripé. «No es lo mismo ir a la Luna que estar en ella. Lo segundo alude a quienes creen en lo primero», escribía en 2009, también en El Mundo.

Sesgos ideológicos

Los racistas pueden citar en su apoyo a James Watson, codescubridor de la estructura del ADN junto con Francis Crick. «Todas nuestras políticas sociales se basan en que su inteligencia (la de los negros) es la misma que la nuestra, cuando todas las pruebas dicen que no es así», mantiene. «Puede deberse a prejuicios ideológicos que ha mamado en su sociedad. No es una idea nueva», dice Zamora Bonilla, quien confiesa que lo primero que piensa en casos como éste y el de Wolfe es que chochean. «Aunque a lo mejor es un sesgo mío», añade. «La ideología es una fuente de sesgos poderosos. Hay gente de izquierdas que por serlo rechaza avances científico-técnicos como los transgénicos, las vacunas y la wifi. Las posturas anticientíficas de la derecha tienen más que ver con la religión», advierte Pérez Iglesias.

El fallecido Crick abogaba por la panspermia dirigida, para entusiasmo de Erich von Däniken y compañía. «Pudiera la vida haber empezado en la Tierra como resultado de una infección por microorganismos mandados a nuestro planeta de un modo deliberado por una civilización tecnológica desde otro lugar, usando una nave espacial», escribió en 1973 en la revista Icarus, en una artículo firmado junto con Leslie Orgel.
Pérez Iglesias apunta que, «cuando alguien afirma algo muy rompedor sobre un campo que no es el suyo, lo más probable es que sea charlatanería pura». «Un alto cociente intelectual no garantiza que tengas razón en todo», dice Zamora Bonilla. Para los dos, no hay que creerse las cosas porque las diga un Nobel. Ellos también tienen prejuicios, intereses y creencias irracionales.

Reportaje publicado en diario El Correo el 2 de noviembre de 2016 y en Magonia el 3 de noviembre de 2016.


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