«No hay otro instrumento como éste. Nada comparable aparece en los textos científicos y literarios antiguos. Por el contrario, de lo que sabemos de la ciencia y la tecnología de la época helenística, habría que deducir que un dispositivo así no pudo existir», escribió el físico e historiador de la ciencia británico Derek J. de Solla Price en la revista Scientific American en 1959. Tras años de estudio, creía que el artefacto de la Antigüedad conocido como la máquina de Antiquitera era un calendario astronómico, «el venerable progenitor de la actual plétora de aparatos científicos». Investigadores británicos, griegos y estadounidenses anuncian hoy en Nature que han descifrado sus secretos: es una calculadora astronómica, aunque mucho más complicada de lo que De Solla Price sospechaba.
Una tormenta desvió de su ruta un barco griego de pescadores de esponjas poco antes de la Pascua de 1900. Llegaron a la pequeña isla de Antiquitera -a medio camino entre el Peloponeso y Creta- y, cuando se sumergieron, encontraron a 61 metros de profundidad los restos de un barco romano que había naufragado hacia 65 antes de Cristo (aC). Durante año y medio, pioneros de la arqueología submarina sacaron del pecio esculturas de mármol y bronce, ánforas y multitud de pequeños objetos. Cuando examinaba los restos en 1902, Valerios Stais, director del Museo Arqueológico Nacional de Atenas, descubrió una masa de madera y bronce que parecía un artefacto de engranajes. Era una pieza de la máquina de Antiquitera.
Tecnología del siglo XXI
El aparato es un mecanismo de bronce y madera del tamaño de una caja de zapatos: 31,5 centímetros de longitud, 19 de anchura y 10 de grosor. Originalmente, el sistema de ruedas dentadas estaba protegido por una caja de madera, hoy casi totalmente perdida. Esa caja tenía una puerta frontal y otra trasera, «con inscripciones astronómicas que cubrían la mayor parte del exterior del mecanismo», explican Michael Edmunds, astrofísico de la Universidad de Cardiff, y sus colaboradores en Nature. Hasta nosotros han llegado 82 fragmentos del aparato, cinco de los cuales incluyen parte de las tapas con las instrucciones.
Edmunds y su equipo han examinado los restos con los más modernos sistemas de exploración. En otoño de 2005, trasladaron maquinaria de grandes dimensiones hasta la capital griega, dada la fragilidad y el valor de las piezas, que se guardan en una urna con condiciones controladas. Expertos de Hewlett-Packard tomaron imágenes digitales de los trozos de metal y madera, que después fueron examinados con un escáner de rayos X de alta resolución de la compañía británica X-Tek Systems, de 8 toneladas de peso. Las dos empresas forman parte del Proyecto de Investigación del Mecanismo de Antiquitera (AMRP), junto con las universidades de Cardiff, Atenas y Aristóteles de Tesalónica, y el Museo Arqueológico Nacional de Atenas, donde está el artefacto.
La tecnología del siglo XXI ha permitido ver mejor el estilo de letra de las inscripciones, común entre 150 y 100 aC. Además, ahora es legible el doble de texto que en la época de De Solla Price y eso, junto con el número de dientes de las ruedas, ha ayudado a determinar para qué servía la máquina. El dial frontal se utilizaba para conocer «la posición del Sol y la Luna en el Zodíaco, y un calendario correspondiente de 365 días que podía ajustarse para los años bisiestos». Los dos diales traseros indicaban el tiempo según dos ciclos astronómicos: el de Calipo -de 76 años y 940 lunaciones- y el de Saros -de 18 años y 223 lunaciones-, usado para predecir eclipses solares y lunares. Además, los autores creen, por las inscripciones, que pudo haber engranajes -hoy perdidos- para vaticinar el movimiento de los planetas.
«Astronomía exacta»
Los científicos del AMRP han identificado entre los restos del mecanismo un total de 30 ruedas dentadas hechas a mano y creen que la máquina original tuvo otras siete, mientras de De Solla Price propuso en su día una reconstrucción de 29 ruedas, con otras dos hipotéticas. El historiador de la ciencia François Charette, de la Universidad Ludwig-Maximilian de Múnich, afirma que el nuevo modelo es «muy seductor y convincente en todos sus detalles», y que obliga a abandonar el de De Solla Price. «Este dispositivo es extraordinario, único en su género. El diseño es bello, y su astronomía exacta», dice Edmunds. «Quien lo hiciera lo hizo extraordinariamente bien».
«Los calendarios eran importantes en las sociedades antiguas para establecer las actividades agrícolas y las fechas de los festivales religiosos. Los eclipses y los movimientos de los planetas tenían a menudo interpretaciones proféticas, mientras que la tranquila regularidad de los ciclos astronómicos debe de haber sido filosóficamente atractiva en un mundo violento e incierto», explican los autores, entre los que hay astrofísicos, matemáticos, filólogos y arqueólogos, que asisten hoy y mañana en Atenas a un congreso internacional sobre la máquina de Antiquitera. El aparato es tan complicado que no hay otro equiparable hasta que aparecen los primeros relojes mecánicos, ya bien entrada la Edad Media. «Plantea la cuestión de qué más hicieron los griegos de la época. Por su importancia histórica y su rareza, lo considero más valioso que la Mona Lisa«, sentencia Edmunds, cuyo equipo planea ahora hacer un modelo informático de la máquina y, con el tiempo, uno real.
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¿La construyó Hiparco de Nicea?
Michael Edmunds y sus colaboradores apuntan en Nature la posible identidad del diseñador de la máquina de Antiquitera. Creen que pudo tratarse del considerado primer astrónomo científico, Hiparco de Nicea o de Rodas (190-120 aC). Matemático y geógrafo, además de astrónomo, vivió en la época en la que fue construido el mecanismo y en Rodas, donde murió y de donde se cree que partió el barco romano que lo transportaba.
Hiparco fue uno de los grandes genios de la Antigüedad. Sucedió a Eratóstenes en la dirección de la Biblioteca de Alejandría y sus hallazgos revolucionaron la astronomía. Elaboró un catálogo de 850 estrellas, clasificadas según su brillo aparente, tal como se hace en la actualidad; midió el año con un error de 6,5 minutos; descubrió la precesión de los equinoccios; calculó la distancia de la Tierra a la Luna con mucha precisión; y -lo más importante en el caso de la máquina de Antiquitera- desarrolló una teoría que explicaba las irregularidades del movimiento de la Luna por el cielo debidas a su órbita elíptica.
«Encontramos una plasmación mecánica de esta teoría (sobre el movimiento de la Luna) en el engranaje del mecanismo, lo que revela un grado inesperado de sofisticación técnica para esa época», indican los autores. La máquina podría ser, según ellos, la plasmación física de algunos de los hallazgos de Hiparco de Nicea, ciudad a la que apuntan como puerto de salida las ánforas y monedas recuperadas del pecio de Antiquitera.
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Otro invento de los dioses astronautas
«¿De qué benévolos astronautas recibieron nuestros antepasados este sorprendente regalo?», se preguntaba Erich von Däniken sobre la máquina de Antiquitera en 1973, en su libro El mensaje de los dioses. El escritor suizo hizo fortuna en los años 70 y 80 presentando como misterios atribuibles a visitantes extraterrestres numerosos vestigios arqueológicos de todo el mundo.
Treinta años después, el ufólogo español Bruno Cardeñosa considera, en su libro 100 enigmas del mundo, que el mecanismo de Antiquitera es «un ejemplo perfecto que viene a quebrar una verdad impuesta: hace 2.000 años no existía la tecnología para confeccionarlo y aún no se habían alcanzado los conocimientos que se derivan de su perfección a la hora de calcular movimientos de astros».
El astrofísico Michael Edmunds, líder del equipo de investigadores que ha examinado el mecanismo, indicó ayer a este periódico que considera «desafortunadas» tanto la explicación extraterrestre como cualquier otra que hurte el logro a los antiguos griegos. «Estamos seguros de que fue hecha por los griegos. La astronomía que hay en la máquina es completamente compatible con la del periodo en el que se construyó (entre 150 y 100 aC). ¡Lo que esto demuestra es que la tecnología griega era entonces realmente avanzada! Y eso no es un misterio, ¡es interesante!».
Reportaje publicado en el diario El Correo y en Magonia el 30 de noviembre de 2006.