
En 1996, el chupacabras saltó hasta la Península Ibérica, donde Bruno Cardeñosa, Javier Sierra e Iker Jiménez le achacaron las muertes de decenas de ovejas en la comarca vizcaína de Las Encartaciones y en Valle de Tabladillo, Segovia. La Ertzaintza atribuyó los ataques al ganado vizcaíno a perros asilvestrados y los pastores segovianos, al lobo; pero los tres vendedores de misterios españoles sacaron a pasear al monstruo imaginario en las revistas esotéricas para hacer caja, que es de lo que se trata en estos casos.
Los ufólogos como Ríos, Cardeñosa, Sierra y Jiménez nunca han presentado ni una prueba de que las muertes de ganado no se deban a depredadores vulgares y corrientes, como constatan las necropsias oficiales. Sin embargo, eso no les ha desanimado a la hora de decir todo tipo de tonterías. Así Jorge Martín, hasta noviembre de 1995 un oscuro perseguidor de extraterrestres portorriqueño, fue el primero en hablar del chupacabras como una mascota de los tripulantes de los ovnis o un producto de experimentos genéticos terrestres o extraterrestres.
‘Comecogollos’ y ‘comepanties’

Si a usted le queda alguna duda sobre la irrealidad del chupacabras -que únicamente actúa en entornos de habla hispana-, léase Tracking the chupacabra: the vampire beast in fact, fiction, and folklore (Persiguiendo al chupacabras: la bestia vampiro en la realidad, la ficción y el folclore. 2011). En este magnífico libro, a cuya preparación dedicó cinco años, Benjamin Radford desmonta el mito y apunta a la película Species como la inspiradora de la demoniaca apariencia del monstruo.
Por cierto, Ríos podría recordar que, desde los años 70, han hecho también de las suyas en Puerto Rico el vampiro de Moca el comecogollos, que devoraba los plataneros, y el comepanties, insaciable consumidor de las medias dejadas a secar en los colgadores.