Los campesinos franceses creían hace 1.200 años que existía en las nubes una ciudad, llamada Magonia, en la que vivían unos brujos, los tempestarios, capaces de enviar tormentas para arruinar las cosechas. La creencia nació durante el reinado de Pipino el Breve (751-768), después de que los silfos, espíritus del aire, empezaron a manifestarse en el cielo, según recoge el abate Nicolás de Montfaucon de Villars (1635-1673) en sus Coloquios sobre las ciencias ocultas. «Se veía por los aires a esas admirables criaturas de aspecto humano, formadas de pronto en orden de batalla, desfilando, permaneciendo en armas, o acampadas bajo soberbios pabellones; o en navíos aéreos de admirable estructura en los que la flota volante navegaba a la deriva de los vientos».
Cuenta Montfaucon de Villars que el miedo popular a los silfos fue refrendado por sabios y teólogos, hasta el punto de que Carlomagno y su hijo Ludovico Pío «impusieron severos castigos a estos pretendidos tiranos del aire». Y que un día los vecinos de Lyon capturaron a tres hombres y una mujer que creían que habían llegado de Magonia en un barco volador. Los acusaban de ser magos enviados por un enemigo de Carlomagno para arrasar los campos e iban a lapidarlos cuando medió Agobardo, obispo de Lyon, quien dictaminó que no eran tempestarios, por lo que fueron liberados. El clérigo se pronunció contra esta superstición en su libro Contra insulsam vulgi opinionem de grandine et tonitruis (Contra las necias opiniones del vulgo sobre el granizo y el trueno).
El país de los ovnis
Magonia permaneció durante siglos en las nubes, ajena a los hombres, hasta que el ufólogo francés Jacques Vallée propuso en 1969 que «los seres de los ovnis actuales pertenecen al mismo tipo de manifestaciones que se describían en siglos pasados secuestrando humanos y volando a través de los cielos». Lo hizo en Pasaporte a Magonia, una obra en la que tiende un puente entre las visiones extraterrestres y las de ángeles, demonios, hadas y elfos. Todas son, para él, manifestaciones de un mismo fenómeno.
En su libro Dimensions, Vallée escribió en 1989 que «Magonia constituye una suerte de universo paralelo que coexiste con el nuestro». La idea de una realidad alternativa que estaría en el origen de cosas tan dispares como los ovnis, los monstruos y los fenómenos psíquicos tuvo en John Keel, un escritor esotérico estadounidense, uno de sus principales impulsores. Keel empezó como ufólogo, pero renegó en 1967 del origen extraterrestre de los platillos volantes para defender que son una manifestación ultraterrestre, «procedente de otro orden de existencia», como el resto de los fenómenos paranormales.
Magonia está hoy en día por todos lados en forma de fantasmas, extraterrestres, profecías, desapariciones, curaciones milagrosas, monstruos y otros prodigios predicados por algunos como hechos incuestionables. ¿Pero lo son de verdad o estamos ante algo equiparable a los ejércitos que desfilaban por el cielo en tiempos de Pipino el Breve?
Reportaje publicado en el diario El Correo y en Magonia el 1 de agosto de 2009.