El astrónomo Joseph Allen Hynek (1910-1986) es el Pablo de Tarso de la ufología. El hombre al que invocan desde hace más de cuarenta años los creyentes en los platillos volantes para intentar dar a su afición una pátina científica. Durante más de dos décadas, colaboró con la Fuerza Aérea de Estados Unidos en los proyectos Signo, Rencor y Libro Azul, buscando explicaciones convencionales para las observaciones de ovnis. Era entonces la bestia negra de los ufólogos. Sin embargo, a finales de los años 60, se cayó públicamente del caballo de la incredulidad para convertirse en el padre de la denominada ufología científica. Ese hito fundacional del credo ovni es -como pasa con todas las religiones- una leyenda, asegura John Franch en «The secret life of J. Allen Hynek» (La vida secreta de J. Allen Hynek), un artículo publicado en el último número de The Skeptical Inquirer, la revista del Comité para la Investigación Escéptica (CSI). Los hechos parecen darle la razón.
«La aparente transformación del profesor [Hynek] de escéptico a defensor de los ovnis no fue la conversión que parece a primera vista», dice Franch, basándose en las memorias de Jacques Vallée. El astrofísico y ufólogo francés y Hynek se conocieron en 1962 en la Universidad del Noroeste (Illinois, Estados Unidos) y, un año más tarde, el primero, entonces estudiante de informática, se convirtió en secretario del segundo, de quien acabaría siendo la mano derecha. En Vallée está inspirado Claude Lacombe, el personaje interpretado por François Truffaut en Encuentros en la tercera fase (1977), película de Steven Spielberg de la cual Hynek fue asesor -el título se basa en su clasificación de los avistamientos de ovnis- y en la que aparece 8 segundos abriéndose paso entre el gentío durante el aterrizaje de la gran nave extraterrestre en la Torre del Diablo. El Hynek científico, serio y riguroso, alejado del esoterismo, habitual de los libros de autores como Antonio Ribera, se transmuta en los recuerdos de Vallée en alguien interesado por lo oculto desde la adolescencia.
El rosacruz
Según Hynek confesó al informático francés, y recoge Franch, se hizo astrónomo para descubrir los límites de la ciencia, los fenómenos inexplicados para ésta. En la adolescencia, se interesó por los rosacruces y, en el instituto, se gastó 100 dólares de la época en The secret teachings of all ages: an encyclopedic outline of masonic, hermetic, qabbalistic and rosicrucian symbolical philosophy (Las enseñanzas secretas de todas las épocas: un esbozo enciclopédico de la filosofía simbólica masónica, hermética, cabalística y rosacruz. 1928), obra magna del escritor canadiense Manly Palmer Hall. «Todos mis compañeros de estudios pensaban que estaba loco porque no me había comprado una moto, como habían hecho ellos», le confesaría años después a Vallée.
Detrás del aparentemente escéptico que empezó a colaborar con la Fuerza Aérea en 1948, muy poco después del avistamiento de Kenneth Arnold que dio nombre al fenómeno de los platillos volantes, había, por tanto, un apasionado por el ocultismo y los fenómenos presuntamente inexplicables. Y no fue un pecadillo de juventud, según se desprende de lo que Vallée contaba en una entrevista radiofónica en 1993 acerca de su pasado rosacruz compartido. «Yo estaba encantado de saber que durante muchos años él [se refiere a Hynek] también había recogido información de la tradición. Los dos, por cierto, habíamos llegado a la misma conclusión, que realmente no necesitábamos una organización para continuar esa investigación, ya que hay muchas fuentes de todo y ese tipo de investigación se hace mejor independientemente. Sin embargo, esas organizaciones eran muy sinceras y nos facilitaron un buen comienzo».
Vallée desvela en esa entrevista que Hynek y otro astrónomo estadounidense viajaron en 1958 a Francia para visitar al ufólogo Aimé Michel y «salieron convencidos de que había descubierto algo importante». Michel fue el patriarca de la ufología gala. Desarrolló en colaboración con Jacques Bergier, coautor con Louis Pauwels de El retorno de los brujos (1960), la teoría de las ortotenias, según la cual los casos de ovnis de la oleada francesa de 1954 se ordenaban sobre líneas rectas, una especie de aerovías para platillos volantes. Al final, Vallée concluyó en 1966 que las ortotenias eran debidas al azar. Todo el trabajo de Michel ha demostrado con el tiempo ser tan inútil como el de otros muchos ufólogos, así que el presunto entusiasmo de Hynek y su colega era infundado.
Escepticismo de fachada
Ya en 1960 Hynek empezó a apuntar que los ovnis podían merecer un estudio científico serio. En una carta que el 17 de febrero de ese año dirigió a un general de la Fuerza Aérea, y que cita Franch, decía: «Sólo necesito recordarle que, hace menos de dos siglos, todo lo referente a los meteoritos se mantenía al margen de la astronomía legítima porque las historias que piedras que caen del cielo se consideraban cuentos de viejas. Si esos hechos hubieran recibido la suficiente atención por parte de los científicos de entonces, la productiva rama de la astronomía que ahora conocemos como meteorítica hubiera nacido un siglo antes de lo que lo hizo». El ejemplo de los meteoritos, junto con el caso de Galileo, se convertirá con el tiempo en uno de los mantras de la ufología. Poco después, Vallée y Hynek montaron un grupo de discusión ovni. Según el francés, el astrónomo estadounidiense estaba sólo a la espera de un caso inexplicable cuya evidencia resultara tan abrumadora que obligara a la comunidad científica a aceptar el fenómeno ovni como real.
Llegó. Fue el avistamiento en el que el policía Lonnie Zamora se topó con un extraño objeto y dos humanoides a las afueras de Socorro (Nuevo México) en la tarde del 24 de abril de 1964. El patrullero seguía a un Chevrolet negro que circulaba “a excesiva velocidad” por las afueras de Socorro cuando escuchó una fuerte explosión, así que abandonó la persecución para investigar. A entre 150 y 200 metros de distancia del lugar de la explosión, vio lo que en principio le pareció un automóvil volcado y a “dos personas en trajes blanco de mecánico”. A unos 30 metros del ovni, concluyó que era un “objeto de forma ovalada”, “liso, sin ventanas ni puertas”, “como de aluminio, blanco”. Se bajó del coche, oyó otro estruendo, vio una llama bajo el objeto, que empezó a despegar, echó a correr y se cayó junto a su auto, perdiendo las gafas. Siguió corriendo, mirando atrás de vez en cuando y escuchando silbidos y crepitaciones. Poco después, el extraño ingenio se perdía entre las montañas.
Cuando Hynek investigó el suceso, se quedó perplejo por el testimonio del policía y las huellas de la nave encontradas en el terreno. “Es el caso mejor documentado de la historia y, a pesar de una investigación exhaustiva, todavía no hemos podido identificar el vehículo o el estímulo que atemorizó a Zamora hasta el pánico”, escribió dos años más tarde el mayor Héctor Quintanilla, director entonces del Proyecto Libro Azul. “De todos los encuentros cercanos del tercer tipo, éste es el que con más claridad sugiere la presencia de un aparato volador real y concreto, acompañado por ruidos y propulsión”, dice Hynek en su libro El informe Hynek (1977). Según sus biógrafos, fue uno de los casos que le dio el empujón definitivo para salir del armario ufológico. Hoy en día, sabemos, gracias a una carta descubierta entre la correspondencia del premio Nobel Linus Pauling, que el caso de Socorro fue una broma montada por estudiantes del Instituto de Tecnología y Minería de Nuevo México (NM Tech).
En marzo de 1966, Hynek se vio envuelto en un episodio que le hizo objeto de mofa en todo el país. Achacó provisionalmente unas luces nocturnas vistas en Michigan por decenas de personas al gas de los pantanos. Ese episodio le hizo llegar sentirse culpable de su «actitud escéptica». Un mes después, compareció ante un comité de congresistas y pidió que se formara un panel científico para analizar el problema de los ovnis, lo que con el tiempo sería el Comité Condon, dirigido por el físico Edward U. Condon, financiado por la Fuerza Aérea y con sede en la Universidad de Colorado.
El informe final de ese grupo de expertos, que examinó información de los archivos militares y las organizaciones privadas, supuso en 1969 la puntilla a las aspiraciones de la ufología por hacerse un hueco entre las disciplinas científicas: «Nuestra conclusión general es que, en los últimos veintiún años, el estudio de los ovnis no ha aportado nada al conocimiento científico. La consideración cuidadosa de la información que está a nuestra disposición nos lleva a concluir que un estudio adicional de los ovnis no puede justificarse con la expectativa de que la ciencia vaya a avanzar gracias a ello». Este mazazo lanzó definitivamente a la ufología a Hynek, cuyo escepticismo público hasta entonces Franch califica de simple fachada. «Estudioso de lo oculto durante mucho tiempo, estaba abierto a outré notions: por ejemplo, creía que había más planos de existencia que el físico e incluso respaldo afirmaciones referentes a la cirugía psíquica y la fotografía psíquica«, recuerda en The Skeptical Inquirer.
Carta a ‘Science’
El astrónomo escribió el 1 de agosto de 1966 una carta a Science, que la revista publicó el 21 de octubre siguiente (Vol. 154, Nº 3.747) bajo el título de «Ufo’s merit scientific study» (El merecido estudio científico de los ovnis). En ella, dice sentirse ante sus colegas «como el viajero a tierras exóticas y lugares remotos que se descarga de su obligación hacia aquéllos que quedaron en casa informándoles de las extrañas costumbres de los nativos». Reconoce que la mayoría de los casos que ha investigado para la Fuerza Aérea corresponde a identificaciones erróneas, pero añade que «el residuo de casos ovni misteriosos» hace necesaria una investigación por científicos de todas las áreas, incluidas las sociales.
En la misiva, que ocupa una página entera de la revista, Hynek aclara siete -a su juicio- ideas erróneas, como que los ovnis sólo los ven los creyentes, que los testigos son siempre gente sin formación, que los científicos no los ven… Respecto a su posible origen extraterrestre, admite que es cierto que no hay pruebas de ello, pero sentencia que, «mientras sean no identificados, la cuestión debe obviamente permanecer abierta»; se pregunta si «¿estaremos cometiendo el mismo error que la Academia de Ciencias Francesa cuando rechazaba las historias de piedras que caen del cielo?»; y concluye apelando a la provisionalidad del saber científico. «He empezado a sentir que hay una tendencia en la ciencia del siglo XX a olvidar que habrá una ciencia del siglo XXI y una ciencia del siglo XXX, que considerarán nuestro actual conocimiento del Universo insuficiente. Sufrimos, tal vez, de provincianismo temporal, de una forma de arrogancia que siempre ha irritado a la posteridad».
El residuo enigmático, la existencia de casos con testigos cualificados y la provisionalidad del conocimiento científico fueron durante décadas las balas de plata de la ufología. Unas balas tan efectistas de cara al público como inútiles en la realidad. El propio Hynek nunca fue capaz de cuantificar debidamente el residuo de avistamientos inexplicados tras la pertinente investigación. Lo mismo hablaba del 20% que del 1%. Da igual: el problema del residuo ufológico es que no demuestra por sí solo nada extraordinario, al igual que el residuo de crímenes inexplicados no prueba que anden por ahí sueltos vampiros, hombres lobo y otros monstruos. La experiencia ha demostrado que los presuntamente mejores testigos, los pilotos militares, son tan poco fiables que el resto. Por citar un caso clásico, en enero de 1948, Thomas F. Mantell, capitán de la Guardia Nacional Aérea de Kentucky, murió cuando perseguía con su avión un globo de un proyecto secreto creyendo que era un platillo volante. Y, aunque es cierto que el conocimiento científico es provisional, casi setenta años después de la observación de los primeros ovnis, sigue sin haber pruebas de que sean algo más que las hadas de la era espacial.
«Sabemos con seguridad que están aquí»
En cuanto se declaró ufólogo, Hynek se convirtió en un símbolo viviente. Era el científico escéptico a quien las pruebas habían convencido de la realidad de las visitas de seres de otros mundos. Porque el astrónomo se reveló como un devoto de la llamada hipótesis extraterrestres a pesar de que en muchas intervenciones públicas -como la carta a Science– se mostrara cauto. Hasta 1969, había hecho gala de una doble personalidad apasionada por lo oculto de puertas adentro y científica ortodoxa de puertas afuera; desde ese momento, hizo lo mismo dentro de la ufología. En los foros de aficionados a lo paranormal y los ovnis, daba rienda a ideas descabelladas; de cara a la opinión pública y, sobre todo, a la comunidad científica, era más prudente.
Así, en agosto de 1976, calificaba en la revista People las abducciones de «basura» y decía que ninguno de los protagonistas de esos sucesos había sido capaz de proporcionar información «fiable». Sin embargo, en la revista Ufo Report de ese mismo mes aseguraba que, aunque los encuentros con humanoides al principio le habían provocado rechazo, «ningún científico debería descartar datos simplemente porque no le gustan». En Ufo Report también indicaba que cada vez apoyaba «menos y menos la idea de que los ovnis estuvieran hechos de tuercas y tornillos», mientras que en People aseguraba que había «muchas pruebas de que los ovnis están hechos de tuercas y tornillos. ¿Cómo se explica, si no, que los detecte el radar? ¿Cómo se explican las huellas sobre el terreno?».
«No hay duda de que el fenómeno ovni exhibe inteligencia. Aunque yo, sencillamente, no sé de dónde proviene esa inteligencia. Puede venir de grandísimas distancias, y también puede ser que venga de un lugar más cercano, de una realidad paralela», decía el 17 de diciembre de 1982 en CX 20 Radio Monte Carlo, una de las emisoras de radio con más audiencia de Uruguay. En esa misma entrevista, reproducida por Antonio Ribera en su libro Las máquinas del Cosmos (1983), se mostraba convencido de que los ovnis eran «muestras de una tecnología fuera de la terrestre» y de que esos visitantes llegaban a la Tierra «sin emplear ninguno de los medios técnicos que nosotros conocemos. Podemos suponer, por ejemplo, que han aprendido a manipular el espacio y el tiempo, o a ir desde su lugar físico, a través de otra dimensión, a nuestro lugar físico, o bien a enviar una forma mental que al llegar aquí se materializa. Lo único que sabemos con seguridad es que están aquí. Y la otra cosa que sabemos con seguridad es que son inteligentes».
Opiniones al gusto
Hynek fue, posiblemente desde el principio de la era ovni, un creyente en las visitas extraterrestres, aunque no se destapara como tal hasta que creyó tener pruebas que apoyaran su punto de vista. Pruebas como el fraudulento aterrizaje de Socorro. Pero, entonces, ¿por qué colaboró durante más de dos décadas con los militares? Para Bruce Rux, autor del libro Architects of the underworld (Arquitectos del inframundo, 1996), la integridad de Vallée a la hora de aproximarse al fenómeno ovni es «más evidente» que la de Hynek. «Parece como si Hynek hubiera estado dispuesto a desempeñar deliberadamente el papel de relaciones públicas de la Fuerza Aérea, poniéndose al frente de la comunidad científica, con el fin de que se le permitiera llevar a cabo su propia investigación privada. En otras palabras, que sacrificó la verdad de cara al público para que le dieran la oportunidad de descubrirla por sí mismo», escribe Rux. Suena conspiranoico, pero no es el único que lo dice. Es algo que apuntan autores creyentes y escépticos. Ciertamente, vista la trayectoria vital anterior y posterior de nuestro protagonista, resulta creíble que decidiera colaborar con los militares, aunque fuera a costa de sacrificar sus creencias, sólo para tener acceso a información privilegiada.
Tras su salto a la ufología, Hynek fundó en 1973 el Centro para el Estudio de los Ovnis (CUFOS) y escribió dos libros en solitario sobre el fenómeno, The Ufo Experience (La experiencia ovni, 1972) y The Hynek Ufo Report (El informe Hynek, 1977). En el primero, divide los avistamientos de platillos volantes en observaciones lejanas y cercanas, las que tienen lugar a menos de 150 metros. Dentro de las primeras, distingue las luces nocturnas, los discos diurnos y los objetos detectados por radar, mientras que divide las segundas en encuentros cercanos del primer tipo -el objeto no interactúa ni con el testigo ni con el entorno-, del segundo tipo -deja pruebas en forma de huellas, quemaduras…- y del tercer tipo -se hacen visibles los tripulantes-, que son los que dan título a la película de Spielberg.
Si como científico había mantenido en secreto su pasión por el ocultismo, como ufólogo también tuvo hasta el final un doble discurso que le sitúa, en muchas ocasiones, en el bando de la ufología más disparatada. Así, junto con Uri Geller e Ingo Swann, fue en junio de 1976 una de las estrellas de un congreso sobre experiencias extracorporales, precognición, sanación espiritual y otras patrañas. Y, en un discurso ante la Hermandad Fronteras Espirituales en julio de 1979, se sintió «más libre para discutir los aspectos más esotéricos de los ovnis» porque su audiencia había tenido «una cierta expansión de la conciencia» y estaba abierta a posibilidades a las cuales «una persona con una visión materialista, como los científicos en general, no lo están». Aprovechó la ocasión para alabar los experimentos parapsicológicos de Joseph B. Rhine y, ya en su campo, especular con la posibilidad de que la inteligencia existente detrás de los ovnis procediera no de otro planeta, sino de una realidad paralela o hasta fuera una expresión «de nuestra energía psíquica de algún modo extraño».
Hynek «habla sobre los ovnis de un modo cuando escribe para el Instituto Tecnológico de Massachusetts, cuando habla contigo y cuando habla con astrónomos, pero de otro muy diferente cuando lo hace ante creyentes en los ovnis», apuntaba el periodista y escéptico Philip J. Klass a Kendrick Frazier, director de The Skeptical Inquirer, en una carta en 1983. Klass admiraba a James E. McDonald, físico y ufologo, porque tenía el mismo discurso siempre independientemente del foro en el que hablara y consideraba que, por su «honestidad intelectual», merecía su respeto. Sin embargo, despreciaba profundamente a Hynek por adaptar sus opiniones a lo que le convenía en cada momento y lugar.
Así era el astrónomo Joseph Allen Hynek, el padre de la ufología.
Nota publicada en Magonia el 4 de marzo de 2013.