Un joven arrollado por el tren en Santiago de Compostela en mayo de 1988 se acaba de llevar por delante otro trozo de la credibilidad de Iker Jiménez, el periodista de lo extraño que se tragó la historia del cosmonauta fantasma y ha proclamado repetidamente que la aldea de Ochate fue un pueblo maldito. Jiménez especulaba hace nueve años, en su libro Enigmas sin resolver (1999), con la idea de que la víctima fuera un viajero en el tiempo, «un individuo que había surgido de la nada, apareciendo repentinamente en la caja de la vía sin que nadie lo hubiera visto rondando por el lugar». Ahora, la Policía ha descubierto -no está claro si gracias al ADN o a las huellas dactilares- que los restos del llamado Caminante de Boisaca corresponden a Óscar Ortega, un joven de 22 años desaparecido en la primavera de 1988.
«La de Óscar Ortega es una historia real que, sin embargo, ha servido para nutrir la imaginación de medios de comunicación y fabricantes de misterios paranormales», destaca hoy Estela Eiré en El Correo Gallego. La muerte del Caminante de Boisaca ha sido durante años fruto de disparatadas especulaciones por parte del misteriólogo de Cuatro, quien acostumbra a teñir de paranormalidad la crónica negra cuando no tiene un suceso sobrenatural con el que poner caras de asombro.
Según la versión más extendida, hacia las 23 horas del 5 de mayo de 1988, el expreso Ría Altas circulaba por las proximidades de Santiago de Compostela, con destino a Madrid cuando al tomar una curva el maquinista vio cómo aparecía de la nada una silueta humana sobre las vías. El individuo caminaba de espaldas al tren, agitando los brazos. El conductor hizo sonar las señales acústicas, pero el viandante no se apartó y, justo antes de ser arrollado, volvió la cabeza hacia el tren. El cuerpo, partido por el abdomen, quedó sobre las vías. Correspondía a un varón sin documentación y con más de 16.000 pesetas en los bolsillos. Desfigurado, ha permanecido sin identificar hasta ahora.
El caso de Rudolph Fentz
En Enigmas sin resolver, Jiménez sentencia que, a la hora de explicar el suceso, «las hipótesis lógicas fallan en su totalidad», así que él se inclina por una «aventurada»: «El salto en el tiempo y el espacio, ya que no son pocos los sucesos que se cuentan de personas aparecidas repentinamente en un lugar sin saber ni de dónde ni cómo han llegado allí. Un ejemplo clave y muy bien documentado de esa posibilidad lo encarna el suceso protagonizado en el verano de 1950 por el comerciante norteamericano Rudolf Fenz». Resumiendo, un hombre fue víctima de un atropello mortal en la Quinta Avenida neoyorquina en junio de 1950. Su atuendo parecía sacado del siglo XIX, llevaba moneda que ya no estaba en circulación y tarjetas de visita a nombre de Rudolf Fenz o Rudolph Fentz, dependiendo de la versión de la historia.
Al final, la Policía descubrió que alguien del mismo nombre había desaparecido misteriosamente en 1876. «Todas las personas presentes en el accidente aseguraron que aquel individuo fue atropellado repentinamente, surgiendo casi instantáneamente bajo el automóvil, sin dar tiempo a reaccionar al conductor», escribe Jiménez. A partir de ahí, él y otros vendedores de misterios han presentado el atropello neoyorquino de 1950 como una prueba de la presencia de viajeros temporales entre nosotros. Lo han hecho con tanto fundamento como en el caso del Caminante de Boisaca porque el origen de la historia de Fentz está en un cuento de ciencia ficción de Jack Finney, el autor de la famosa novela Los ladrones de cuerpos (1955). Según averiguó en su día el estudioso de lo paranormal Chris Aubeck, un editor sin escrúpulos e interesado en el esoterismo publicó en 1953 un relato del accidentado viajero temporal de Finney sin permiso y haciéndolo pasar por la narración de un hecho real. A partir de ahí, la leyenda cobró visos de realidad entre los aficionados a lo oculto del Viejo Continente. Ésa es la realidad del suceso de 1950, un caso «muy bien documentado», en palabras de Jiménez.
Él y su equipo de Cuarto milenio demostraron hace un par de años en Cuatro que no ponen límite a la imaginación cuando de lo que se trata es de engordar un misterio como sea. Vean, si no, como el forense de guardia del programa, José Cabrera, especula con que El Caminante de Boisaca fuera un deficiente psíquico que hubiera vivido encerrado durante años: «Todo esto [dice respecto al retrato robot] da la sensación de que es un retraso mental congénito». Óscar Ortega estaba preparando unas oposiciones a la Seguridad Social cuando desapareció. Un día, salió de su casa de Castelldefels y dejó a su madre una nota en la que le decía que se iba de vacaciones. Nunca le volvió a ver. Se convirtió en uno más de los 14.000 desaparecidos de los que hay constancia en España y, para su desgracia y la de su familia, en objetivo indirecto de los fabricantes de misterios.
Nota publicada en Magonia el 22 de octubre de 2008.