«Las palabras pueden modificar el ADN». Este titular de Enigmas Express (Nº 52), el suplemento de la revista Enigmas, me ha hecho retroceder en el tiempo hasta 1992, cuando Joaquín Grau defendía en Más Allá (Nº 41) que los coches tienen alma. El artículo sobre la molécula de la herencia, obra de Luisa Alba, merece un destacado rincón en el panteón de lo oculto junto al automovilístico del pseudoterapeuta hipnotizador.
En 1997 y 1998, Alba dio un gran empujón a la carrera del cirujano psíquico Andrés Ballesteros. Creía que operaba sin anestesia y sin dejar cicatriz, y escribió panegíricos del personaje en Enigmas, Interviu y Karma.7. Tres años después, la misma periodista desenmascaraba al curandero ante las cámaras de televisión y se ganaba el aplauso del mundo del misterio. Ahora, lo que nos cuenta es que «el ADN humano funciona como una especie de Internet biológica«, que «se ha demostrado experimentalmente que ciertos genes pueden ser influenciados y reprogramados mediante palabras», que «los cromosomas vivos funcionan como computadoras solitónicas-holográficas», que «el ADN puede causar patrones de perturbación en el vacío, produciendo así agujeros de gusano magnetizados»…
Hacía tiempo que no leía tantas afirmaciones extraordinarias juntas. Hay que agradecer al rigor de Fernando Jiménez del Oso, director de la revista, no habernos privado de un texto que, seguramente, habrían rechazado en otras publicaciones con responsables de mente menos abierta. Me atrevo a afirmar, a pesar de mis escasos conocimientos de genética, que Alba hace gala de unos conocimientos equiparables a los que tiene de latín Manuel Carballal, un ex seminarista que, en su libro La ciencia frente al misterio (1995), sostiene que la palabra lobo proviene «del latín lobis«, poniendo así en evidencia a todos los expertos en esa lengua muerta empeñados en que proviene de lupus.
Los biólogos y médicos son ahora quienes tendrán que convencernos de que no somos víctimas de una conspiración en la que los representantes de la ciencia oficial están ocultando, una vez más, hallazgos que podrían acabar con el sufrimiento de muchos seres humanos. Imagínense lo que sería curar el cáncer, el mal de Parkinson y la diabetes simplemente diciendo al ADN del enfermo: «¡Cambia aquí y allá!». Imagínense lo que supondría erradicar anomalías como el síndrome de Down y la espina bífida pidiendo al ADN del embrión: «¡Corrígete, que te has liado!». Los colegas de Jiménez el Oso estarían abocados a apuntarse masivamente al paro y dejar su sitio a «maestros espirituales y esotéricos» debido a la «ingeniería genética por ondas, un método que evita los efectos colaterales derivados» de las técnicas actuales, según Alba.
La genética no es lo mío. Por eso, pedí ayuda a la bióloga Adela Torres para que me guiara por los tecnicismos que salpican el artículo. Y ella me aclaró, entre otras cosas, que cuando la autora habla de «computadoras solitónicas-holográficas» no se refiere a unos ordenadores supercalifragilisticoespialidosos -como yo creía-, sino posiblemente a un tipo de computadoras que usan solitones y en las que se está trabajando. La periodista dice que un equipo de científicos rusos dirigido por un tal Pjotr Garjajevá ha sido capaz de modificar el ADN «mediante la palabra», ha realizado «con éxito la transformación de embriones de rana en embriones de salamandra» con luz láser corriente y moliente, y ha creado agujeros de gusano «equivalentes microscópicos de los llamados puentes Einstein-Rosen, que son algo parecido a conexiones de túnel entre área completamente diferentes del Universo, a través de los cuales se puede transmitir la información fuera del espacio y del tiempo». ¿Y dónde se ha dado a conocer tan impresionante cúmulo de hallazgos? ¿En Nature?, ¿en Science?… No, en Enigmas Express y en el mismo número que dedica la contraportada a una señal de la Segunda Venida de Jesús, fiel escudero del infiltrado desconocido y autor del libro 11-M. Claves de una conspiración, en el que «ensaya una tenebrosa conspiración que, por supuesto, no existe, ni se demuestra que exista», en palabras del analista político Fernando Jáuregui.
Luisa Alba no informa en ningún momento de dónde hace sus experimentos Pjotr Garjajevá y en Internet las referencias a este sabio son poco más de cien, una centésima parte de las que existen de Chiquito de la Calzada, cuya oratoria seguro que hace estragos en el ADN del ruso. De Garjajevá sólo sé que es presentado en algunos sitios como miembro de la Academia de Ciencias de Nueva York. Ya saben, ese club al que puede pertenecer cualquiera con tal de pagar la cuota y con el que algunos inflan su currículo. Lo que sí nos aclara la autora es que los expertos actúan «sobre las frecuencias vibratorias del ADN» -no me pregunten qué es eso, pero ¿a que queda aparente?-, que «la sustancia del ADN viviente reacciona siempre a las radiaciones provocadas por el lenguaje articulado -la voz- del mismo modo que reacciona con ondas de radio y láser si se emplean en las frecuencias adecuadas» -no me pregunten en qué se diferencia el ADN viviente del ADN sin más ni cuáles son las frecuencias- y que hay «cromosomas vivos» -tampoco me pregunten qué carajo son y en qué se diferencian de los cromosomas a secas-.
La conclusión de tanto hallazgo no es, para la autora, la que he apuntado -la posibilidad de curar enfermedades por la voz-, sino que la reprogramación del ADN por la voz, los agujeros de gusano microscópicos y el «hecho demostrado por los científicos de que el ADN puede funcionar como Internet» -¿dónde?, ¿por quién, ¿cuándo?, ¿cómo?- fundamentan «muchos de los fenómenos hasta hoy catalogados como paranormales, tales como la telepatía, la sanación a distancia o la clarividencia, entre otros». Ahí queda eso.
No lea ni todo ni parte del artículo de Luisa Alba en voz alta. La concentración de tonterías no dañará su ADN, pero puede afectar a su integridad mental. No lo deje al alcance de los niños. Consulte con su psiquiatra antes de exponerse a este material.
Nota publicada en Magonia el 2 de agosto de 2004.