Tras el atentado con camión bomba que mató en Bagdad a 157 personas el pasado fin de semana, el primer ministro iraquí, Haidar al-Abadi, ha ordenado por fin la retirada de los detectores de explosivos basados en el zahorismo que han usado las fuerzas de seguridad del país durante casi diez años y abrir un investigación por corrupción por el gasto de decenas de millones de dólares en la compra de esos inútiles dispositivos a la firma británica ATSC, del empresario James McCormick, condenado en 2013 a 10 años de cárcel en su país por este fraude. Ha habido unos 4.000 muertos en Irak desde 2007 en atentados que podían haberse evitado si las fuerzas de seguridad hubieran empleado sistemas de detección convencionales y no los de McCormick basados en la magia.
Un zahorí es alguien que asegura tener el don de localizar en el subsuelo desde agua hasta metales preciosos y, a veces, de diagnosticar enfermedades, así como de detectar variaciones en una energía que únicamente él capta. También se les conoce como rabdomantes, radiestesistas y geobiólogos, denominación esta última con la que intentan rodearse de un halo científico y engañar a quienes tienen un miedo infundado a los efectos para la salud de las ondas de radiofrecuencia. En realidad, cuando no hay fraude, la varilla o el péndulo del zahorí se mueve debido a que las creencias y expectativas de quien lo maneja se reflejan en movimientos musculares inconscientes. El médico y zoólogo inglés William Benjamin Carpenter (1813-1885) bautizó este fenómeno como efecto ideomotor en 1852, aunque se conocía desde décadas antes, y está en el origen de otros aparentes prodigios, como la güija.
El ADE 651 de McCormick consiste en una empuñadura de plástico y una varilla, y carece de batería u otra fuente de energía y de componentes electrónicos. ¿Qué es lo que hace que funcione, según el fabricante? «La teoría detrás de la radiestesia y la teoría detrás de la forma en que detectamos explosivos es muy similar», admitió McCormick en su día en la BBC. ATSC aseguraba que sus equipos podían detectar “todas las drogas conocidas y sustancias que contengan explosivos”, y las olían a 650 metros de distancia en tierra y hasta a 5.000 metros desde el aire. Era mentira.
El detector de explosivos de McCormick saltó a la fama el 3 de noviembre de 2009 cuando The New York Times alertó de su uso en Bagdad y de que militares estadounidenses consideraban que no era más que una varita de zahorí disfrazada de equipo de alta tecnología. El teniente coronel retirado Hal Bidlack, de la Fuerza Aérea estadounidense, decía que funcionaba «según los mismos principios que la güija», y Dale Murray, jefe del departamento de los Laboratorios Sandia que prueba dispositivos militares, explicaba que su funcionamiento carecía de bases científicas y tenía la misma efectividad a la hora de detectar bombas que cualquiera por azar. En 2008, el diario The Times ya había demostrado que el ADE 651 era incapaz de detectar material pirotécnico metido en una bolsa de papel a pocos metros de distancia. Y el 22 de enero de 2010, expertos de la Universidad de Cambridge desmontaron uno de esos ingenios y constataron ante las cámaras del programa Newsnight de la BBC que carecía de componentes para hacer lo que el fabricante sostenía. Para esa fecha, el Ministerio del Interior iraquí había gastado ya más de 85 millones de dólares en dotar a sus fuerzas de seguridad del dispositivo.
La corrupción
Aunque las víctimas de las bombas terroristas no dejaban de aumentar, al responsable iraquí para el control de explosivos, general Jehad al-Jabiri, las pruebas le importaban un bledo. «Sé más de explosivos que nadie en el mundo», declaraba en noviembre de 2009 a The New York Times, y añadía que prefería el detector de ATSC a los perros adiestrados porque los controles con éstos son más lentos. ¿La ventaja? Que los canes descubren mediante el olfato las bombas que ni siquiera huele el caro detector británico. El 22 de febrero de 2010, el Gobierno de Bagdad se reafirmó en su intención de seguir utilizando el aparato porque, según ellos, funcionaba. Igual ahora sabemos a cantidad de cuánto dinero funcionarios y políticos corruptos se prestaron al juego de McCormick a cambio de facilitar sus barbaridades a los terroristas. Según The Guardian, la mayoría de las bombas que desde 2007 han matado a unas 4.000 personas y herido a decenas de miles en Bagdad entraron en la ciudad por puntos de control en donde se usaban los falsos detectores de explosivos. La superstición mata.
En mayo de 2013, el empresario fue condenado a 10 años de cárcel por un tribunal británico que le consideró culpable de fraude por la venta de los aparatos, cuyo precio oscilaba entre 11.000 y 40.000 euros la unidad. Sus equipos, dijo el juez, «han creado (en Irak) una falsa sensación de seguridad» y han provocado indirectamente numerosos muertos y heridos. «El dispositivo era inútil, el beneficio indignante y su culpabilidad como estafador tiene que ser considerada de primer orden», sentenció el magistrado. Desmontada la estafa en origen, quedaba hacerlo en destino, en alguno de los países que han pagado millones por unos dispositivos inútiles para cualquiera con dos dedos de frente; es decir, acabar con los funcionarios corruptos que se lucran con la adquisición de los falsos detectores de bombas, Irak ha dado ya el primer paso en esa línea. Tarde, pero lo ha dado.
¿Ocurrirá algo parecido en México? Las fuerzas de seguridad de ese país han utilizado el equipo de ATSC y otros similares para detectar drogas, explosivos y armas, con el éxito por todos conocido. En Oaxaca, por ejemplo, se seguían usando dispositivos de este tipo en 2014, denunciaba entonces el bloguero mexicano Andrés Tonini. ¿Van a hacer algo las autoridades de los países donde McCormick y otros estafadores han hecho su agosto con estas varitas mágicas o seguirán permitiendo que funcionarios y políticos corruptos pongan en peligro las vidas de miles de personas?
Nota publicada en Magonia el 8 de julio de 2016.