«Dado que con frecuencia me llaman para hablar sobre el futuro del hombre, no puedo dejar de usar ‘Everest’ para señalar lo experto futurista que soy. Después de todo, predije que el monte Everest nunca se iba a conquistar, cinco meses después de que se conquistara». Así recordaba Isaac Asimov (1920-1992), en El electrón es zurdo y otros ensayos científicos (1972), la historia de ‘Everest’, un cuento corto del que me acordé ayer cuando pensaba qué podía decir en la presentación de la mesa sobre «Ciencia, futuro, nuevas tecnologías y naturaleza humana» en la cual hoy han intervenido, en el palacio Euskalduna de Bilbao, el fisiólogo Juan Ignacio Pérez, la psicóloga Helena Matute y el experto en ciencia ficción, además de informático e ingeniero aeronáutico, Miquel Barceló, en el marco de las IV Jornadas de la Red de Salud Mental de Bizkaia.
El 7 de abril de 1953, Asimov vendió ‘Everest’ a la revista Universe por 30 dólares. Los protagonistas de la historia descubrían que el ser humano nunca iba a pisar el techo del mundo porque era un puesto de observación de los marcianos, que desde allí nos vigilaban, preocupados porque ya teníamos la energía atómica y estábamos a punto de disponer de naves espaciales. «El 29 de mayo de 1953, menos de dos meses después de que escribiera y vendiera ‘Everest’, Edmund Hillary y Tenzing Norgay alcanzaban la cumbre del Everest y no veían allí ni marcianos ni al abominable hombre de las nieves«, explicaba el escritor dos décadas más tarde en la recopilación de cuentos titulada Compre Júpiter (1975).
Que Asimov fuera autor de ciencia ficción no implica que creyera cualquier cosa. Los escritores de ciencia ficción suelen ser, por lo general, escépticos respecto a los poderes paranormales y los visitantes de otros mundos, y Asimov fue, de hecho, uno de los fundadores del Comité para la Investigación Científica de las Afirmaciones de lo Paranormal (CSICOP), actual Comité para la Investigación Escéptica (CSI). «No creía que en realidad hubiera marcianos en el Everest ni que fuera a retrasarse mucho la conquista del monte. Sólo pensaba que la gente tendría la decencia de abstenerse de escalarlo hasta que el cuento se publicara», ironizaba el escritor en Compre Júpiter. No fue así y, para cuando ‘Everest’ vio la luz en Universe, había transcurrido medio año desde la gesta de Hillary y Norgay, de la cual se cumplieron 60 la semana pasada.
La preocupación de los marcianos de Asimov por la carrera nuclear encaja al dedillo con la mitología platillista de aquellos años. En Ultimátum a la Tierra (1951), la primera película que presenta los platillos volantes como naves de otros mundos, nuestros vecinos cósmicos quieren que abandonemos el uso de las armas atómicas. Un año después, George Adamski, un cocinero de un puesto de hamburguesas próximo al observatorio de Monte Palomar, vampiriza el mensaje de Klaatu, el extraterrestre de Ultimátum a la Tierra, y asegura haberse encontrado cara a cara en el desierto de California con un venusiano que le ha transmitido la preocupación reinante en el Sistema Solar por nuestras pruebas nucleares. Además, en ‘Everest’, los alienígenas se comunican con los humanos telepáticamente, recurso narrativo que viene al pelo para salvar el abismo cultural entre seres de mundos diferentes y del que, con otros fines, Asimov ya había echado mano para el personaje de El Mulo en las historias que acabarían componiendo Fundación e Imperio (1962) y Segunda Fundación (1962), publicadas originalmente entre 1945 y 1948 en la revista Astounding.
Nota publicada en Magonia el 7 de junio de 2013.