
El mejor argumento de Randles es que siempre habrá nuevas generaciones de interesados por el fenómeno. «Los ovnis atraen la atención porque son fáciles de buscar e investigar. Si bien la mayoría de nosotros no conoce a nadie que haya sufrido una combustión espontánea, muchas personas han sido testigos o conocen a alguien que ha sido testigo de un objeto misterioso en el cielo. Esto garantiza una nueva generación de jóvenes destetados en la ciencia ficción a quienes seguirá atrayendo la vivencia de sueños extraterrestres en la colina de su pueblo». Presupone que basta con la existencia de nuevas generaciones para que la ufología persista; pero se olvida de que, si la creencia en los ovnis arraigó en otros tiempos en gente intelectualmente inquieta, fue porque la ingenuidad social respecto a las visitas extraterrestres era mayor. Ahora, ya nadie en su sano juicio cree que haya otra vida inteligente en nuestro Sistema Solar, y las visitas desde otras estrellas sólo para asustar a campesinos en descampados se consideran tan ridículas que la mayoría de los ufólogos intenta distanciarse en cuanto puede de la mal llamada hipótesis extraterrestre. Los ovnis, seamos serios, interesan a cuatro gatos cuya fe explotan esos vendedores de misterios capaces de sostener que el hombre no llegó a la Luna y, cinco minutos después, decir que los astronautas encontraron ruinas extraterrestres en el satélite.
El residuo de casos inexplicados
Randles admite que «sería en gran parte correcto decir que la mayoría de avistamientos de ovnis se deben a errores de percepción». Pero añade que existe «un pequeño residuo de casos desconcertantes que desafían nuestra comprensión de temas tan diversos como la física atmosférica, la metafísica y la naturaleza de la consciencia». Confiar, a estas alturas, la razón de ser de la disciplina en un residuo de casos inexplicados demuestra únicamente el deseo de creer de la ufóloga británica. Sesenta años después de la observación de los primeros platillos volantes, los sucesos sobre los que se ha cimentado la creencia en los ovnis, que pudieron ser inexplicables en su tiempo por investigaciones mal hechas, tergiversaciones sensacionalistas o secretos de Estado, han sido explicados convencionalmente, desde el accidente del capitan Thomas Mantell hasta el incidente de Roswell, pasando por el caso de Socorro, la abducción del matrimonio Hill, el caso de Manises y el ovni de Canarias.

El tiempo ha demostrado que el residuo ovni está compuesto por sucesos sobre los que falta información -la mayoría de las veces debido a una investigación deficiente- o tan recientes que no ha dado tiempo a que ningún ufólogo serio -los hay- o escéptico los examine a fondo. Cuando esto último pasa, muchos avistamientos inexplicados resultan explicados, pero para entonces ya hay nuevos sucesos pendientes de explicación que con el tiempo también dejarán de ser misteriosos. Como ya escribí hace demasiado tiempo, los avistamientos de platillos volantes inexplicados son una prueba tan sólida de la existencia de visitantes de otros mundos como los crímenes no resueltos de la de vampiros, hombres lobo y otros seres sobrenaturales. Y la ufología tiene el mismo futuro que la búsqueda de hadas, elfos y dragones, por mucho que Randles tenga fe en lo contrario.