La Junta de Andalucía y el Ayuntamiento de Bélmez de la Moraleda estudian la apertura de un centro de interpretación de la denominada Casa de las Caras. Más de treinta años después de la aparición del primer rostro en la cocina de la recientemente fallecida María Gómez Cámara, la Administración va a tomar cartas en el misterio parapsicológico del tardofranquismo. ¡Ojalá no sea únicamente para la explotación turística del presunto fenómeno paranormal! ¡Qué magnífica oportunidad para que un grupo de investigadores estudie por fin las caras de Bélmez con todas las garantías científicas! Supongo que las instituciones andaluzas no se negarán a ello y, por fin, podremos saber la verdad.
Que nadie me entienda mal. Lo lógico es pensar que estamos ante unas caras pintadas; lo lógico, también, sería que contáramos desde hace tiempo con unos análisis que nos dijeran con qué se dibujaron. No he visto ni una prueba de que en Bélmez suceda algo remotamente enigmático -de ahí que el fenómeno nunca me haya interesado- y sí he leído muchas historias fantásticas, sobre todo en los últimos años. La última, la que cuentan, en Tumbas sin nombre (2003), Iker Jiménez y Luis Mariano Fernández, quienes se apoyan en el hipnólogo de feria Ricard Bru para relacionar un trágico episodio de la Guerra Civil con el fenómeno del pueblo jienense. Estos dos reporteros del misterio mantienen que varias de las caras corresponden a familiares de María Gómez Cámara muertos en la contienda española.
El problema es que el análisis comparativo que exponen de los rostros de cemento y de los de cinco parientes de la mujer sólo puede contentar a alguien muy ingenuo, dado que los autores admiten que en unos casos han manipulado las dimensiones de la cara dibujada en el cemento, en otros han invertido horizontalmente la imagen y en algunos han hecho ambas cosas. Para mí, han jugado con los datos hasta que han encajado con los resultados deseados, como hicieron los miembros del Proyecto para la Investigación del Sudario de Turín (STURP) en el estudio informático de la sábana santa que hicieron en los años 70 del siglo pasado. Pero estoy dispuesto a cambiar de opinión si un perito libre de los crédulos prejuicios del elegido por esos dos escritores llega a idénticas conclusiones a partir de un análisis comparativo de las mismas fotos.
Dar carpetazo al asunto de Bélmez está sólo al alcance de escépticos. Quienes apuestan económicamente por lo paranormal no lo van a hacer. Sería como tirar piedras a su propio tejado. Ya lo dijo Juan José Benítez en el último episodio de Planeta encantado: «Después de treinta años de investigación, he aprendido que los enigmas no deben ser desvelados. Sólo así podemos seguir soñando». ¿Cuántos enigmas han resuelto las firmas estrella de las revistas esotéricas en sus ya largos años de exclusivas mundiales? Ninguno. ¡Pero si hasta afirman creer en el misterio del Triángulo de las Bermudas y que Uri Geller tiene poderes paranormales! En Bélmez, hacen falta análisis rigurosos, serios, no pseudoinvestigaciones aptas sólo para publicarse en revistas como Más Allá y Enigmas, como la capitaneada hace unos años por el jesuita José María Pilón. La incógnita es si las autoridades andaluzas lo permitirán y si los escépticos interesados en este fenómeno agarrarán, de una vez, el toro por los cuernos.
Nota publicada en Magonia el 16 de marzo de 2004.