Casi dos horas de documental le ha llevado a Juan José Benítez llegar a la conclusión que muchos intuíamos desde las primeras escenas de El anillo de plata: que los atrasados bereberes le deben todo a los extraterrestres, quienes, «sin duda, les dieron el primer aliento civilizador». Otra vez recurre a los marcianos el autor de Caballo de Troya para explicar los, para él, inexplicables avances de nuestros antepasados. Antes, el ufólogo intenta maquillar su carcajeante propuesta, hablándonos de un pasado en el cual el Sahara fue un vergel, algo que no ha sabido Benítez gracias a las revelaciones de los marcianos ni a las confidencias que dice que le hace el mismo Dios, sino a la ciencia oficial que habitualmente desprecia. En el noveno episodio de Planeta encantado, nada de lo que afirma el fabricante de misterios sobre el Sahara azul es nuevo; lo único de su cosecha son los alienígenas y su intervención en la historia humana.
Hay tanta ilógica en el razonar del director de la serie que emite Televisión Española (TVE) que resulta difícil entender cómo alguien puede tomarle en serio. Sahara azul es continuación de la anterior entrega y arranca con Benítez enseñando a sus guías de Tassili la piedra que, según Dionisio Ávila, le tiraron unos extraterrestres que estaban a pie de su nave en Los Villares (Jaén), el 16 de julio de 1996. Entre los signos del pedrusco, hay un IOI -«palo-cero-palo»- que coincide con el grabado de un anillo de plata -con nueve palos y otros tantos ceros: IOIOIOIOIOIOIOIOIO– que Benítez asegura haber encontrado en aguas del mar Rojo el mismo día de la aparición del ovni en Andalucía. A partir de ahí, unos expertos cuya identidad no se facilita leen en el anillo las coordenadas de Tassili, a donde monta el periodista navarro una expedición acompañado de su esposa y su hijo fotógrafo, quienes forman parte del equipo de la producción. Y ahí empieza la segunda parte de este viaje previsible, con los guías argelinos diciéndole al ufólogo que en el IOI de la piedra reconocen signos del bereben antiguo. Dada la vulgaridad de los signos –palo y cero aparecen en casi todas las lenguas-, el testimonio de los tuareg sólo demuestra la ingenuidad de Benítez.
Decepcionado por la incapacidad de sus guías para descifrar el mensaje de la piedra -«Una cosa es hablar bereber y otra muy distinta, traducirlo»-, el escritor especula sobre el origen de la lengua tamazight, como se llama en realidad. Los lingüistas no lo tienen del todo claro y aprovecha eso para doblar la Historia a la medida de sus extraterrestres. Cita por el apellido a unos expertos que mantienen que el bereber -oral y escrito- surgió hace entre 8.000 y 10.000 años, y, sin mostrar ninguna de las pruebas «abrumadoras» que asegura tener, sentencia que hay que reescribir la Historia: el bereber es la lengua escrita más antigua, más de 4.000 años antes que la primera escritura cuneiforme de Mesopotamia. Estamos ante un bombazo similar al de las visitas de extraterrestres en platillos volantes, de las cuales Benítez también dice poseer pruebas desde hace casi treinta años. No pierdan el tiempo buscando por ahí algo que corrobore la sorprendente afirmación sobre la escritura bereber porque los primeros textos en ese idioma datan del siglo II antes de nuestra era, aunque eso poco importe al novelista.
Benítez mantiene que la aparición del bereber coincide con la de la ganadería y la agricultura en los pueblos del norte de África y ello le da pie para predicar su buena nueva, una realidad ante la que «es posible que la ciencia sonría burlona». «Ésta es mi teoría. Hace unos 9.000 años, una o varias civilizaciones no humanas tomaron el centro del jardín del corazón del Sahara como base de operaciones y prendieron la mecha de una nueva Humanidad», sentencia el ufólogo. Saca a relucir su «instinto» y «larga experiencia como investigador» -los mismos que le llevaron a tomar en Bilbao el canto de un sapo por el sonido de una nave de otro mundo- para argumentar que los marcianos retratados en las pinturas de Tassili hicieron experimentos genéticos para mejorar las razas. A eso se deberían, según él, los animales fantásticos del arte prehistórico de la región, que reflejarían intentos fallidos de crear animales domésticos en el laboratorio. En su delirio, el novelista compara el perfil de un túmulo funerario con el platillo volante fotografiado el 7 de mayo de 1952 en Barra da Tijuca, Brasil. Para el director de Planeta encantado, la escritura bereber antigua, la de la piedra de Los Villares y la del anillo que sólo se cree él que encontró en aguas del mar Rojo «tienen un mismo origen: los gigantes de Tassili». Lo que no nos cuenta es el final de toda esa historia ya excesivamente alargada en la que los hermanos mayores cósmicos sacan de su ignorancia a los habitantes del norte de África. Se lo reserva para una próxima entrega, ya que ésta acaba con un frustrante «Continuará…».
Reseña publicada en Magonia el 15 de diciembre de 2003.