«El mayor de los misterios: ¿por qué no se muestran ellos a nosotros, abiertamente? Quizá se mantengan apartados por razones morales; pero ¿no habrá entre ellos algunos degenerados? O por razones físicas: desde el momento en que evaluamos esta posibilidad, creemos de buen grado que el acercamiento de nuestro mundo por otro mundo sería catastrófico. Pero, con todo, debemos interesarles, sea el grado que sea. Los microbios y los gérmenes nos interesan, algunos incluso nos apasionan», escribió Charles Fort (1874-1932) en El libro de los condenados (1919). Ellos eran los extraterrestres que el escritor estadounidense creía que visitaban la Tierra desde hacía milenios. Decía:
Pienso que pertenecemos a algo. Que antiguamente la Tierra era una especie de tierra de nadie que otros mundos exploraron, colonizaron y se disputaron.
Actualmente, alguien posee la Tierra, y ha alejado de ella a todos los colonos. Nadie se nos ha aparecido viniendo del más allá, tan abiertamente como un Cristóbal Colón desembarcando en San Salvador o Hudson remontando el río que lleva su nombre. Pero, en cuanto a las visitas subrepticias hechas al planeta, muy recientemente aún, en cuanto a los viajeros emisarios llegados quizá de otro mundo y cuidando mucho de evitarnos, tenemos pruebas convincentes.
Fort estaba convencido de que algunos objetos y luces que se veían en los cielos de finales del siglo XIX y principios del XX eran ingenios de otros mundos, y mantenía que los arqueólogos se habían topado con artefactos que nuestros antepasados no pudieron fabricar. Así, acerca de «un instrumento de hierro (encontrado) dentro de un bloque de carbón» a dos metros bajo tierra en Escocia, que tenía «un aire moderno», especulaba con que pudo «ser abandonado por algún visitante extraterrestre». Sobre una lente de cristal descubierta en Nínive, con que, «a millones de kilómetros en el espacio, alguien despliega un telescopio y la lente se desprende», y cae a la Tierra. Intuía que Stonehenge es obra de gigantes, «ocasionales visitantes del planeta». «La noción de los visitantes extraterrestres en China, durante lo que nosotros llamamos el periodo histórico, no será más que moderadamente absurda cuando la abordemos», aseguraba. Y añadía:
Admito que varios de estos otros mundos puedan poseer condiciones de vida análogas a las del nuestro, pero creo que algunos son tan diferentes que sus emisarios no podrían vivir entre nosotros sin medios artificiales de adaptación. ¿Cómo podrían respirar nuestro aire atenuado los visitantes venidos de una atmósfera gelatinosa?
Quizá con máscaras. Como aquéllas que se han encontrado en los antiguos depósitos. Algunas eran de piedra, y son atribuidas a un atavío ceremonial de las poblaciones salvajes. Pero la máscara encontrada en el Condado de Sullivan, Missouri…
… ¡Era de hierro y plata!
Dice cosas que descubrirán, décadas después, Jacques Bergier, Louis Pauwels, Erich von Däniken, Peter Kolosimo, Andrew Tomas, Brad Steiger, Zecharia Sitchin, David Icke, Antonio Ribera, Robert K. Temple…
‘Minialienígenas’
Fort es el primer ufólogo, mucho antes de que se vean los primeros platillos volantes en Estados Unidos, y también el primer defensor de los astronautas en la Antigüedad. Su discurso es siempre farragoso y, muchas veces, delirante. Como cuando habla de unos diminutos alienígenas, los elveranos, y de su contrapartida gigante, los monstratorianos. Los elveranos, escribe, «han venido en hordas densas, como una nube de langostas, en expediciones de caza -a la caza de ratones, sin duda, o de las abejas-, hordas minúsculas horrorizadas ante cualquiera que se tragara más de una habichuela a la vez, temiendo por cualquiera que engullera más de una gota de rocío a la vez». Resulta imposible tomarse en serio afirmaciones como ésa, y otras. Pero así era Charles Fort. En algunos momentos, parece un Philip K. Dick de lo paranormal.
El ufólogo gallego Óscar Rey Brea propuso en 1954 que las épocas de mayor número de observaciones de platillos volantes se correspondían con las de mayor proximidad entre el planeta rojo y la Tierra, las llamadas oposiciones, que se dan cada veintiséis meses. Pero, ya en septiembre de 1926, en la sección de cartas de The New York Times, Fort auguraba que habría una oleada de avistamientos de aeronaves en unas semanas, en coincidencia con la siguiente oposición marciana, y se preguntaba por qué los marcianos no aterrizaban en Central Park y desfilaban por Broadway entre confeti. «Puedo pensar en varias razones, y una de ellas es que durante mucho tiempo los marcianos han estado en comunicación con la Tierra y han, de un modo oculto, controlado, y hasta explotado, a sus habitantes. No se han descubierto a sí mismos excepto para patrullar abiertamente el cielo».
«El libro de los condenados se convirtió en el evangelio de los posteriores escritores sobre lo paranormal», dice Jim Steinmeyer en Charles Fort. The man who invented the supernatural (Charles Fort. El hombre que inventó lo sobrenatural. 2008). Tiene razón. Al autor estadounidense deben su nombre los fenómenos forteanos, que comprenden los platillos volantes, los fenómenos paranormales, los artefactos arqueológicos extraños, las desapariciones misteriosas, las lluvias y muertes masivas de animales, los rayos en bola… Periodista autodidacta, Fort dedicó buena parte de su vida a la recopilación de sucesos rechazados por la ciencia, un millar de los cuales reunió en El libro de los condenados y el resto en sus libros New lands (Nuevos mundos. 1923), Lo! (1931) y Wild talents (Talentos salvajes. 1932). De vivir hoy, sería un habitual de los congresos y programas de radio y televisión conspiranoicos, una especie de Enrique de Vicente. «La ciencia de hoy es la superstición de mañana; la ciencia de mañana, la superstición de hoy», decía. Otro mantra del denominado periodismo del misterio un siglo después.
¿A qué viene recordar ahora a Charles Fort? A que la Asociación Marchmont, del barrio londinense de Bloomsbury, colocará una placa conmemorativa en el número 39 de Marchmont Street, donde vivió entre 1921 y 1928. La organización vecinal ya ha empezado a recaudar fondos para el homenaje, presupuestado en 1.200 libras (1.375 euros), y tiene un diseño de placa, abierto a posibles «pequeños cambios» sugeridos por los responsables de la revista Fortean Times, fundada en 1973 por Bob Rickard para continuar el trabajo de Fort. El texto dice: «Charles Fort. 1874-1932. Fundador estadounidense del forteanismo, el estudio de los fenómenos anómalos. Vivió aquí entre 1921 y 1928».
Las placas azules de la Asociación Marchmont comenzaron a instalarse en octubre de 2009 y rinden homenaje a los personajes ilustres que han vivido en la zona del centro de Londres delimitada por Euston Road, Guilford Street, Woburn Place y Gray’s Inn Road. Fortean Times es una revista mensual a la que estoy suscrito desde mediados de los años 90, que aúna las más divertidas locuras con el esceptismo y está magníficamente editada. Nada que ver con lo que se publica por estos lares.
Reportaje publicado en Magonia el 5 de agosto de 2013.