
A Iker Jiménez le han cazado entre tumbas. Primero fue Lois López Vilas quien reveló que, en los originales de unas fotos de niñas fantasmas en un cementerio de Ávila presentadas por el director de Milenio 3 como misteriosas, los espectros no aparecían por ningún lado, sino que fueron añadidos después por alguien. «La fotografía de las niñas ha causado gran asombro a los profesionales de la informática y la fotografía que las han estudiado. Si bien en un principio todos, por lógica, pensamos en un fraude o en algún tipo de ilusión gráfica a lo largo de este año los detalles observados en el lugar y el estudio exhaustivo de éstas tomas, nos demuestran que estamos a un 99% de posibilidades de admitir que eso efectivamente estaba allí», escribía originalmente Jiménez en su web. Seguramente, los estudios de los que habla los hicieron expertos de la TIA, porque el análisis de López Vilas, otro posterior de un escéptico y un tercero del creyente en lo paranormal Rafael Cabello Herrero apuntan a que la foto presentada por Jiménez como enigmática no lo es y que ha sido descaradamente manipulada informáticamente. Vamos, que alguien ha puesto los fantasmas ahí.
Por si el montaje del cementerio fuera poco, después Lola Cárdenas detectó una llamativa irregularidad en Tumbas sin nombre (2003), obra de Iker Jiménez y Luis Mariano Fernández. El libro es un ejemplo de la más descarada pseudociencia. Los autores comparan las caras de Bélmez con los de cinco parientes de María Gómez Cámara, la dueña de la casa donde aparecieron las teleplastias, muertos durante la Guerra Civil y llegan a la conclusión de que se trata de ellos. Como dije en su momento, Jiménez y Fernández admiten en el texto que en unos casos han manipulado las dimensiones del rostro del cemento, en otros han invertido horizontalmente la imagen y en algunos han hecho ambas cosas. Juegan con los datos hasta que encajan con los resultados deseados. Y la manipulación llega a tal extremo que, como detectó Cárdenas hace unas semanas, alguien cambia el bigote con las puntas para arriba de un personaje por un bigote con las puntas para abajo, para que encaje mejor con La Pava, la más conocida de las figuras.
Ahora, Gerardo-García-Trío, que en el último año ha hecho varias aportaciones interesantes a la aclaración del fraude de Bélmez, va más allá y demuestra que Jiménez y Fernández inflaron roldanescamente en Tumbas sin nombre el currículo de uno de sus colaboradores para dar más credibilidad a su chapuza, no facilitaron a los analistas en ningún momento el material original, el trabajo de los expertos no puede considerarse propio de forenses y han ocultado la mayoría de los análisis porque no dieron los resultados idóneos para apoyar su cuento chino. Súmese a eso que un -esta vez, sí- médico forense ha visto el trabajo del director de Milenio 3 y ha sentenciado: «Esto es muy fácil de hacer. Sólo hay que tener caradura y muy poca vergüenza. Es gente sin escrúpulos que se inventa un cuento y lo adorna con un poco de pseudociencia».
Queda que Iker Jiménez explique quién manipuló la foto del cementerio abulense, quién dio la vuelta al bigote del pariente de María Gómez Cámara, quién infló el currículo del asesor al que recurrieron él y Fernández, quién decidió qué análisis se publicaban y cuáles no, y qué auténticos expertos forenses han leído Tumbas sin nombre sin morirse de risa, que es lo que a uno le pasa con los tebeos de Pepe Gotera y Otilio.
Nota publicada en Magonia el 20 de julio ce 2005.