Bill Richardson, flamante nuevo secretario de Comercio de Barack Obama, es la esperanza blanca de los aficionados a los platillos volantes. Desde que fue elegido gobernador de Nuevo México en 2002, ha propiciado la explotación turística del incidente de Roswell, el presunto accidente de una nave extraterrestre en el desierto en 1947. Mantiene una postura ambigua ante los ovnis: sostiene públicamente que no cree en ellos, pero al mismo tiempo que el Gobierno estadounidense no ha dicho toda la verdad sobre el caso Roswell. Cuando se postuló como posible candidato a la Presidencia, anunció que, si llegaba al Despacho Oval, desclasificaría toda la información secreta sobre Roswell. No ha sido elegido presidente, pero sí es uno de los miembros del Gobierno, a pesar de lo cual no va a avanzar en la línea de transparencia roswelliana anunciada, por una sencilla razón, porque el caso está cerrado desde hace más de diez años.
La información desclasificada por la Fuerza Aérea en 1994 deja claro que un globo del proyecto ultrasecreto Mogul, lanzado desde Alamogordo, fue lo que se estrelló en Roswell. Su objetivo era detectar las ondas sonoras provocadas por pruebas nucleares soviéticas y, por eso, la información permaneció clasificada durante décadas. «Nos ha decepcionado Richardson al perpetuar un mito», decía hace cuatro años Dave Thomas, miembro del grupo Nuevo Mexicanos por la Ciencia y la Razón, ante los coqueteos ufológicos del entonces gobernador. ¿Cuánto se apuestan a que ahora Richardson también decepciona a los fanáticos de los ovnis? ¿O es que ya no se acuerdan de cómo fue secretario de energía de Clinton entre 1998 y 2001 y no consiguió hacer público ningún sobrecogedor secreto, ni siquiera que a John F. Kennedy lo mataron porque iba a revelar al mundo la existencia de una alianza de Estados Unidos, la Unión Soviética y visitantes extraterrestres?
Nota publicada en Magonia el 3 de diciembre de 2008.