
Las pulseras magnéticas servían contra “cualquier dolencia y malestar”, aseguraba la firma Natural Beauty en las cartas que buzoneaba, que estaban encabezadas por una foto de un científico en un laboratorio con su microscopio y una imagen de la pulsera. El uso del complemento suponía, según la firma, una suerte de vuelta a la naturaleza. “Nuestro cuerpo, cada cierto tiempo, nos pide una renovación o descarga y por este motivo sentimos los deseos de estar en contacto con la naturaleza, donde existe un auténtico equilibrio, para recibir los iones que necesitamos y, por lo tanto, para producir una eliminación del exceso de tensión y electricidad estática que acumulamos”, explicaba la compañía. La efectividad del dispositivo la había demostrado un tal “profesor John W. Watermans”, de la Universidad de Harward (sic). Ni el experto ni la universidad -la prestigiosa es Harvard con uve- existían, pero en aquella época no había Internet y el público estaba todavía más indefenso que ahora ante timos como éste.
Natural Beauty recomendaba llevar su pulsera “en el brazo derecho, con los círculos hacia arriba” para “las personas que tengan algunos de los siguientes síntomas: estados de tensión, nervios en general, dolores de cabeza, depresiones, insomnio, estrés, pérdida de la potencia sexual, dolores musculares, sistema respiratorio (bronquitis, sinusitis, asma bronquial), las que padecen continuo cansancio, malestar, trastornos, las que tienen continuos dolores, reumatismo y artrosis, e infinidad de enfermedades crónicas”. En la otra mano, “pero con los círculos hacia la parte interior” estaba indicaba para “trastornos de la menstruación, taquicardias e insuficiencias coronarias, flebitis, varices, problemas de circulación, tendencia hacia la obesidad, problemas metabólicos, riñones, aparato digestivo (dificultades en la digestión) y estreñimiento”. Contra las alergias, servía en ambos brazos. La compañía hacía hincapié en que era un tratamiento complementario y sin contraindicaciones, y que su dispositivo era el original. “Ahora se vende en farmacias con distintos nombres puesto que nuestros distribuidores le ponen el nombre que más les interesa comercialmente”.
Desmontadas por la ciencia

Todos los que compraron esas pulseras fueron engañados. El Centro Nacional para la Salud Complementaria e Integral (NCCIH), un organismo público estadounidense dependiente de los Institutos Nacionales para la Salud (NIH) dedicado desde 1992 al estudio de las medicinas alternativas, afirma que los artilugios magnéticos como las plantillas de zapatos, las pulseras, los vendajes y las colchonetas no funcionan más allá del placebo. Hay numerosos estudios que apuntan en ese sentido. Uno de 2007, cuyos resultados se publicaron en la revista de la Asociación Médica Canadiense, demostró que el uso de imanes no sirve para nada contra el dolor causado por la osteoartritis, la artitris reumatoide y la fibromialgia. Y, por citar sólo dos, otro de 2013, que vio la luz en PLOS ONE, confirmó que las pulseras magnéticas no son más efectivas que el placebo contra la artritis reumatoide.
Según El Diario de Mallorca, en pleno auge de estas pulseras, la firma balear Rayma facturó en un año 8.500 millones de pesetas, unos 51 millones de euros. Y era sólo uno de los fabricantes. Aunque con el tiempo perdió popularidad y dejó de venderse en farmacias -donde en su época dorada se ofrecía la recarga; hace falta ser caradura-, la pulsera magnética no desapareció. Es un negocio que sigue moviendo muchísimo dinero: en 2006 se calculaba que el negocio de la bisutería magnética suponía 252 millones de euros anuales sólo en Estados Unidos, cantidad que se triplicaba con creces para todo el mundo.
La pulsera mágica resurgió en 2009 transmutada en una de silicona con un holograma, la Power Balance, que también fue un fenómeno de masas y lucieron personajes populares como Cristiano Ronaldo, Manolo Santana, Severiano Ballesteros, José María García, la infanta Elena, Antonio Lobato, Mercedes Milá, Iker Jiménez y Pablo Motos, políticos como Patxi López, Esperanza Aguirre, Javier Arenas, José Ramón Bauzá, Ignacio González y Gustavo de Arístegui, y hasta Felipe de Borbón, entonces príncipe de Asturias y que también cayó en el timo de los parches de titanio que equilibran la energía vital. Unos por ignorancia y otros cheque mediante. También en este caso el timo saltó todas las barreras sociales y culturales. ¿Cuánto tardará en llegar la próxima pulsera milagrosa?